Un futuro ecofeminista
La corriente que aúna la preocupación por el medio ambiente y la igualdad entre hombres y mujeres vive un renovado auge, también en la mesa de novedades editoriales
A Françoise D’Eaubonne, hija de madre aragonesa y padre anarcosindicalista francés, se le atribuye el bautizo en 1974 del abrazo entre la preocupación por el medio ambiente y la igualdad entre hombres y mujeres. Lo llamó ecofeminismo. En aquellos años el ecologismo estaba en auge y la segunda ola sacaba a la calle al feminismo radical: las mujeres defendían una sexualidad y maternidad libres a la vez que crecía la inquietud por la falta de alimentos debido a las alarmantes proyecciones de población. La amenaza del hambre y, consecuentemente, la sobreexplotación de los recursos calaban en el feminismo, siempre atento a lo que ocurre a su alrededor. D’Eaubonne relacionó pronto ambas cuestiones. Si las mujeres no estuvieran obligadas a parir todo el tiempo, si ellas pudieran decidir, espaciarían los nacimientos. Pensó también en lo devaluadas que estaban las tareas de los cuidados, siempre en manos femeninas, tanto la crianza como la vejez, y lo asoció con el respeto al entorno… Stop. Ahí llegó el primer choque con una de las grandes, Simone de Beauvoir, quien recordó que esos cuidados no eran cualidades femeninas, sino una construcción social. En esa zarza se enreda todavía el asunto. Y el asunto está de nuevo en auge.
El acelerado calentamiento global, por un lado, la extendida asunción del dominio patriarcal, la mayor sensibilidad entre las nuevas generaciones ante el maltrato animal, el capitalismo de consumo que sobreexplota los recursos y a las personas, el abuso de ciertas tecnologías que envenenan las relaciones, la necesaria interculturalidad para el bienestar geopolítico… La reflexión actual acerca de todo esto coloca de nuevo al ecofeminismo en un buen puesto de salida. No faltan quienes piensan que podría sustituir al fatigado capitalismo. Un libro de la filósofa y pensadora Alicia H. Puleo, Ecofeminismo. Para otro mundo posible (Cátedra, 2011), ya en su quinta edición, es “la biblia” de la Red Ecofeminista, coordinada por Dina Garzón. La organización nació en España hace un lustro, cuando la respuesta que más escuchaban era una pregunta: “¿Ecoqué?”. Dina Garzón sostiene que el desconocimiento del ecofeminismo se debe, en parte, al recelo que el feminismo, a secas, ha tenido con parte de este discurso, dividido en dos familias principales desde sus orígenes. “Las que nos encuadramos en el ecofeminismo crítico [el así denominado por Alicia H. Puleo] no estamos por la labor de que la mujer vuelva al hogar y a los cuidados como si eso fuera intrínseco a su sexo, ni compartimos esas nuevas concepciones sobre la crianza y el eterno amamantamiento de los hijos que ahora está de moda”, afirma. O sea, más del gusto de Simone de Beauvoir.
Amelia Valcárcel: “Quien no sea ecologista hoy está loco, pero el ecofeminismo es quizá una actitud política”
Vandana Shiva, de quien Capitán Swing acaba de publicar¿Quién alimenta realmente al mundo?, es un nombre clave de este movimiento en la actualidad. La activista india defiende algunas tesis con las que no todas están de acuerdo, pero ha puesto el ecofeminismo en el mapa. “Es la referencia, le guste más o menos a quien sea. Lo que defiende no es más que un ecologismo templado y moderado por el feminismo, porque la mayor parte de los planteamientos que contemplaba el ecologismo original no eran de ayuda para la vida de las mujeres, sino lo contrario, como por ejemplo que dejemos de usar compresas o que lavemos a mano…, en fin, suponía una huida al pasado”, dice la filósofa Amelia Valcárcel. Un camino de vuelta que la mayoría de las feministas no están dispuestas a transitar. Por otro lado, hay quien liga el ecofeminismo con la idea de la mujer como salvadora del planeta. “Eso es pura metafísica. Esa continuidad con la naturaleza ya se rompió, para hombres y mujeres”, zanja Valcárcel. Y resume así: “Cualquiera que no sea ecologista hoy está loco, pero el ecofeminismo es quizá una actitud política todavía, no una filosofía política, le falta mucho para eso”.
