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EN PORTADA

Israel en la crisis de los 70

El Estado judío cumple siete décadas el lunes. Novelas y ensayos analizan su historia en un aniversario marcado por la ocupación de Palestina, Trump y la creciente tensión con Irán

Juan Carlos Sanz
Una palestina y sus hijos caminan por la localidad de Aram.
Una palestina y sus hijos caminan por la localidad de Aram.AMMAR AWAD (REUTERS)

El término izquierdista se ha convertido en un insulto en el Israel de hoy”, admite con sorna Amos Oz, el patriarca de las letras hebreas más conocido en el mundo. “Si uno solo mirase lo que reflejan los medios europeos, este país estaría compuesto por un 80% de fanáticos religiosos y colonos, un 19% de soldados en los territorios palestinos y un 1% de intelectuales que luchan por la paz, como yo”, ironiza el autor de Una historia de amor y oscuridad, que aún ve lejana una hegemonía conservadora aplastante sobre la sociedad hebrea.

Con celebraciones ya oficiadas el pasado abril de conformidad con el ciclo lunar anual judío, el Estado surgido de la partición de Palestina bajo mandato británico cumple 70 años el lunes, de acuerdo con el calendario gregoriano de los gentiles. El traslado de la Embajada estadounidense a Jerusalén ordenado por el presidente Donald Trump pone la guinda al festejo, al tiempo que constata la quiebra del consenso internacional sobre la solución de los dos Estados: uno palestino y otro israelí con capital compartida en la Ciudad Santa. A pesar del lastre del antiguo conflicto, el Estado judío se ha erigido hoy en potencia militar regional —que osa atacar a Irán en Siria pese a la tutela de Rusia sobre el país árabe— y en faro tecnológico que irradia innovación al mundo.

En esta atmósfera de retroceso diplomático que acompaña al aniversario — al día siguiente los palestinos recuerdan la Naqba (desastre), el inicio de su exilio y la desposesión de su tierra—, tres autores israelíes esenciales afiliados a la izquierda pacifista han presentado recientemente nuevas obras —es el caso de Oz y del historiador Ilan Pappé— o recibido finalmente el reconocimiento oficial de su país, como el novelista David Grossman con el Premio Israel de Literatura.

Lecturas

Queridos fanáticos. Amos Oz. Traducción de Raquel García Lozano. Siruela, 2018, 172 páginas. 16,95 euros

La cárcel más grande de la tierra. Una historia de los territorios ocupados. Ilan Pappé. Traducción de Ricardo García Pérez. Capitán Swing, 2018. 336 páginas. 20 euros.

Historia mínima de Israel. Mario Sznajder. Turner, 2018. 288 páginas. 18 euros.

Nakba. 48 relatos de vida y resistencia en Palestina. Salah Jamal. Ilustraciones de Miquel Ferreres. Icaria, 2018. 264 páginas. 19 euros.

Jerusalén, la ciudad imposible.Meir Margarit. Libros de la la Catarata. 160 páginas. 15 euros

Los tres autores impugnan la ocupación militar de territorios palestinos y los asentamientos en los que se han afincado más de 600.000 colonos en Cisjordania y Jerusalén Este desde 1967. Lo atestigua Oz en la tercera parte del ensayo Queridos fanáticos (Siruela). Fundador de la ONG Paz Ahora, encarna la tradición del intelectual de izquierda en un Estado que nació con la impronta socialista de los kibutz o granjas comunales. Hoy está al timón el Gobierno más derechista —una coalición de conservadores, nacionalistas y ultraortodoxos— de su historia.

Al veterano autor de Judas le resulta difícil “hacer profecías en la tierra de los profetas”. “Las personas cambian. Un líder conservador [como Menájem Beguin, que negoció la paz con Egipto hace 40 años] puede llegar a hacer lo contrario de lo que se espera”, replica cuando se le pregunta por la parálisis de las negociaciones con los palestinos desde 2014. En cerca de un decenio de sucesivos Gobiernos presididos por el primer ministro Benjamín Netanyahu, la esperanza de la solución de los dos Estados ha ido desvaneciéndose.

Encuadrado en el ala radical de la izquierda, el autor de La limpieza étnica de Palestina (Crítica) —obra de referencia en un país con lagunas de memoria— ya no vive en Israel. Ilan Pappé (Haifa, 1954) ejerce desde hace una década como profesor en la Universidad de Exeter (Reino Unido), después de haber quemado las naves académicas en su tierra natal. Cayó en el ostracismo por nadar contra la corriente historiográfica dominante. Desde el exilio, acaba de publicar en castellano La cárcel más grande de la tierra: una historia de los territorios ocupados (Capitán Swing), continuación de su texto más conocido, a la luz de documentos recientemente desclasificados. “Refleja lo que los palestinos denominan una Naqba prolongada”, explica por correo electrónico, “la ocupación israelí de Gaza y Cisjordania en 1967 vino a completar un proyecto iniciado en 1948”. A partir del 55% del territorio que asignó al Estado judío el plan de partición de Palestina bajo mandato británico aprobado por la ONU en 1947, Israel llegó a extenderse hasta el 78% tras el armisticio con los países árabes en 1949, hasta llegar a controlar el 100% en la guerra de los Seis Días.

