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ENTREVISTA

Hans Magnus Enzensberger: “La Transición parecía que iba a ser extraordinaria”

Europeo convencido, el poeta y ensayista alemán está ahora triste: el invento no va bien. En su apartamento de libros bien ordenados, confiesa que ya no volverá a viajar a ningún sitio

Hans Magnus Enzensberger, visto por Sciammarella.
Hans Magnus Enzensberger, visto por Sciammarella.

Al final de la conversación, en este espacio que tiene desde hace décadas en Múnich, Hans Magnus Enzensberger (Kaufbeuren, Alemania, 1929) brinda de pie con vino de Jerez. Es un europeo convencido, entrañado en la idea de Europa, pero ahora triste: el invento no va bien. El autor de Tumulto (Malpaso, 2015) repasó las imposturas revolucionarias del siglo XX, algunas de las cuales visitó en primera línea de fuego: Cuba, Mayo del 68, Baader Meinhof, Brigadas Rojas, incluso los rescoldos de esperanza y de prematuro naufragio de la URSS. Con ese bagaje cultural y político incide ahora en un libro que se publicará en su editorial, Suhrkampf, el mes entrante y que lleva un título, aún no traducido, que suena así: “El arte de la supervivencia”.

Ahora estamos con él en este espacio, su casa (23 grados dentro, -10 grados en la calle nevada), para preguntarle cómo ve el mundo a estas alturas. Conserva sus modos, la vivacidad de esos ojos claros, los gestos rabiosos cuando no le sale el español que tuvo (ha sido un gran traductor al alemán de nuestra lengua), y habla con entusiasmo, simpatía y tristeza de este país, al que visitó (véase en EL PAÍS sus Cristales rotos de España, 1985) cuando en el extranjero (y aquí) se sentía que la Transición era el bálsamo definitivo. Él también creyó que “la Transición iba a ser extraordinaria”.

Ahora el discurso nacionalista catalán está entre esos cristales rotos que se ajustan a su metáfora, también para lo que ocurrió en las revoluciones del siglo XX. Le da pena el discurso nacionalista y lo conecta con lo que pasó en Euskadi. “Qué horror, aquella Iglesia, los curas oscuros”. A su edad ya no va a volver a España, ni a ningún sitio, y no podrá repetir visitas como la que hizo, la última vez, a ver el 15-M. “No, ya no voy a volar más. Lo he limitado porque no tengo ganas de estar en los aeropuertos, los odio, te chequean por todas partes, te quitan la ropa, los zapatos. ¡No lo acepto!”.

Esta vez no son los países, son los aeropuertos los que lo mantienen en pie de guerra, sentado en su casa de Múnich. Ya no saldrá más. “El artículo 1 de la Constitución alemana dice que la dignidad del hombre no se ataca. Y en los aeropuertos hacen todo lo contrario”. Algo a lo que también se negó es a utilizar móvil, a usar en exceso el e-mail… “Contesto al teléfono normal y escribo cartas. Hay un método seguro si no quieres ser vigilado: enviar y recibir cartas postales escritas a mano: las máquinas no saben leerlas”. Siempre estamos buscando, en la vida, burlas a la vigilancia. “Afortunadamente, en este mundo tan vigilado, nadie se interesa por mí, no conozco a nadie, nadie quiere saber de mí ¡y ni siquiera conozco a la señora Merkel!”.

PREGUNTA. ¿Le gustaría?

RESPUESTA. Nunca he tenido afán por encontrarme con políticos.

P. Pero sí se encontró con Fidel Castro.

R. ¡Y con el rey de España, y con la reina! Claro, eran los Premios Príncipe de Asturias. En esa ocasión era inevitable. ¡Una gran fiesta montaron!

P. ¡Para usted!

R. No: ¡para la Monarquía!

En aquel libro, Tumulto, el HME de ahora habla con su antepasado, el HME de las revoluciones: “Parece que se te ha olvidado lo ruidoso que era el tumulto”. Ahora sí que es ruidoso el mundo. “¡Muchííííísimo!”. En los sesenta era un tumulto controlable. “Y ahora en Alemania estamos en una isla de paz, no hay guerra civil, es agradable vivir aquí. ¡Pero en el resto del mundo! Oriente Próximo es inhabitable, Siria, Irak, los kurdos…”.

