Necesitaba un favor y le hicieron la pascua
Solo dos banderilleros, Andrés Revuelta y Juan Navazo, escucharon ovaciones en el primer festejo
No es normal que un joven y desconocido novillero se presente en Madrid en plena feria de San Isidro. Pues, no, mire usted. O es un fenómeno y la gente está dispuesta a empeñar el colchón para no perdérselo o no tiene una lógica explicación. O sí.
Su apoderado, con buena intención, sin duda, habrá removido cielo y tierra para que el muchacho tenga la oportunidad de su vida y demuestre lo que lleva dentro, y resulta que el favor se ha convertido en un regalo envenenado.
Guadaira / Garzón, Ochoa, Téllez
Novillos de Guadaira, bien presentados, especialmente los tres últimos; mansos en los caballos, a excepción del segundo y cuarto; nobles y sosones.
David Garzón: media ladeada (silencio); dos pinchazos y estocada baja (silencio).
Carlos Ochoa: casi entera trasera y perpendicular, un descabello —aviso— y tres descabellos (silencio); tres pinchazos y estocada (silencio).
Ángel Téllez: buena estocada (silencio); media tendida —aviso— y un descabello (silencio).
Plaza de Las Ventas. Primer festejo de la Feria de San Isidro. 8 de mayo. Algo más de media entrada. (16.371 espectadores, según la empresa).
Tal es el caso de David Garzón, un novillero sin oficio, con el ánimo corto, el corazón contrito y las ilusiones por las nubes, que ha recibido una buena porción de hiel uno de los días más importantes de una carrera que ojalá sea larga y fructífera.
El compromiso era fuerte y débiles sus aptitudes. La prueba lo superó, y no escuchó ni un ole en toda la tarde. Tuvo dos novillos de triunfo y no pudo aprovechar las buenas condiciones de sus oponentes. Sin duda, no era el día ni la hora del aspirante. Pero, claro, dirá el apoderado, si no lo pongo ahora, que puedo, cuándo…
No pudo ser. Lanceó de salida a su primero con desconfianza y sin lucimiento alguno, y lo muleteó, después, muy despegado y acelerado entre el silencio aburrido del respetable. Metía la cara el ovillo, iba y venía y repetía con dulzura, pero el toreo resultante era mecánico y mudo.
Lo molestó el viento ante el bien presentado cuarto, y confirmó que el toreo de capote no es lo suyo. Tampoco mejoró con la franela ante otro animal que no planteó especiales dificultades.
Y lo peor de todo: David Garzón no dijo en ningún momento que había llegado a Madrid dispuesto a comerse el mundo. Eso es lo grave: que Madrid se lo comió a él.
Con más oficio se presentaron sus compañeros, pero no con más hondura torera. En el fondo, el problema que subyace es el de siempre: hay que torear con el alma, y para ello hay que poseer personalidad.
Ochoa tiene maneras y traza bien los muletazos. Dibujó verónicas bien intencionadas y algunos naturales largos, pero a toda su labor le faltó unidad, poso, sentido… Su primero se apagó pronto y tras una larga faena —como todas— se tiró a matar muy de verdad. Tampoco brilló ante el quinto, más soso y descastado que el anterior, y en este falló con la espada.
Un inválido fue el tercer novillo de la tarde, y Ángel Téllez no pudo explicar su misterio más que en la suerte final, que la hizo con espectacularidad y acierto; poco novillo fue, también, el sexto, y ahí quedaron un par de naturales en un mar de aburrimiento, con un cielo atormentado y lloviznoso, y la esperanza de la tarde ya perdida.
Así las cosas, seis silencios, el más oscuro balance para tres chavales cargados de sueños. Y dos ovaciones para dos hombres de plata: Andrés Revuelta y Juan Navazo, por su torería en el tercio de banderillas.
Babelia
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