Una moderna obra clásica
A medio camino entre la ficción y el ensayo, 'La vida en tiempo de paz', de Francesco Pecoraro, es una obra apasionada llamada a estar en el estante de libros a releer
Hace 20 años esta novela, La vida en tiempo de paz, hubiera tenido resonancia y lectores. Hoy es fácil que se pierda en la maraña de novedades hambrientas. Además de cumplir con creces aquello que Italo Calvino pedía a un “libro” cuando estaba en Einaudi (estructura, lenguaje propio y decir algo nuevo), pertenece a ese género a medio camino entre la ficción y el ensayo que han cultivado autores como Sebald o Magris. Lo cual puede gustar o no, pero cuando se incardina en la idiosincrasia del personaje, como en el caso de Ivo Brandani, resulta una fiesta para el verano del lector. Y no es un protagonista simpático el ingeniero que Francesco Pecoraro (Roma, 1945) nos presenta en un aeropuerto egipcio a lo largo de una única jornada, el 29 de mayo de 2015, el mismo día que cayó el imperio bizantino, acontecimiento que siempre ha traído de cabeza a este hombre de 69 años que regresa a casa tras trabajar en el reemplazo del coral del mar Rojo por réplicas sintéticas.
Tocado por el sentido de la catástrofe, Brandani ve el inminente desastre en cualquier hecho físico. No en vano el Apocalipsis es su libro favorito: su llegada le sumiría en una paz absoluta. Un sucedáneo de esa paz es la que disfruta en los aeropuertos cuando espera que salga su avión. Allí da rienda suelta a reminiscencias del pasado: aquel diluvio y desbordamiento del río que tuvo que afrontar al hacerse cargo de un distrito romano. O más atrás aún, cuando estaba en Megatecton y se encontró a su jefe en un cine. No ahorra sarcasmos para con los ejecutivos que mueren en su mesa de trabajo, como De Klerk, o con los políticos locales. La burocracia y su sustento, la corruptela, es como esa bacteria que vive gracias a las neuronas del cerebro y que le causa un pánico cerval. Individualista, cínico, “explorador de posibilidades”, adicto a los ansiolíticos, en el fondo lo que él lamenta es no haber sido fiel a su máxima de que “nunca le atraparían” pues “él no era como ellos”. Al menos conserva su crítica impura sobre lo que sucede en el “país de necios” en el que vive. Y sus juicios feroces no los comparte con nadie, creyéndose un raro observador de la debacle encaramado en el “malestar y la traición” del travertino.
Pecoraro, arquitecto y urbanista romano, hacedor de relatos y poemas, al que es difícil encontrarle un maestro en las letras italianas, acaso Montale, y ningún compañero afín excepto quizá Antonio Pennacchi, no sólo tiene un fino y equilibrado sentido de la construcción narrativa, sino que además caracteriza a sus personajes con talento inusual. Con la mirada de un nuevo Bloom trasplantado a la ciudad eterna, retrata sin recato a las mujeres, los colegas, el mundo falsificado y vacío que se desangra mientras él envejece con dolor. Se mira horrorizado en el espejo y ve al padre: “Parecía que su padre hubiera nacido de nuevo en él”. Repasa episodios de la infancia gris en aquella ciudad “caótica, infame y preciosa” decorada por Bernini, su participación como estudiante de Filosofía en las revueltas del 68, su giro hacia la ingeniería al enamorarse de un puente en Escocia, sus devaneos con el amor y el erotismo. A veces siente que hay dos Ivos: uno que actúa en el mundo y en el tiempo y el que lo observa desde fuera como un extraño, sin entender nada, indiferente. ¿No nos recuerda esto al “extranjero” de Camus? La conciencia de Meursault fue la primera alarma del mundo desquiciado de la posguerra. Pecoraro ha escrito su primera y quizá única novela desde el neoexistencialismo de hoy. Una mirada desoladora y sin esperanza, que sin embargo alberga refugios ilusorios, como aquella isla del Egeo que conoció en los setenta donde la existencia en cautividad se convertía en plácida contemplación.
Dotada de un ritmo eléctrico, apasionado, esta novela de aluviones tiene una coherencia extraña. En su estilo y su significado, en sus personajes y la voz narradora, la cual parece arrastrar las palabras con el típico acento romano; en su amarga pero nunca sentimental denuncia. El “mundo falsificado” que pinta, de prótesis como las del coral del mar Rojo que proyecta instalar el ingeniero Brandani, puede dejar de funcionar ahora mismo. Este mundo que falsifica la memoria histórica, desarma la lengua y sólo atiende a una codicia vacía acabará siendo como un magnífico puente de titanio que se funde con una ola de calor. Y así la naturaleza misma tomará su revancha. Pues esa “paz” a la que irónicamente alude el título (sembrada de minas y conflictos, desde el compromesso storico a la extensión de la Mafia a todos los estamentos de la sociedad italiana) es en realidad una guerra sorda contra nosotros mismos y la naturaleza “domesticada y residual”. La coherencia de esta novela barroca no le viene de las “ideas” y los ensayos históricos, políticos y técnicos intercalados, sino de la autenticidad de su protagonista, arquetipo de la burguesía europea de nuestra época, y la ligera audacia de su material narrativo.
Tiene capítulos insuperables, como el dedicado al “sentido” del mar, donde “el conflicto entre lo que soy y lo que veo” quedaba resuelto. Y el de la isla, Sofrano, que De Klerk le llevó a conocer atrapado en su velero como un rehén. Alejado de la sátira y el costumbrismo romanos, atento al latido de cada párrafo, Pecoraro pasa de la tercera a la primera persona con increíble naturalidad y deja una moderna obra clásica, otra odisea. Si bien algunas páginas menos aquí y allá la hubiesen favorecido, uno se ve tentado de colocarla en el estante de libros que un día volverá a leer.
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Autor: Francesco Pecoraro. Traducción de Paula Caballero y Carmen Torres
Editorial: Periférica (2018)
Formato: tapa blanda
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