Feliz regreso a los ruedos de Palazón
El torero alicantino y Paco Ureña cortaron sendas orejas y Román sorteó el peor lote
La primera ovación de la tarde se la dedicaron a Palazón, tras romper filas las cuadrillas y, luego, recibió sendos brindis de sus compañeros de terna. Tras dos años en el dique seco a causa de una grave dolencia, el alicantino volvió a enfundarse el traje de torear. Y como la vida a veces es justa, el toro de la reaparición de Palazón fue de los de soñar. De excelente presencia, ofensivo. Cumplidor en varas y un derroche de fijeza y clase en la muleta. Con su chispa de ímpetu, transmisión se suele llamar. Si bueno fue por el derecho, mejor aún por el otro lado. A medida que la faena se desarrolló, Palazón fue cogiendo confianza. A la tercera serie con la derecha rompió la faena que, sin ser redonda, estuvo marcada por el buen gusto. Del pitón izquierdo se rescata la primera tanda, la más completa de una labor elegante, con las reservas propias de quien acaba de salir de un trance difícil. La media estocada cayó muy trasera, pero la sensibilidad ofreció su generosidad a un Palazón que merecía el voto de confianza.
El cuarto, un castaño bien armado y tocado del pitón derecho, no puso las cosas fáciles. Las finas formas con que Palazón inicio la faena se esfumaron con rapidez y todo se ciñó a una porfía tan insistente como inútil. Ni provocando con la voz logró Palazón que el de Algarra entrara en razón. Un marmolillo al final el toro, con el que el torero solo pudo justificarse con voluntad.
La rueda de la fortuna también fue favorable a Ureña con el segundo de la tarde. Toro bajo, de armoniosas hechuras y también de respetables defensas. Desde su salida al ruedo cantó el de Algarra sus virtudes: fijeza, prontitud y humillación al tomar los engaños. Una vez fue al caballo y se empleó con codicia y estilo. En la muleta continuó con sus condiciones intactas: embestida llamativa, el hocico lamiendo la arena y una arrancada al primer toque. La faena de Ureña pareció amontonarse al principio, sin terminar de cogerle el aire al toro. Muy de cerca en ocasiones, condicionó la embestida del toro, que se volvió más remiso en ese trance. Cuando la distancia era mayor, todo lucía: el torero por su verdad y el toro por su bravo comportamiento. Casi toda la faena estuvo cargada sobre la mano izquierda, por donde el torero y el toro se entendían mejor. La estocada, fulminante, era por sí sola de premio.
El quinto fue una mole de toro: de gran alzada, largo, con sus 541 kilos bien presentes. Pero todo quedó ahí. Ni se comió a nadie, ni dejó que se lo comieran. Un quite de frente por detrás, los estatuarios de entrada en faena y una encomiable voluntad lo resumen todo. Valerosa actitud del murciano. Y pare usted de contar.
ALGARRA / PALAZÓN, UREÑA, ROMÁN
Toros de Luis Algarra, bien presentados y ofensivos, pero desiguales de hechuras. Los dos primeros, excelentes, con clase y recorrido; el resto, de poca entrega.
Francisco José Palazón: media trasera _aviso_ (oreja); pinchazo, estocada _aviso_ y descabello (saludos).
Paco Ureña: estocada sin puntilla (oreja); pinchazo _aviso_ pinchazo y estocada (saludos).
Román: pinchazo y estocada trasera _aviso_ (saludos); dos pinchazos _aviso_ y descabello (palmas).
Plaza de Alicante. Segunda corrida de Hogueras. 21 de junio. Un tercio de entrada.
Un claro contraste con los dos primeros fue el tercero. Acucharado de cuerna, engatillado, fue el prototipo de toro manso con movilidad. Escarbó de salida, manseó en varas y en banderillas puso las cosas complicadas hasta el punto que la lidia desembocó en un caos. Cuando Román se disponía a brindar a Palazón, el toro se le arrancó y el valenciano improvisó tres naturales y uno de pecho con las dos rodillas en tierra. Tras recomponer el brindis, Román se centró en sacar partido de un toro de mucha movilidad pero sin ceder lucimiento. Toro remiso y un torero dejándose querer. Valiente. Con momentos limpios y otros de pura bragueta. Los rodillazos y las bernardinas finales, con el toro acorralado, tampoco levantaron pasiones. Y ya en toriles, donde el toro buscó su querencia natural, acabó Román con el manso.
El toro de menos finura, pero el más pesado de la corrida, fue el sexto: 543 kilos, que no aparentaba. Cortito de hechuras, derribó espectacularmente en el caballo, pero ya apenas aportó nada más. Sorteó Román una colada cuando intentaba torear con el capote a la espalda y todo lo que vino en la muleta lo puso el torero por muy poco por parte del toro. Faena de aguante, sin ligazón, pero de gran actitud. Valiente otra vez, como en el tercero, pero el toro, siempre muy encogido de cuello, no cedía para mejor. Román acabó por asediar al de Algarra, que no quiso plantar batalla. La espada, otra vez, no mejoró el resultado final.
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