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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Joyce, de Pascuas a Ramos

'Vamos, nena, que te comen la merienda' no busca lo sublime. Busca entretener con la tragicomedia del día a día. Y lo consigue

Portada del tebeo 'Vamos, nena, que te comen la merienda'.
Portada del tebeo 'Vamos, nena, que te comen la merienda'.

Página uno. 6.59 de la mañana. Asunción, venerable anciana, continúa su paseo que va ya para dos horas con un bocadillo que lo resume todo: "Aing, señormedueletodo". Pasa un minuto fatídico. Y son las siete de la mañana. Entra en escena Mari Carmen, su hija. Es el estrés hecho mujer. La rodean mil bocadillos de contorno relampagueante con sendas agonías mundanas: que si el móvil no sonó a las seis, que si está sin coche, que si por la tarde inglés y psicóloga, que si hay que sacar a cagar al perro, que si mamá no se toma las pastillas. Aunque eso último no es cierto, porque Asunción sí que se las toma, aunque prefiere callar por tocar un poco las narices a su Mari Carmen, que hay que darle picante a la vida. 

Información útil

Título: Vamos, nena, que te comen la merienda

Guionista: So Blonde

Dibujante: Marta Masana

Editorial: PlanetaComic

Precio: 17,95

Este arranque de Vamos nena, que te comen la merienda es una declaración de intenciones cristalina como pocas puede uno encontrarse. Nada de megalómanas ambiciones o de intentos de revolucionar las celdillas de espacio tiempo que llamamos viñetas. Nada de sobrio realismo, plagado de silencios e instantes contemplativos que aspiran a atrapar la vida con la gravedad de un filme de Tarkovski. Este tebeo es consciente y orgulloso de ser un tebeo, un pasatiempo, un divertimento. Y por ello es casi una rara avis.

Esta primera escena con Mari Carmen y sus cuitas cotidianas me recordó las mías en primer término. Yo, como padre primerizo, recuerdo muy bien sentirme exactamente así hace... un par de horas, cuando el arranque del día parece que lo arrolla a uno como un tren bala y lo deja baldado antes de empezar siquiera con la primera tareilla de esa lista interminable. Pero en segundo término me recordó una reflexión que vengo mascando con varios colegas de sufrimiento en este vivir o malvivir de la cultura. Cómo la vida a toda pastilla y ciertamente deplorable que impone el capitalismo a sus sudorosos engranajes se ha transmitido también a esos oasis de deleite que eran el ocio cultural.

¿No sienten ustedes la presión en el cogote de esas mil y pico series que TIENE QUE VER SÍ O SÍ antes de que acabe el mes para estar al día en la conversación del café? ¿No le agobia ese libro del año, película del siglo o videojuego del milenio que derrapa cada poco en Twitter a golpe de hashtag? ¿No siente náusea al advertir en usted y en los demás que el primer gesto para decidir qué peli ver en la cartelera es darle una ojeada a Filmaffinity y Rottentomatoes? Si la respuesta a alguna de las preguntas anteriores es afirmativa, consuélese. No está usted solo. Como decía Lucifer, somos legión.

Viñeta del tebeo 'Vamos, nena, que te comen la merienda'.
Viñeta del tebeo 'Vamos, nena, que te comen la merienda'.

Hay una obsesión del presente, trasladada sin duda del ritmo atroz que nos imponen nuestras urbanitas vidas, de no perder el tiempo. No perderlo incluso cuando el objetivo principal sea precisamente perderlo. O más bien ganarlo, pero sin ningún tipo de recompensa cuantificable. De esa obsesión por parcelar nuestras vidas para exprimir su utilidad no ha podido escapar el deleite cultural, que vive sometido más que nunca, como han criticado no pocos artistas, a la dictadura de la cuantificación. Goodreads, Metacritic, IMDB, Filmaffinity, Rottentomatoes... Todas estas plataformas vienen a ser, en esencia, lo mismo. La fórmula del crecepelo que nos autoconvence de que no estamos perdiendo el tiempo. 

Esto ha provocado una agonía en todos los actores que intervienen en la industria cultural. Si no se es extraordinario, por fuerza se tiene que ser popular. Y si uno logra cualquiera de los dos extremos, más le vale ir subiendo como un globo en ambiciones o fans o será rápidamente arrumbado como fracaso. Un diseñador de videojuegos me comentaba, agobiado, cómo ha detectado que hoy en día por debajo de un 8,5 de media en Metacritic un juego lo tiene crudo para vender. Un autor, agobiado también, me decía haber vivido un bloqueo creativo por la presión de lo bien recibidas que habían sido sus últimas novelas; en vez de gozar con las mieles del éxito, las sufría, por el convencimiento de que los lectores siempre le exigirían de aquí y hasta el final de su carrera el más difícil todavía. Creador y espectador parecen haberse empeñado en hacer girar una rueda infernal en la que se acumulan las novedades en todos los campos y en la que se busca una suerte de excelencia universal que justifique perder nuestro valiosísimo tiempo en ellas.