Esencialistas o críticas, no es ese el debate en cuestión, sino los mimbres y la penetración de este pensamiento para dotar de valores a un nuevo orden. Un mundo distinto, contenido en el consumo y en la sobreexplotación de los recursos y, por supuesto, igualitario. Una sociedad que, sin volver a roles y esclavitudes pasados, embride un poco los excesos en todos los ámbitos: de la alimentación a la tecnología, del trabajo sin horarios al consumismo ciego. El ecofeminismo defiende “el ideal epicúreo que se ha perdido en el tiempo, el de la obtención de la felicidad a través de los placeres sencillos. Una comida sana es mejor que un gran banquete”, resume la filósofa Alicia H. Puleo, autora de Ecofeminismo. Para otro mundo posible, profesora de la Universidad de Valladolid, gran defensora de un ecofeminismo templado, o quizá actualizado, el que ella ha subtitulado como crítico.
Los estudios económicos desarrollados por las feministas también abundan en esta tesis de renovación del sistema actual, no desde un punto de vista soteriológico, es decir, de salvación del mundo o la humanidad, pero sí dotada de fundamento económico. “No es fácil decir que el feminismo sustituirá al capitalismo, pero solo aplicando una perspectiva feminista tendremos un modelo económico que no sea devastador sino sostenible para la propia vida y los ecosistemas, ahora esquilmados por métodos extractivos que solo buscan la acumulación de beneficios cercenando las posibilidades de regeneración de los recursos”, empieza Carmen Castro, doctora en Economía, que el año pasado publicó Políticas para la igualdad. “La justicia redistributiva es social, de género y ecológica. Que sigamos dando vueltas al cambio climático es un indicador del estrabismo en el que vivimos. La necesidad de generar otro modelo económico va más allá del equilibrio de sexo y género, hay que regenerar la economía, los sistemas de producción y los problemas que están creando. En todo esto puede engarzarse el ecofeminismo”.
“Las políticas extractivas expulsan a generaciones de jóvenes bien formadas, por ejemplo, y la cultura de la inmediatez, esa que predica que todo tiene que estar aquí y ahora a golpe de clic, es otra secuela de la sociedad consumista. Todo ello, tanto la explotación de recursos como de las personas, genera marginalidad”, añade. Propone construir indicadores de riqueza distintos del PIB, que “solo está concebido para medir la evolución de la renta monetarizada. Si hay un incendio o una guerra computarían de forma favorable en el PIB, por ejemplo, debido a la posterior dinamización económica para reconstruir lo asolado”. Castro también menciona entre las perversiones del modelo económico actual “las resistencias para incorporar el valor del trabajo invisible y no remunerado que desempeñan millones de mujeres en todo el mundo, mientras que la cuantificación de actividades ilegales como el tráfico de armas o la prostitución en el balance de cuentas encuentra mayor eco”. Así pues, concluye, “la subida del PIB no siempre significa progreso”.
O, como decía D’Eaubonne, “la falocracia está en la base misma de un orden que no puede sino asesinar a la naturaleza en nombre del beneficio si es capitalista, y en nombre del progreso si es socialista”.
Las ecofeministas alertan, sin embargo, siguiendo a la filósofa Celia Amorós, de las “alianzas ruinosas”. Las mujeres no deben arrostrar en exclusiva la recuperación de un mundo verde, dicen. El feminismo ya puso todos sus ejércitos para otras causas (abolicionismo de la esclavitud, Revolución Francesa, etcétera) que, una vez ganadas, expulsaron a las mujeres de sus filas. Por eso, cierta vuelta al pasado, cuasirreligiosa, el abrazo de antiguos roles femeninos que se aprecian en algunos grupos sociales, preocupan a Carmen Castro: la falta de sostén público no debe empujar a las mujeres a la recuperación de la crianza en casa, a la educación en familia, a la división del trabajo por roles. “El modelo económico no puede caer en esa trampa: el resurgir de la mística de la maternidad o la reproducción como salvadora del mundo”. Advierte, además, que esto no es casual. “En tiempos de crisis siempre emerge ese papel bucólico de crianza y maternidad asociado a la mujer, o iniciativas ciudadanas de subsistencia… En definitiva, lo individual frente a lo colectivo”, lamenta Castro.
