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Crítica | La valentía
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un batiburrillo

La nueva obra de Alfredo Sanzol es una clásica comedia de puertas que falla en su puesta en escena

Raquel Vidales
Estefanía de los Santos (izquierda) e Inma Cuevas, en 'La valentía'.
Estefanía de los Santos (izquierda) e Inma Cuevas, en 'La valentía'.javier naval

Esto empieza a voz en grito. Dos hermanas discuten sobre qué hacer con la casa que acaban de heredar: una la quiere vender y la otra no. Las dos están de acuerdo en que el ruido de la autopista que el monstruo de la civilización construyó al lado de la vivienda es insufrible, pero una está dispuesta a convivir con él y la otra no. Así que la que no quiere vender tira por la calle de en medio para resolver el desacuerdo: contrata a dos tipos que se hacen pasar por fantasmas para asustar a la hermana.

La valentía

Texto y dirección: Alfredo Sanzol. Reparto: Jesús Barranco, Francesco Carril, Inma Cuevas, Estefanía de los Santos, Font García y Natalia Huarte. Escenografía: Fernando Sánchez Cabezudo. Iluminación: Pedro Yagüe. Vestuario: Guadalupe Valero. Teatro Pavón Kamikaze. Hasta el 17 de junio.

Este es el nudo sobre el que Alfredo Sanzol teje La valentía, su nueva obra, muy esperada por ser la primera que estrena después de ganar el Premio Nacional de Literatura Dramática. Una comedia de puertas clásica, al estilo Jardiel Poncela, que vista sobre el papel debería funcionar como un reloj. Un buen enredo, diálogos picaditos, situaciones alocadas y una pizca de filosofía para “poner sobre la mesa las paradojas esenciales del ser humano”, según explica el autor en el programa de mano. De manual.

Su traslación a escena, sin embargo, al menos la que dirige el propio Sanzol, funciona a trompicones. Cuando arranca, con las dos actrices chillando histriónicamente, con ademanes caricaturescos, puede uno pensar que estamos jugando a llevar al extremo la comedia. Bien. Juguemos hasta el delirio. Pero enseguida hay un cambio de tercio: aparecen los fantasmas en un tono bien distinto -más comedido- y después otros dos personajes que parecen sacados de una obra de Ionesco… y uno se acaba perdiendo. ¿A qué estamos jugando?

Por momentos parece que estamos viendo un espectáculo de Lina Morgan. Otras escenas, ciertamente delirantes, recuerdan al camarote de los hermanos Marx. Chistes fáciles, otros más elaborados, situaciones de humor ramplón que lastran el ritmo y, en cambio, pellizcos de verdadero ingenio. Un batiburrillo, en fin, que aplasta el contenido de la comedia y la buena escritura de Sanzol.

En la función de estreno hubo reacciones radicalmente opuestas entre el público. Es natural que haya división de opiniones, por supuesto, pero en este caso era especialmente llamativa. Un sector se desternillaba. Otro sonreía a veces, tímidamente. Otro que no reía nada y que miraba al que sí reía con expresión de “¿a mí por qué no me hace gracia?”. Y por último, los estirados, casi cabreados, con cara de “no era esto lo que esperaba del último ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática”. Todo un espectáculo.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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