¡Que venga un catedrático!
Francisco J. Espada cortó una oreja tras una faena incompleta y una media fulminante
Solo el nombre de Baltasar Ibán produce respeto. Tú vas y lo sueltas en una reunión de taurinos y todo el mundo se pone firme. Es sinónimo de fiereza de casta, de peligro. Vamos, que las figuras no quieren no oír el nombrecito. Por eso, se dice con razón que si saliera toro, pondría boca abajo el escalafón; es decir, que los que ahora están arriba, ocuparían los últimos puestos o, mejor, optarían por una retirada rápida y confortable.
Es verdad que el toro de Ibán produce miedo. No hay más que recordar la salida del primero de la tarde, desafiante desde la puerta misma de chiqueros, con mirada retadora hacia los tendidos y pidiendo guerra desde su primer remate en un burladero. Silencio en las masas fue el efecto inmediato. Después, resultó que el animal salió rana, de modo que todo su orgullo de toro fiero se tornó en mansedumbre, mal genio y aspereza.
Pero quedaban cinco, que hicieron una pelea desigual en los caballos, a excepción del cuarto, que empujó con fuerza, incansable, en el segundo puyazo, y cuatro de ellos -segundo, tercero, cuarto y sexto- llegaron al tercio final con movilidad, y las complicaciones propias de la casta. Es decir, con las dificultades propias del toro-toro, que exige un torero valiente y firme y una muleta poderosa.
Así las cosas, la terna no estuvo a la altura de las circunstancias; pero también es cierto que estas era muy exigentes, para toreros muy hechos, para catedráticos del toreo, y no aspirantes, plenos de ilusiones, pero cortos de festejos y, por tanto, del oficio requerido.
Ibán/Aguilar, Flores, Espada
Toros de Baltasar Ibán, bien presentados, desiguales en los caballos y encastados. Muy dificultoso el primero. Bravo y encastado el cuarto. Muy soso el quinto. Todos se movieron con las dificultades propias de la casta.
Alberto Aguilar: pinchazo y estocada tendida (silencio); cuatro pinchazos, tres descabellos _aviso_ y un descabello (silencio).
Sergio Flores: estocada trasera y contraria (ovación); media baja y atravesada y un descabello (silencio).
Francisco José Espada: media fulminante (oreja); _aviso_ cinco pinchazos -2º aviso_ (silencio).
Plaza de Las Ventas. Sexto festejo de la Feria de San Isidro. 13 de mayo. Media entrada (13.620 espectadores, según la empresa).
¿Es esto una justificación? Pues, sí, porque el miércoles llegan las figuras y hacen el paseíllo con toros a modo bajo el brazo. Y no es lo mismo un ‘núñez del cuvillo’ que un ‘ibán’.
Alberto Aguilar ha anunciado que se retira esta temporada pasa someterse a una delicada intervención quirúrgica; por tal motivo, fue recibido con una cariñosa ovación y él quiso despedirse con toda la dignidad requerida. Y así lo hizo, pero no con el triunfo esperado. Dicho queda que el primero de la tarde no le permitió confianza alguna, pero sí el cuarto, que brindó al público, aunque no pudo estar a la altura de un toro fiero y complicado, que pedía a gritos una muleta con mando y un torero con las zapatillas asentadas. No debía ser fácil responder al reto, y Aguilar no pudo. Torea poco y eso pasa factura.
También abundan los huecos en la agenda de Francisco José Espada, valiente y entregado en su primer toro, en una faena de más a menos, iniciada con una magnífica tanda de derechazos y un natural larguísimo surgido de un cambio de manos, -seguidos de una labor desordenada- que no fueron mimbres suficientes para una faena de oreja a pesar de que mató de media fulminante. No hubo petición mayoritaria, pero el presidente decidió no meterse en problemas. Nada fácil fue el sexto, y el joven torero hizo lo que pudo ante un vendaval de complicada casta. Era un toro para un catedrático veterano y no para un licenciado sin experiencia. Además, alargó la faena, sonó un aviso antes de entrar a matar, se le olvidó la puntería y estuvo de tener un disgusto después del segundo recado presidencial.
Y no desentonó en ningún momento el torero mexicano Sergio Flores. Recibió a su primero con unas verónicas con la pierna genuflexa, y, muleta en mano, explicó que es valiente, asienta las zapatillas, le sobra firmeza y aguanta miradas poco amistosas de sus oponentes. Seguro y sereno, Flores dejó muy buena impresión ante su primero, al que le robó muletazos muy estimables por ambas manos, solvente y motivado siempre. No pudo redondear nada ante el quinto, quizá el más soso y desordenado de toda la corrida junto al primero.
Este es el sino de la fiesta moderna: el toro-toro para los menos experimentados, y el toro tonto para las figuras. Por eso, esta crónica suena -y debe sonar- a justificación.
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