Difícil cura tiene este síndrome. Pero, como primera pastilla, de esas que se toma Asunción mintiéndole a su hija, no está mal agenciarse y leerse un cómic como Vamos nena, que te comen la merienda. Si le aplicamos el método espartano de la estadística cuantitativa, no lo resistiría. Nunca compraríamos este tebeo habiendo tantas obras maestras de tantos países estrenándose simultáneamente cada mes. Pero el caso es que Joyce, Tarkovski o Moore no tienen que ser el pan de cada día, al igual que no nos alimentamos solo a base de alta cocina de a 80 euros el cubierto. Vivir agobiados por leer/ver/jugar solo lo mejor de lo mejor es atentar contra la misma naturaleza de esas nobles actividades.

Viñeta del tebeo 'Vamos, nena, que te comen la merienda'.
Viñeta del tebeo 'Vamos, nena, que te comen la merienda'.

Y es que además toda obra, como bien dicen Tarantino o Spielberg, tiene su recompensa. Este tebeo tiene muchas. Es divertido desde la primera viñeta hasta la última. Hilarante, a veces. Sobre todo en ese magnífico personaje que es Asunción, abuela reconvertida en youtuber de éxito que se erige como auténtico héroe cotidiano. Es una abuela capaz de birlarle al típico plomo callejero (por desgracia, ser un plomo a veces es requisito profesional) que arruina la privacidad del paseo para pedir opinión en una encuesta, inscripción en una ONG o adquisición de tal tarjeta de crédito. Es una abuela capaz de llevarse una cámara macanuda amenazando al dependiente con mearse en la tienda todas las mañanas con excusa de incontinencia si no le aplica la abusiva rebaja. Y es una abuela capaz de poner de vuelta y vuelta a la mejor amiga de su hija para acto seguido explicarle conmovedoramente por qué es imprescindible para su niña y, por tanto, para ella.

Pero Mari Carmen, la madre estresada, y Luna, la adolescente atractiva y perezosa, también crecen en el lector. Las tres configuran un fresco reconocible, aunque nazca de la caricatura, de nuestro presente. Y consiguen un raro efecto balsámico en este miasma tóxico de intereses y odios cruzados que vivimos en torno a diversidad y feminismo, nobles batallas manoseadas sin remedio de tuit en tuit. Es una obra reivindicativa sobre las mujeres y lo femenino sin cargar las tintas. Porque a veces funciona mucho mejor un chiste grueso —personalmente adoro ese en el que la adolescente Luna dice algo así como: "¡Pero si se me sale medio gato!", en referencia al vello púbico que le desborda la braga— que una carga de bayoneta furibunda por las malparidas redes.

Además, el cómic acierta y mucho en su apuesta estética. El estilo de Masana se adapta con total naturalidad a la irreverencia light del guion de Blonde, y los ojos vuelan comiéndose la historia casi como sin querer. Ayuda que la estructura de anécdotas suele entreverar a las tres protagonistas cada una o dos páginas, a veces con historias que se mantienen, como la ascendente carrera mediática de Asunción, y a veces con estampas muy concretas para lanzar un chascarrillo y una reflexión de digestión rápida. Un botón de esto último es una página dedicada a la odiosa-pero-no exsuegra de Mari Carmen: a página completa vemos un supermercado; en lo alto de la página, tres anuncios de belleza con las típicas modelos de medidas imposibles, todos ellos llevan la palabra perfecto; abajo, la rellenita, vieja y nada anunciable Tony, que murmura el siguiente globo de pensamiento: "Joder, qué gustazo estar superada para permitirme ser imperfecta".

Así que, querido lector, la pelota está en su tejado. Puede usted pasar de mi consejo y buscar y rebuscar en todo aquello sublime que lo espera en la infinita pila de imprescindibles o puede fiarse de mi criterio y darle una oportunidad a unas carcajadas tranquilas y sin remordimientos sobre cosas que ya conoce y sufre. A mí tanto me da. Porque ya me he comido mi merienda. De McDonalds, grasienta e insana. Y lo bien que entró.

Les dejo con el prospecto a modo orientativo que incluye el tebeo en cuestión: "Un bonito y anecdótico retrato social costumbrista en clave de psicocomedia intergeneracional con toques lisérgico onanistas y algo de picar pero light". Ni más. Ni menos.

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