Alicia H. Puleo explica: “Mi tarea ha sido elaborar una propuesta ecofeminista que no se basa en identidades estereotipadas de la mujer-madre o la mujer-naturaleza. Hay que conservar los valores de autonomía que ha ido ganando el feminismo moderno. Ojo con volver a esos lugares naturales de la mujer”, advierte. Así que Puleo plantea el lema: “Libertad, igualdad, sostenibilidad”, incluyendo en la libertad “los derechos sexuales y reproductivos por los que tanto han luchado las mujeres”.
“El modelo económico no puede caer en la trampa de la maternidad como salvadora del mundo”, dice una experta
Esta forma de entenderlo es distinta de la idea que sostiene, por ejemplo, la autora de Mujer y cambio social en la Edad Moderna, la profesora María Antonia Bel Bravo: “Las mujeres tenemos superávit de experiencia al cuidado de la naturaleza. Por otro lado, el siglo más cruel de la historia lo han acaudillado los hombres. No es volver a viejos roles, sino pedir al varón que se implique en los cuidados. Aunque los valores emergentes son valores de mujeres”, dice. Opina también que “desde las leyes internacionales se está fomentando el aborto; un lince tiene más protección que un feto”, asegura, y cree que “no se puede defender a ultranza la ecología y despreciar al protagonista del medio ambiente, el ser humano”.
El respeto extremo por los animales y por la naturaleza en su conjunto es, sin embargo, uno de los pilares del ecofeminismo. “Ya algunas sufragistas vieron una conexión entre la violencia ejercida sobre las mujeres y la que sufrían los animales. Por eso, al mismo tiempo que luchaban por la obtención del voto, crearon las primeras ligas contra la vivisección y participaron activamente en sociedades protectoras de animales. Les llamó la atención la similitud de la violencia patriarcal contra las mujeres y animales domésticos que se ejerce en el sacrosanto espacio privado y para las que las leyes no daban respuesta”, dice Puleo. No son pocos los libros, las películas y la vida real donde los accesos de ira masculina se pagan primero acuchillando a una mula (La familia de Pascual Duarte) o matando al perro de la mujer (En el valle de Elah). Ahora esa violencia se ceba en ocasiones con los hijos. “Dañar o matar a los hijos o a los animales de compañía son a menudo formas de aterrorizar a las mujeres y conseguir su obediencia”, opina Puleo.
“Tenemos que alcanzar una educación emocional y ecológica de la igualdad que no sea solo instrumental. Hay que superar los dualismos: naturaleza versus cultura; razón versus emoción; humano versus animal; mente versus cuerpo; hombre versus mujer; Occidente versus Oriente… Somos naturaleza y cultura”, añade la filósofa.
Un ejemplo del lugar preeminente que ocupan los animales en este movimiento se encuentra en el arte de Verónica Perales. También profesora en la Universidad de Murcia, Perales desarrolló entre 2008 y 2011 el proyecto Grandes Simios en Femenino y dibujó a todos los gorilas hembra de los zoos españoles. “Cuando se trata de animales también se representa en mayor medida a los machos, incluso en esa icónica imagen en la que el mono se va irguiendo y transformando en hombre. Yo he querido hacer la contrapropuesta. Puedo reconocer a cada una de las gorilas: unas son amistosas y otras esquivas, cada una tiene un carácter único. Investigué sus cicatrices y trabajé los retratos haciendo hincapié en esas diferencias”, dice Perales.
Finalmente, Puleo resume: “El ecofeminismo es, pues, un movimiento ambicioso porque se plantea una sociedad sin dominación, ni de sexo, ni de clase, opción sexual, raza o especie. La naturaleza nos está dando señales de alerta. Se nos dice que iremos a una sociedad más austera. Bien, pues cuando eso ocurra estaremos preparadas para que el nuevo modelo sea también el más igualitario. Pero no podemos reparar los destrozos al medio ambiente mandando otra vez a la mujer a casa. La división de los roles genera guerreros, explotación y dominación. ¿Es ahí a donde queremos volver?”.
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