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sillón de orejas
Columna
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Crisis de identidad

Berta Vias confirma su condición de excelente estilista en su novela sobre Vivien Maier

Manuel Rodríguez Rivero
Retrato del conde-duque de Olivares a caballo (1636), de Velázquez.
Retrato del conde-duque de Olivares a caballo (1636), de Velázquez.museo del prado

1. Confusiones

Imagínense a un nada improbable señor Mario Llosa Vargas al que un librero despistado atribuye la autoría de Conversación en La Catedral, o a un hipotético —pero verosímil— Federico Lorca García consignado como autor de Poeta en Nueva York. Bueno, pues, mutatis (multis) muntandis, eso es lo que me viene sucediendo (en detrimento del de mayor mérito) con el profesor Manuel Rivero Rodríguez, un historiador especialista en Edad Moderna, desde que, hace más de una década, publicara su estupenda síntesis La España de Don Quijote (Alianza). Cada vez que mi trastocado alter ego patronímico publica uno de sus sesudos y bien documentados volúmenes, aparece algún librero o catálogo empeñado en atribuírmelo, como si no tuviera bastante con mi modesto, pero limpio, Sillón de orejas. Y hasta algún conocido ha llegado a reprocharme guardar muy en secreto mi vocación historiadora. Con el señor Rivero Rodríguez —a quien nunca he tenido el placer de saludar personalmente— me comuniqué en el otro lado del espejo hace ya algunos años, y ambos hicimos unas risas al respecto de nuestros respectivos doppelgänger. La última vez que me he visto en la misma situación de confusión es hace unos días, cuando me llegó una reseña de una librería (por cierto, especializada en historia) con la referencia del nuevo libro El conde duque de Olivares; la búsqueda de la privanza perfecta, de un tal Manuel Rodríguez Rivero, que soy yo, y no él. Menos mal que en el ejemplar que me ha enviado su editor (Polifemo) la autoría aparece correctamente. En cuanto al libro de mi fantasma, al que he dedicado algunas horas, debo decir que supone un avance sustancial en el conocimiento de un periodo fundamental de nuestra historia moderna. Y con el añadido de una posible lectura “actualizada”: la ejecutoria política de don Gaspar de Guzmán (1587-1645) es, entre otras cosas, un ejemplo perfecto, y luego recurrente, de esa tentación reformista-autoritaria de unificar y centralizar por decreto las diferencias entre los territorios que componen España (la famosa Unión de Armas, por ejemplo) en aras de una presunta mejor administración. Y, además, oblicuamente, y con discreción, Rivero Rodríguez matiza o pone en cuestión algunas opiniones acerca del reformismo del valido del gran hispanista John H. Elliott, cuyo estudio canónico sobre el conde duque de Olivares (Crítica) se publicó hace más de 30 años y ya iba necesitando un par de vueltas historiográficas. Lo que dudo es si pedir a los responsables de Babelia que, como desagravio al que también usa las iniciales MRR, firmen uno de mis sillones de oreja con los apellidos cambiados.

2. Poesía

Los 1.000 primeros títulos de la “serie negra” de poesía de Jesús García Sánchez —el alma de Visor— no sólo constituyen un acontecimiento editorial y cultural sin precedentes, sino que indirectamente atestiguan la buena salud de ese problemático paciente que es la edición de poesía. ¿Cifras? En 2017 se publicaron o reeditaron 5.603 títulos, un 6% de la producción total de libros, lo que no está nada mal. Como también resulta significativo que, de ellos, 825 (un 15%) lo hicieran en soporte electrónico. Algo a tener muy en cuenta en una época en que se expresan en Internet centenares de ciberpoetas con cifras de seguidores que harían bizquear a, por ejemplo, José María Gabriel y Galán o, por citar a un poetselérico más reciente, Joaquín Sabina. Y lo mejor de todo es que siguen apareciendo colecciones o sellos para la lírica. Entre los últimos de que tengo noticia, permítanme que cite dos: la nueva serie poética de Alba, que acaba de publicar la Poesía completa de Emily Brontë (bilingüe) y la Antología de poetas españolas, y la editorial Marisma, que empieza su andadura publicando El guante de plástico rosa (bilingüe), de Dolors Miquel, y la recuperación conjunta de dos poemarios de culto del chileno Pedro Montealegre (1975-2015): Transversal y Opus Morbo.

3. Prestada

Vivian Maier (1926-2009), la nada glamurosa fotógrafa de cuya existencia nos enteramos —¡hace sólo una década!— cuando un coleccionista adquirió en un baratillo de bric-à-brac y miscelánea invendida una buena porción de sus placas y negativos, y descubrió en ellos una mirada inédita y original, tenía todo para convertirse en protagonista de una novela (Una vida prestada, Lumen) de Berta Vias. Anónima —y casi clandestina—, la única pasión conocida de Maier era la fotografía, y su más estable compañía fue su cámara Rolleiflex de dos lentes, con la que enfocó y disparó a todo lo que una vida sin aspavientos puso a su alcance. El resto —salvo quizás su trabajo de 40 años cuidando a niños ricos— cuenta poco. Madre francesa, padre poco paternal, algunos viajes a lugares lejanos. Y fotos, fotos, fotos: decenas de millares. Berta Vias, que confirma en esta novela su condición de excelente estilista y su extraordinaria capacidad para introducirse en el “alma” de sus personajes, reconstruye la vida interior de quien no dejó dicho casi nada —diarios, cartas— acerca de lo que le (con)movía: todo lo puso en sus imágenes. Lo más bien escaso que sabemos de la existencia “exterior” de Maier lo convierte Vias en palanca para penetrar en su mente, en sus (plausibles) sentimientos, en sus conjeturables deseos. Vias, como siempre hace en sus libros, utiliza a sus narradores para hablar también de sí misma, de su trabajo literario, de las preguntas que se formula durante el proceso de creación, de las dificultades de expresar lo que no es evidente, ni siquiera universal. Por eso, y de paso, Una vida prestada funciona también como metáfora de la mujer artista, de su silencio —a veces ensordecedor— en un medio del que a menudo es desplazada por quienes siempre lo tienen todo más claro. Una lectura intensa de la que no resulta fácil desprenderse.

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