Y además hay un hombre al frente del mundo, Donald Trump, que ama la guerra y reclama armas… “Me da pena América porque los americanos me salvaron, nos salvaron, en 1945. He tenido mucha gratitud hacia los americanos, pero me da mucha pena la situación en la que están ahora con ese hombre, es terrible”. Sobre la matanza de colegiales dijo ese hombre que si los profesores tuvieran armas eso no habría pasado… “Tienen obsesión con las armas, a Canadá no llegó ese problema. En el siglo XIX hubo una guerra civil entre el norte y el sur de Norte­américa. Esa guerra latente subsiste entre los norteamericanos y de ahí viene la obsesión por ir armados”.

P. ¿Y Alemania cómo va?

R. Más o menos tranquila. Hay una derecha populista como en todas partes, como en Francia y Escandinavia. No me preocupa en absoluto porque no van a vencer. Son personajes no fiables que disputan entre ellos.

Ya no voy a volar más. Lo he limitado porque no tengo ganas de estar en los aeropuertos, los odio, te chequean por todas partes, te quitan la ropa, los zapatos. ¡No lo acepto!

P. En aquel libro, Tumulto, reconstruye el pasado con su alter ego menor, el testigo de todas las revoluciones. ¿Para qué sirve mirar el pasado, Enzensberger?

R. Para saber cómo éramos, cómo sobrevivimos. Tengo este proyecto que saldrá en abril, el libro El arte de la supervivencia, sobre lo que han hecho los artistas para sobrevivir en el siglo XX. El estudio del pasado nos lleva a conocer esas artes de supervivencia, que implican a muchos señores de prestigio que hicieron lo que fuera para no ser aplastados por la historia y mantenerse a flote.

Entre esos personajes se vislumbran nombres en español: Octavio Paz (“y sus relaciones con el PRI mexicano”), Camilo José Cela (“lo detesto, no tengo ningún respeto por él”), Pablo Neruda (“imagínate, qué personaje, su Oda a Stalin…, qué superviviente”)… En el libro cuenta “cómo hicieron unos y otros, en un siglo tan complejo, para no acabar en los campos de concentración alemanes, o en los Gulags rusos, qué prácticas y tácticas utilizaron. Como Brecht, al que nunca le pasó nada”.

P. Sí, en la lista veo a Brecht. ¿Cómo lo hizo?

R. Fue muy listo. Tuvo un pasaporte austriaco sin serlo, tuvo una caja fuerte en Suiza, estuvo amenazado por el Partido Comunista, pero lo dejaron en paz con su teatro por el contenido de esa caja. Asumía riesgos, pero calculados…

Hay más nombres propios. Henry Miller, César Vallejo (“tuvo una vida normal vistas las circunstancias, y murió de hambre en París, describió incluso su propia muerte”), y están Pessoa y Céline…

P. ¿Ha visto lo que ha pasado ahora en París? Censuraron a Céline.

R. ¡Sobrevivió, pero es una persona muy negativa, un antisemita furioso! Tan furioso que los propios alemanes nazis lo evitaban por extremista. ¡Hasta acusaba a Hitler de no ser bastante radical!

Nombres sorprendentes están también: Juan Carlos Onetti, André Breton… Algunos ya dichos requieren precisiones. El Premio Nobel a Cela “es ridículo porque no escribía bien”. A Octavio Paz le tiene respeto porque escribía bien “y por su método para sobrevivir, no sabía qué pruebas le iba a exigir el futuro y tuvo que organizar la supervivencia”. ¿En cuanto a Neruda? “Era un caradura, sí, sí, sí. Iba de comunista comprometido o revolucionario y era todo falso. Pero le fue muy bien eso para sobrevivir en la Unión Soviética, en Occidente, en España, en América Latina y en Oriente, como cónsul de la República de Chile”.

P. ¿A quién salva?

R. Tengo cierto respeto por los que no colaboraron con los ocupantes en la guerra mundial, con los que conservaron cierta independencia, cualidad que admiro mucho. Kapuscinski, Joseph Brodsky… Este libro, por cierto, es un test sobre cómo me hubiera comportado yo mismo.

Neruda era un caradura. Iba de comunista comprometido o revolucionario y era todo falso. Pero le fue muy bien eso para sobrevivir

P. Y Tumulto era un recorrido sobre lo que le produjo entusiasmo y luego le olió mal.

R. La desilusión es un factor muy grave. Por ejemplo, Gottfried Benn fue un entusiasta de los nazis; después su desilusión fue tan grande que se retiró a otro oficio… Cuando llegas a un renombre mundial es imposible que te maten. Pasternak, Solzhenitsyn… La fama puede ser una estrategia. Otra estrategia es la contraria: hacerse invisible, no aparecer en televisión, en revistas.

