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Crítica | ¡Qué guapa soy!
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Domesticando al volcán

Ninguna otra película con Schumer dentro está a la altura de la propia Schumer y esta comedia no es una excepción

Amy Schumer, en '¡Qué guapa soy!'.
Amy Schumer, en '¡Qué guapa soy!'.

¡QUÉ GUAPA SOY!

Dirección: Abby Kohn y Marc Silverstein.

Intérpretes: Amy Schumer, Michelle Williams, Rory Scovel, Aidy Bryant.

Género: comedia. Estados Unidos, 2018.

Duración: 110 minutos.

En su carrera como monologuista, Amy Schumer ha explotado un registro procaz no exento de acentos reivindicativos: la figura de una mujer con (muy relativo) sobrepeso hablando francamente de su expansiva sexualidad (pero también de sus miserias), mientras va pegando regulares tragos de whisky, rompe con los roles femeninos tradicionalmente asociados a la comedia. Y, por supuesto, lo suyo no solo es cuestión de ir hilvanando mecánicamente obscenidades: su rostro funciona como una fascinante pista de circo donde gestos, a veces delicadísimos, aportan el matiz en el momento justo para que estalle la risa, o para que la supuesta burrada adopte un sesgo ideológico. En su único trabajo como guionista para un largometraje, Y de repente tú (2015), Schumer, dirigida por Judd Apatow, intentaba trasladar toda esa fuerza (volcánica) a la pantalla, aunque las servidumbres de un género por lo general fastidioso –la comedia romántica- condicionaban demasiado su potencial transgresor.

Ninguna otra película con Schumer dentro ha vuelto a estar a la altura de la propia Schumer y ¡Qué guapa soy!, debut en la dirección de la pareja de guionistas formada por Abby Kohn y Marc Silverstein, no es una excepción. El carisma de la estrella y una sorprendente Michelle Williams en afinado registro cómico salvan parcialmente al conjunto de la rutina. ¡Qué guapa soy! podría ser la respuesta femenina a una paradigmática comedia de Will Ferrell: una farsa cuya protagonista resbala una y otra vez en la distancia que se extiende entre su autopercepción y el modo en que la ven los demás. Con guiño a Big (1988) incorporado, la película no logra resolver su contradicción entre su supuesta defensa de la autenticidad y su slapstick un tanto primario. En el fondo, el espectáculo está en ver a una (supuesta) gorda tropezar. La moraleja es un postizo.

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