Sublime tecnológico
Ricardo Menéndez Salmón publica una parábola filosófica sobre el sacrificio de la humanidad en el altar del progreso

Desde su celebrada Trilogía del mal, Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) se ha caracterizado por dar nueva vida a la llamada novela de ideas. En aquel asedio al concepto abstracto del “mal absoluto”, encarnado en unos personajes insensibilizados, el estilo lacónico jugaba a favor del autor. En sus últimas novelas, singularmente en El sistema (2016) y en esta Homo Lubitz, la tendencia a lo alegórico opera también en la elección de un idioma complejo, prismático, que se eleva por encima de lo que entendemos por realismo (que suele equivaler a una falsa neutralidad). La prosa de Menéndez Salmón es más realista de lo que el realismo literario propugna, ya que describe no sólo por lo que denota, sino por la elección de un léxico, a la vez elevado y escatológico, que pretende una descripción totalizadora del mundo. Es un estilo que podemos definir (en alianza con la tesis de fondo de esta parábola filosófica) como “sublime tecnológico”. Un acierto, pero también uno de los motivos de la morosidad de la lectura de Homo Lubitz (y uno llega a echar de menos monedas de curso corriente, es decir palabras gastadas por el uso).
Digamos algo de la trama. En 2025, una corporación que gobierna secretamente el mundo envía a O’Hara a China para firmar un contrato farmacéutico. Poco después, su jefe, el vampírico Control, le encarga la misión de encontrar el paisaje real que se esconde detrás de una fotografía. Y un poco más adelante, O’Hara se ve envuelto en un involuntario proceso eugenésico. Añadamos que O’Hara siente una fascinación morbosa por los accidentes y por Andreas Lubitz, el piloto alemán que en 2015 estrelló voluntariamente el Airbus de Germanwings en los Alpes, matando a 149 personas.
¿Una trama gratuita? Sin duda. Y no es lo único gratuito en Homo Lubitz, plagado de referencias artísticas con voluntad de poética. Quizá su coherencia sea menos importante que la capacidad de tocar ciertos temas: el accidente y el número, la suplantación y el simulacro. Esta impugnación de la trama es teorizada con la ejemplarizante aparición del director de cine David Cronenberg: “Lleva retratando los miedos contemporáneos hace décadas”, escribe Menéndez Salmón. “Ha despojado al público de sus cómodas ficciones con argumento, nudo y desenlace”. Por eso, lo que comienza como un thriller pronto se convierte en una deliberada sucesión de estampas apocalípticas sin mayor tensión, una relectura del mito fáustico. En particular, es el segundo Fausto de Goethe el que sobrevuela en Homo Lubitz: el mefistofélico Control, el sacrificio de la humanidad por la trascendencia del progreso… Esta también es la tragedia del hombre en la época del desarrollo técnico, pero si en Goethe asistíamos a la primera crisis del individuo contemporáneo, el O’Hara de Menéndez Salmón es ya un hombre poshistórico o poshumanístico.
Quizá este personaje sea el responsable de que Homo Lubitz no termine de sostener el ambicioso proyecto de Menéndez Salmón. Si uno piensa en las grandes novelas alegóricas que le sirven de modelo, estas sobreviven gracias a la creación de personajes que catalizan las contradicciones de un tiempo: por ejemplo Huguenau, citado en el epígrafe que abre la novela. O’Hara, como el propio Andreas Lubitz, es “síntoma de las nuevas parusías”, escribe Menéndez Salmón. Es decir, síntomas de una sola idea, pero no catalizadores de diversas cosmovisiones.
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Autor: Ricardo Menéndez Salmón.
Editorial: Seix Barral (2018).
Formato: tapa blanda (272 páginas)
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