P. De todo lo que pasó en el siglo XX, de todas sus experiencias, ¿hay algo de lo que pueda decir “aquello estuvo bien”?

R. Cuando vas con muletas, tu trabajo son tus muletas y sólo puedes avanzar vacilante. Creo que en mi caso lo que ha sobrevivido es la poesía, últimamente he escrito mucha. Y mi primer libro fue poesía.

P. Imagine que un nieto suyo le pregunta qué sobrevive de los sesenta, del 68, de la Revolución cubana…

R. Creo que ahora, en general, las relaciones con la policía son distintas. Creo que hasta en España la Guardia Civil se ha civilizado, ¡y el Ejército alemán es pacifista!

Tengo cierto respeto por los autores que no colaboraron con los ocupantes en la guerra mundial

P. Eso viene de Mayo del 68, quizá.

R. ¡¡¡Sí!!! En Alemania también tuvo efectos. También hubo una transición. Quedaban los últimos vestigios del imperio alemán de los años veinte, pero el espíritu militar ha desaparecido, algo extraño porque los alemanes fueron buenos soldados durante un tiempo. Ahora no quieren saber nada de eso: el tono de la sociedad ha cambiado, quieren hacer negocios, exportar automóviles, son inofensivos. El 68 eliminó muchos anacronismos de antes de Weimar.

P. ¿Y qué aporta ahora la política alemana a Europa?

R. No quieren tener la hegemonía política, presentarse como número uno. De ahí la alianza con Macron, el reagrupamiento con los franceses, hasta con países con los que no se han llevado bien, como Polonia o Hungría. Se nota el peso económico de Alemania, y el peso de su población, pero ahora son inofensivos.

P. Tampoco quieren líos con Trump.

R. Tenemos que estar muy atentos, porque esta es cuestión de la OTAN. Ahora se ha garantizado que los rusos no invadan Alemania, que el petróleo llegue desde Oriente, desde Venezuela, de todas partes.

P. Y los intereses hacen hoy la política.

R. Sí, no hay amistad sin intereses.

Dice en Tumulto: “He estado en la tierra de nadie de demasiados aeropuertos”. Es su manera de desechar su importancia. No es un especialista, pero ama la ciencia, ha escrito un best seller para enseñar matemáticas (“del que he vendido cinco o seis millones de ejemplares, ¡garantiza mi pensión!”), y ha estado (”pero no he participado: me encontraba allí pero en otra parte”) en varias revoluciones. “Tal vez me haya evadido por instinto; en la guerra mundial aprendí a quedarme lejos de los que disparaban, el sonido de la metralleta no me gusta, y deserté al final por un instinto de supervivencia”. Fue reclutado siendo un niño, como Günter Grass… “Hicieron un caso de su pertenencia a las Waffen SS y no dicen que para hacer ese ejército reclutaron a un millón de personas ingenuas… ¡Los periodistas, la que armaron con eso! Y Günter era un muchacho ingenuo, que luego fue un gran narrador pero jamás fue un intelectual…”.

P. En su obra hay mucho hundimiento: El hundimiento del Titanic, Tumulto…

R. ¡Pero también tengo uno de progreso, Mausoleo. ¡50 libros! ¡Basta! Me da la sensación de que en Alemania me toleran porque saben que ya son pocos los años que deben soportarme. Es cuestión de paciencia.

Se enrabieta: su español ya no es tan bueno. Y el español es una lengua amada, que lo hizo traductor feliz de grandes autores, hasta ahora mismo. “Cuando hablar castellano fue un problema en Cataluña perdí el afecto por ese país. Antes a todo el mundo se le permitía hablar el lenguaje que quisiera. Es una locura”.

P. Decía usted en una entrevista que le hice en 1990 que era capaz de sentir que estaba en Europa si caía en paracaídas y a ciegas en cualquier lugar del continente por el olor. ¿Cuál es el olor dominante de Europa ahora, el que más le gusta?

R. Es una cuestión de orientación. Yo busco el centro de los pueblos. El Ayuntamiento, el mercado, la estación de tren… Sin haber estado nunca en ese sitio, sé que el conjunto de esos olores corresponde a un pueblo de Europa.

Un día dijo que hubo un tiempo en el mundo en que se decían muchos países y al final se cantaba en todos ellos All You Need Is Love. Al final de esta conversación ya no hace sol en su casa y él saca dos copas de vino de Jerez. Brindamos por él, tan veterano y tan saludable. Un testigo de cuando el mundo se conjugaba en futuro. Ahora no se sabe muy bien qué tiempo hace, pero afuera hiela en Múnich.

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