Habitar el aire con los pies en el suelo
Lo peor que le podría pasar a la reinvención arquitectónica que representa Cirugeda sería quedarse en un museo
El último trabajo de Santiago Cirugeda (Sevilla, 1971) ocupa la platea de un teatro (Nave 11 del Matadero de Madrid) y parece una bestia escondida o un artilugio a punto de despegar. Se trata de una casa temporal, reciclable y colectiva, como todas las de su autor, pionero en España en aprovechar los vacíos legales para sus proyectos de autoconstrucción. Lo que hace este arquitecto con su equipo, Recetas Urbanas, está siempre más cerca del activismo que de la supervivencia. Sus trabajos son un aviso de lo que se necesita, una propuesta de cómo hacerlo y una denuncia tanto del despilfarro como del exceso de normas. Todo esto es aplicable a esta vivienda que, más que diseñar, ha enseñado a construir a una serie de colectivos feministas y estudiantiles.
Durante tres semanas, y hasta el 30 de junio, sirve como escenario para conciertos y reclamo para visitantes. Cuando se desmonte, se instalará en otros lugares como sede sucesiva de los colectivos que la han construido. Y puede que ahí –en su reciclaje permanente– empiecen los problemas del proyecto. Como todos los trabajos de Recetas Urbanas, la casa es una pieza de arquitectura radical realizada exclusivamente con sobras. Parece tan preparada para la convivencia futura como para la exposición inicial. Y es esa doble vida lo que la salva de la anestesia que los museos producen en toda reivindicación. Sin embargo, para que cobrara todo el sentido, el traslado del museo al uso real no debería reportar pérdidas de calidad para el usuario.
Santiago Cirugeda es pionero en España en aprovechar los vacíos legales para sus proyectos de autoconstrucción
La casa tiene dos fachadas ciegas, para poder adaptarse a cualquier medianera. Ventila por delante –la cara más expresiva, formada por una ingeniosa suma de ventanas dispares– y por detrás, el acceso. Hablar de expresión en un proyecto de Cirugeda podría parece intrascendente. No lo es. Su obra depende de cuatro factores. En primer lugar, de restos –partidas cedidas por constructores—. Con ese origen, se entiende que el collage sea su expresión habitual y que convierta cada obra en un reclamo para seguir recibiendo donativos y elevar el tono a la denuncia.
Por eso la expresión es clave en esta arquitectura. En ella se apoya su segunda pata: la comunicación de sus reivindicaciones. La tercera base de Recetas Urbanas es la colaboración: la construcción de cada proyecto es, en sí misma, un curso de formación. El cuarto pie es el sentido: la necesidad del local. De ahí que esta intervención en Matadero tenga tanto sentido a partir de su futuro urbano como mientras permanece expuesta.
Con una sólida trayectoria, que ha servido tanto para replantear las posibilidades de la arquitectura como para denunciar sus inercias, Cirugeda, al borde de los 50 años, afronta cómo crecer como creador. Lo peor que le podría pasar a la reinvención arquitectónica que representa sería quedarse en un museo. Por eso es significativo que a las Naves del Matadero haya entrado, una vez más, pensando en cómo salir de ellas. El reto, sin embargo, no está en esa segunda vida sino en no perder en ella sus atributos arquitectónicos: la cubierta a un agua que ahora ventila el edificio y deja pasar la luz.
Cuando esta vivienda se instale en la calle, la araña que la eleva y la cubierta inclinada desaparecerán. Tendrá entonces la forma de un contenedor. Dejará de habitar el aire que anuncia la exposición. El cuidado para transformar la calidad plástica en calidad de uso es una cuestión de diseño a la que Recetas Urbanas haría bien en buscar soluciones. Si en la vida real desaparece la visibilidad porque se esfuma la araña y la cubierta se aplana, la propuesta deja de ser la idea rompedora que aplaudimos en el teatro. Y el mensaje de ser mejor en el museo que en la calle deja de ser Cirugeda.
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