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Feria de San Isidro
Crónica
Texto informativo con interpretación

‘Licenciado’, hermano de ‘Orgullito’

El Juli cortó una solitaria oreja en una tarde en la que se lidiaron toros de cuatro ganaderías toreristas

El Juli, con el segundo toro de su tarde, 'Licenciado'.
El Juli, con el segundo toro de su tarde, 'Licenciado'.Javier Lizón (EFE)
Antonio Lorca

CUATRO GANADERÍAS / EL JULI Y MARIN, MANO A MANO

Dos toros -1º y 6º- de Victoriano del Río; dos -2º y 3º- de Alcurrucén; el cuarto de Garcigrande, y el quinto de Domingo Hernández, muy justos y cumplidores en los caballos; muy nobles todos a excepción del deslucido cuarto; agotados y descastados primero y segundo; muy encastado y nobilísimo el tercero; lastimado el quinto, y bravo y mejor presentado el sexto.

Julián López El Juli: pinchazo y estocada caída (palmas); media trasera y un descabello (oreja); estocada caída (ovación).

Ginés Marín: pinchazo y estocada (silencio); estocada desprendida (ovación); pinchazo, estocada y un descabello (silencio).

Plaza de Las Ventas. Corrida de la Cultura. Décimo séptimo festejo de la Feria de San Isidro. 24 de mayo. Lleno de 'no hay billetes' (23.624 espectadores, según la empresa).

Orgullito -el toro de Garcigrande que El Juli indultó en la pasada Feria de Abril- y Licenciado -del hierro de Alcurrucén-, lidiado ayer por el mismo torero, serían hermanos; y si no, del mismo árbol genealógico bovino, pues ambos lucieron grandes cualidades en el tercio final: galope, clase, humillación, prontitud, profundidad… Más completo el sevillano que el madrileño, pero exponentes ambos del toro moderno: justo de trapío, insulso en el caballo y en banderillas y extraordinario -hondo e incansable- en la muleta.

Licenciado le tocó en suerte a El Juli, un torero de deslumbrante suficiencia y técnica abrumadora. Su comienzo por bajo fue sencillamente espectacular, un lección de temple y torería, largos los muletazos, especialmente uno rodilla en tierra mientras el toro embestía con el corazón; y como colofón, dos trincherillas de cartel y un hondo pase de pecho. Otra vez un toro de ensueño, nobilísimo, y un torero de la posmodernidad. Fue allá por la cuarta tanda, la muleta en la derecha, cuando El Juli toreaba al hilo del pitón, decidió el torero cambiarse de mano el engaño y dibujó un natural tan profundo y largo que aún no ha terminado en la memoria de quienes tuvieron la suerte de contemplarlo. Entre el inicio y el final, muchos pases, con la muleta baja, pero acelerados casi todos ellos, y basados en la técnica moderna de iniciarlos al hilo del pitón. Muletazos que enardecen a las masas, pero que dicen poco; y, encima, mató mal.

La corrida de la Cultura comenzó bien. Por cierto, como era de la Cultura, por llamarle algo, se acercó a Las Ventas el ministro del ramo. Si hubiera sido la corrida de la naranja, hubiera venido el presidente de los hortelanos (lo que hay que inventar para que un ministro acuda a los toros…).

Comenzó bien, sí, porque El Juli y Marín compitieron -la única vez en toda la tarde- en el tercio de quites: por cordobinas, delantales y chicuelinas el primero, y por gaoneras el más joven.

Y hubo un toro bravo en el caballo (¡oh, milagro, milagro!), el sexto, de Domingo Hernández, el de más presencia, que fue picado de forma excelente por Agustín Navarro. La suerte de varas existe y es una preciosidad. Solo son necesarios toros bravos y picadores toreros. Acudió Coplero con alegría en dos ocasiones, empujó con los riñones, la puya en su sitio, y la plaza disfrutó con el extraño -por infrecuente- espectáculo. Instantes después, galopó en banderillas y permitió el lucimiento de Manuel Izquierdo y El Algabeño.

Los toros bravos no suelen ser fáciles en la muleta, y Coplero se ajustó a la norma. No había que cuidarlo, como a tantos otros, sino cuidarse de él, y eso fue lo que hizo Ginés Marín, pero cansino y aburrido, con pocas ideas lidiadoras.

Por cierto, el torero extremeño no tuvo ayer su día. Cierto es que no tuvo ningún toro de carril, pero se le vio espeso, en un quiero y no puedo permanente, y sin la noción clara de cuándo debe acabar una faena para no desesperar al respetable.

Muy descastado y sosísimo fue su primero, al que trató de hacerle una faena tan insulsa como interminable. Dificultoso y deslucido fue el siguiente, con genio y la cara por las nubes, y el torero no encontró la manera de controlar ese incómodo genio. Tiene gusto y aroma en las muñecas, y así lo demostró a la verónica en dos ocasiones, pero el toreo debe ser algo más.

El Juli se encontró en primer lugar con un torete bonachón, dulce y buena gente, pero muy escaso de fortaleza. Obedeció al cite, pero todo lo hizo con mucha tristeza, agotado y hundido. Aun así, hubo dos naturales estimables.

Y el quinto tenía la llave de la puerta grande. Cumplió en varas y persiguió con codicia a José María Soler, que lo banderilleó con acierto, pero la mala suerte se alió contra el torero. El toro no llegó con muchas ilusiones al final, pronto acortó el viaje y resultó que se había lesionado las manos, por lo que El Juli lamentó el accidente y se conformó con una ovación.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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