_
_
_
_
_

Tinta del pasado

Acuciada por la necesidad de sobreponerse a la enfermedad, Emil Ferris decidió escapar construyendo un relato destinado a ser verosímil desde la ficción

Página de 'Lo que más me gusta son los monstruos', de Emil Ferris.
Página de 'Lo que más me gusta son los monstruos', de Emil Ferris.

Cuando recordamos, traemos al presente momentos de nuestro pasado que creemos vívidas réplicas de lo ocurrido. Fragancias, olores, sonidos y melodías se unen a la imagen para recrear aquello que creemos que sucedió. Sin embargo, no dejan de ser constructos de nuestro cerebro, apenas unos retazos fragmentados de la realidad que son maquillados con eficacia para erigir una ficción de la verdad, una memoria que se autodefine como el equilibrio entre recuerdos y olvidos, entre apenas unas informaciones objetivas y muchos espacios en blanco que son pintados con la firme mano de la verosimilitud. Incapaces de reconocer lo verdadero de lo inventado, aceptamos como cierto lo que nos entrega nuestra mente, hasta el punto de aceptarlo como verdades inmutables, en un acto de fe que tendrá tan corto recorrido como el siguiente recuerdo. Creamos ficciones de un pasado que nos reconfortan con la realidad de un presente que será engullido rápidamente por el pasado.

Acuciada por la necesidad de sobreponerse a la enfermedad, Ferris decidió escapar construyendo su memoria alternativa, un relato destinado a ser verosímil desde la ficción. La vida de la pequeña Karen que se cree una niña-lobo está dibujada sobre un cuadernillo pautado de gusanillo, con bolígrafos que supuran tinta del pasado de la dibujante en el Chicago de los años sesenta, pero que, como los recuerdos, va encontrando su propio camino en una historia que crece continuamente. Se desdobla, toma atajos y vuelve al inicio, se pierde conscientemente sin aparente rumbo fijo, pero cimentando poco a poco un relato poliédrico apasionante, que es capaz de moverse entre la ficción detectivesca de un asesinato y el horror del Holocausto, entre las pasiones imaginarias de una niña de 10 años y la cruda realidad de la calle, entre la cultura popular de los tebeos de terror y el arte de los museos. A medida que el relato avanza, se torna en verdad aceptada para un lector definitivamente preso en una de las obras más sorprendentes del cómic de las últimas dos décadas, tan brillante como inagotable en sus lecturas.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_