“Puede que Israel sea una fortaleza, pero no es un hogar”, sostiene David Grossman

Con algo más de perspectiva —y de revisión— histórica, su último libro define el proyecto sionista como “un proyecto colonial”. “La limpieza étnica de hace 70 años fue sustituida en 1967 por una metodología más compleja: una especie de apartheid dentro de Israel [donde una quinta parte de la población de derecho es de origen palestino], un estricto control militar sobre Cisjordania y el bloqueo de Gaza”, enumera. Pappé suele referirse al enclave mediterráneo como “una cárcel a cielo abierto de máxima seguridad”.

¿Y Jerusalén, con un tercio de población palestina privada de ciudadanía? “Allí se utilizan los tres métodos a la vez”, sentencia. “Más que un cambio de paradigma, el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel arbitrado por Trump es la culminación del pleno respaldo de EE UU a las violaciones del derecho internacional cometidas por Israel”. El autor de La cárcel más grande de la tierra alerta de la pugna surgida en Israel entre dos modelos de ocupación. Uno sigue un “mapa estratégico”, al que los sucesivos Gobiernos han recurrido para diseñar la expansión de los asentamientos en zonas no densamente pobladas por palestinos. Otro se ampara en un “mapa bíblico” —el que intentan imponer las organizaciones de colonos con presencia en el Gabinete de Netanyahu— para extenderse por territorio ocupado.

El discurso radical de Pappé, que brota del extrañamiento, se enfrenta a una izquierda más moderada en la figura de David Grossman (Jerusalén, 1954). El escritor obtuvo en 2017 uno de los mayores reconocimientos literarios internacionales al ser galardonado con el Man Booker internacional por la traducción al inglés de su novela A Horse Walks into a Bar, versionada en español como Gran cabaret (Lumen).

El mes pasado, en plena celebración oficial del Día de la Independencia, recibió el Premio Israel de Literatura de manos del ministro de Educación, el líder político del movimiento nacionalista colono Naftali Bennett, en presencia del primer ministro, Netanyahu. El escritor, reconocido por su innovadora narrativa, traducida a 42 lenguas, tuvo que abandonar hace tres décadas su trabajo como periodista en la radio pública israelí por negarse a aceptar imposiciones políticas del Gobierno. Grossman, que perdió un hijo caído en combate en la guerra de Líbano de 2006, había recordado en un acto conjunto de israelíes y palestinos —celebrado pocas horas antes de recibir el Premio Israel—a las víctimas de conflictos que han enfrentado a ambos pueblos. “La pena no nos aísla, sino que nos une y nos fortalece”. Su discurso del Día de la Memoria en Tel Aviv fue publicado como tribuna por EL PAÍS. “Israel celebra sus 70 años de existencia. Pero no tenemos todavía un hogar de límites claros y aceptados, que mantiene relaciones tranquilas con sus vecinos. Hoy Israel quizá sea una fortaleza, pero no es ese hogar. Si los palestinos no tienen un hogar, los israelíes tampoco lo tendrán. Cuando los francotiradores israelíes matan a docenas de manifestantes palestinos, Israel es menos hogar”. Este fue, condensado, su mensaje.

“La limpieza étnica de hace 70 años fue sustituida por una especie de ‘apartheid”, afirma Ilan Pappé

Pero cuando los ecos de los fastos oficiales apenas se habían apagado en Israel, la actriz Natalie Portman —nacida en Jerusalén, aunque criada en Estados Unidos— dio un nuevo aldabonazo a la conciencia crítica de la izquierda pacifista israelí. La ganadora del Oscar a la mejor interpretación femenina en 2011 anunció que boicoteaba el Premio Génesis, considerado el Nobel judío, a causa de la participación de Netanyahu en la ceremonia de entrega del galardón, dotado con dos millones de dólares. Portman había transmitido a los organizadores que no acudiría a recoger el Génesis, ya que “en las actuales circunstancias” —en alusión a la represión militar de las protestas palestinas en la frontera de Gaza—no se encontraba en condiciones de asistir “con la conciencia tranquila”. Portman dirigió en 2015 el rodaje en Israel de la película Una historia de amor y oscuridad, basada en la novela homónima de Amos Oz. Ese mismo año, David Grossman había retirado su candidatura al Premio Israel en rechazo a la política de Netanyahu.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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