El Sónar celebra su pasado mirando al futuro
El festival barcelonés de música avanzada y tecnología celebra su 25 edición con nombres ilustres como LCD Sounsystem, Gorillaz y Thom Yorke y un papel destacado de la mujer con Fatima Al Qadiri, Kampire, Jenny Hval o Helena Hauff
En 1994, el Sónar comenzó a hablarnos del futuro en tiempo presente, mostrando que el mañana se construye hoy. Conciertos como el de Orbital (1995), Daft Punk (1997) o las celebradas sesiones de Jeff Mills, Richie Hawtin o Laurent Garnier en las primeras ediciones nos conectaron con formas de hacer música que escapaban de la lógica rockera construyendo tótems digitales. El tiempo ha ido normalizado estas prácticas y la música electrónica está en todas partes, palpitando bajo el pop de consumo, el trap o el rhythm and blues, y el futuro sólo se puede aventurar en debates teóricos como los que ocuparán varias sesiones del Sonar + D, un apartado inexistente en los comienzos del festival donde se debatirá precisamente a qué sonará el futuro, que será de internet, de la realidad aumentada y del mundo audiovisual. Paralelamente, el festival dejó de lado su lema inicial “festival de música avanzada y arte multimedia” por el “música, creatividad, tecnología” que indica de manera mucho más sutil que el futuro sigue siendo la zanahoria tras la que corre el festival, muy consciente de la dificultad de imaginarlo, algo mucho más complejo hoy, con la electrónica ya desplegada, que hace 25 años.
En consonancia con todo ello, la edición de este año no rompe la pana con nombres que prometen lo nunca visto, sino con unos cabezas de cartel que no llegan del mañana. Es el caso de LCD Sounsystem, un esperado retorno con tintes de recuperación de gran banda de rock, el truco de marchar y volver es tan viejo como el toreo, en un grupo de raigambre postpunk. Qué decir de Gorrillaz, un proyecto que recoge las lecciones de Max Headroom y cuya aportación más futurista consiste en un último disco sin unidad estilística alguna que se somete al imperio de la canción, no de la obra, propio del consumo musical actual, compulsivo e inarticulado. Thom Yorke tampoco anticipa futuro alguno, a menos, cosa nada improbable, que ese futuro sea lamento, enfermedad y desasosiego. Y lo que es tan antiguo como el colonialismo es ese descubrimiento-adaptación-vampirización de la música no occidental que ha caracterizado a Diplo, un músico que ha desarrollado una brillante carrera en cierto modo extractiva. Por su parte el proyecto Despacio es la reivindicación textual de la añorada discoteca analógica.
Sin embargo el Sónar, como festival de autor que es, cuenta con eso que ahora se llama relato, es decir, encaja sus piezas bajo una idea que permite explicar el festival viéndole continuidad y sentido. A eso ayuda sobremanera lo que siempre ha destacado del Sónar, un cartel profundo, variado y abierto a los cambios sociales. El género y la mujer están muy representados (Fatima Al Qadiri, Kampire, Jenny Hval, Helena Hauff, Laurel Halo), las músicas no anglosajones tienen también su cuota (Amp Fiddler & Tony Allen, Black Coffee, Kokoko y los artistas protegidos por Diplo) así como una nutrida representación de artistas locales (Rosalía con disco producido por El Guincho, Mueveloreina, Yung Lean, El Niño de Elche, Refree etc), música urbana (Wiley, GoldLink, Nathy Peluso, Steve Lean, Yung Lean, Reels B, Rosa Pistola) y los cásicos del Sonar como Laurent Garnier, Richie Hawtin, Alva Noto, Ryuichi Sakamoto, Cornelius, Bonobo o Ángel Molina. Mucho donde escoger, apertura con orquesta y partituras de Terry Ryley, cierre con el diálogo acústico/ digital entre Ryuichi Sakamoto y Alva Noto un nombre que expresa en parte lo que es hoy el Sonar: Putochinomaricón, un milenial vallecano de origen chino que hace algo así como trap-pop y que no sabe vivir sin wifi.
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