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Trágame, nube

La galería Max Estrella presenta al José Val del Omar más alquimista, el que veía en el cine un espectáculo capaz de hacer vislumbrar el infinito

'Tetrakina' (1976), perteneciente al 'Tetrascopio Plat'.
'Tetrakina' (1976), perteneciente al 'Tetrascopio Plat'.

Hay exposiciones que son un “espectáculo total”. Así llamaba José Val del Omar (Granada, 1904-Madrid, 1982) al cine experimental con el que entró en la historia del arte. Lo mismo podemos decir de la muestra que le dedica el espacio Max Estrella de Madrid. Es la primera que protagoniza este artista en una galería, una gestión de proceso lento, de más de ocho años, con la que este lugar recupera un pulso al que le faltaba emoción. Mucha.

Tal vez arruguen el gesto y se pregunten qué hace un autor como Val del Omar en un espacio comercial. Tal vez hasta él se lo pregunte, dado el poco alcance económico que tuvo siempre su trabajo, que le llevó a volcarse en sus inventos (que él llamaba “intentos”) de técnicas cinematográficas que luego patentaba. Por ejemplo, el sistema del “desbordamiento apanorámico de la imagen”, que presentó en 1957 en Milán, en uno de los muchos congresos de cinematografía en los que participaba. Él hablaba desde el cine, pero había una correspondencia con el arte también. En esos años, en plena vigencia del informalismo europeo, la investigación científica fue colándose en unas obras que empezaron a calificarse de cinéticas, y que no tardaron en protagonizar las exposiciones en torno a 1960. En la Documenta III de Kassel, de hecho, una sección dedicada a la luz y al movimiento, Licht und Bewegung, supuso el afianzamiento internacional de un arte basado tanto en el movimiento real como en el virtual. Aunque esos caminos nunca llegaron a cruzarse.

Fue más bien una sintonía de época de la que Val del Omar participó como un outsider, dentro del cine y del arte. Un poco en tierra de nadie y de todos. Vinculado al medio cinematográfico, siempre fue considerado un creador maldito, de obra exigua y poco metraje. Un raro robinsónico, como decían Rubén Darío y Román Gubern. O un cinematista, como se calificaba él. Sin duda, un referente. Como artista, es una figura de culto desde que Manuel Borja-Villel le diera un importante papel en el Museo Reina Sofía. Fue con la retrospectiva Desbordamiento de Val del Omar, en 2010, comisariada por Eugeni Bonet y realizada en colaboración con el Centro José Guerrero de Granada.

Vinculado al medio cinematográfico, siempre fue considerado un creador maldito, un 'outsider' de obra exigua en tierra de nadie

Conscientes de ello son sus herederos, que han empezado a mover su legado buscando reponer la memoria. El pasado noviembre, a través de Piluca Baquero y Gonzalo Sáenz de Buruaga, que gestionan el Archivo Val del Omar, se hizo pública la donación al Museo Reina Sofía de material sonoro, diapositivas y diakinas, creaciones gráficas y collages, películas y materiales fílmicos, así como del PLAT, el Laboratorio de Picto Lumínica Audio Táctil, reproducido en aquella fantástica exposición en el Reina Sofía, lleno de aparatos de proyección, lentes, polarizadores, filtros, obturadores, mecanismos y “dedos láser”. Auténticas joyas de ese cine imposible y experimental que lleva tiempo siendo uno de los focos de estudio del museo.

Todavía se está gestionando la cantidad y la elección de estas piezas, pero habrá muchas obras de Val del Omar. La familia tenía clara la idea de donación y que fuera para el museo nacional, pero también que quería propagar este legado más allá de sus fronteras. Por ahí viene el giro de Max Estrella al gestionar su herencia. Es, además, un salto cualitativo en su devenir como galería de mediano formato, como muchas de sus iguales, ancladas en un ir y venir sin mucho movimiento. Cualquier paso de futuro para este tipo de espacios pasa por gestionar el trabajo de un artista consagrado, y colocarse así en otro lugar del mapa internacional. Es el perfil de coleccionista que se busca aquí a través de algunas obras clave.

La exposición funciona como una ínsula, que abarca De Gutenberg a Faraday, dice el título. No es una muestra de obras de un artista al uso, sino que trata de acercarse a la construcción de las piezas propiamente, atendiendo al proceso creativo que las constituye y mostrando elementos de su laboratorio que han sido fundamentales para el desarrollo de su trabajo. Ahí se ve el buen hacer de Amelie Aranguren, encargada antaño de velar por el lado más creativo de la Fundación García Lorca y que desde hace un año colabora con la galería.

Val del Omar desarrolló un profundo conocimiento antropológico de la capacidad del cine sobre el público gracias a su experiencia en las Misiones Pedagógicas de la República (1931-1935), un hecho que le ayudó a priorizar la percepción del espectador a la hora de concebir sus obras. Algunas de sus invenciones son soluciones prácticas de su época, pero otras se adentran en una visión insólita, como la persecución de un cubismo acústico y visual mediante el sonido diafónico, dialéctico y la tactilvisión, con técnicas basadas en una iluminación pulsatoria precursora de la realidad virtual.

Por ahí fluctúa una de sus obras más conocidas e incluida aquí, Aguaespejo granadino, realizada entre 1953 y 1962 como parte del Tríptico elemental de España. Colocada en la galería se convierte también en una edición de siete, de la que el Reina Sofía atesora en su colección la primera. Hoy en día se considera una obra maestra. La película está consagrada a declinar exhaustivamente las distintas formas del agua, estancada, que fluye, que asciende o que se desploma, donde Val del Omar juega con ralentís e imágenes congeladas y donde una forma perpetuamente cambiante en algo que queda fijado a través de un estatismo.

El montaje engrandece este trabajo, donde también puso en práctica el sonido diafónico, patentado en 1944, consistente en establecer fuentes sonoras delante y detrás del espectador, de tal modo que este se ve obligado a dialogar entre lo que ve y lo que oye. Val del Omar entendía su trabajo como una misión trascendental, la de hacer confluir lo que llamó el desenfrenado engranaje horizontal de la máquina con la tradición vertical, mística, de los pueblos mediterráneos. Su vocación orientalista, junto a su pasión por la técnica, lo llevó a la mecamística, filosofía que lo define como artista y que vemos en múltiples notas manuscritas.

Los collages disparan cualquier idea preconcebida que tengamos de Val del Omar, y conectan con esa idea del color como cosa palpitante que tanto le gustaba usar. Lo mismo ocurre con Variaciones de una granada (1975), que desborda el espacio de la galería y proyecta una especie de bodegón cinematográfico compuesto de granadas y que combina técnicas de animación y de pictolumínica, que a su vez implican toda una batería de recursos, incluyendo efectos de rayos láser. Una instalación en la que se ha cuidado hasta el mínimo detalle.

Existe un pequeño guion inédito de Val del Omar, titulado Trágame, nube, que habla de caminos fáciles y difíciles en el mundo creativo. Él tenía claro cuál de ellos prefería. “Quiero irme a donde no sé”, solía escribir. Avancen a ese lugar sin miedo. El desnivel es la razón del latido.

Val del Omar. De Gutenberg a Faraday. Galería Max Estrella. Madrid. Hasta el 21 de abril.

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