El otro Baroja
Maltrecho de salud y retirado en la casa familiar de Itzea, Ricardo, hermano de Pío, concibió una humorística fantasía medieval felizmente recuperada
Ricardo Baroja fue el mejor grabador español de su tiempo. excelente pintor y un escritor original y divertido para cuya utopía dramatizada, El pedigree, su amigo Valle-Inclán escribió el mejor de sus escasos prólogos. Después, nadie le ha hecho mucho caso… A la fidelidad de su sobrino, Pío Caro Baroja, debemos una semblanza muy recomendable, Imagen y derrotero de Ricardo Baroja, y ahora mismo la recuperación de una novela de 1940, Bienandanzas y fortunas, para la que escribió antes de morir un preliminar emotivo y nostálgico; una y otro nos llegan ahora de la mano del hijo de Pío, Pío Caro-Baroja, que sigue el frente de la animosa Editorial Caro Raggio, que fundó su abuelo.
La novela se escribió en los penúltimos años de su vida, que pasó en la casa familiar de Itzea, rota la relación con sus hermanos, la salud ya muy quebrantada, tuerto desde un accidente en 1931 y cada vez más desengañado de todo. Quizá tanta adversidad le dictó un texto que era lo más opuesto a sus cuitas: una fantasía medieval llena de humor desenfadado y concebida como un homenaje cordial a su tierra vasca (en el fondo, un retoño tardío del mismo espíritu que había inspirado a su hermano Pío La leyenda de Jaun de Alzate, más rica en intención y calidad estética). Ricardo había empezado su novela como un poema épico-burlesco cuyas páginas se perdieron en la casa de Madrid, destruida durante la guerra civil, a salvo de unos pocos versos que utilizó como encabezamientos de los capítulos. Se inspiró en la lectura de un libro homónimo del suyo, Bienandanzas y fortunas, obra del caballero Lope García de Salazar, cuya única copia de 1492 (de mano ajena) se conserva en la Biblioteca Nacional y que fue editada de modo incompleto en 1884.
En esas viejas páginas debió de leer Baroja el atropellado y monónoto texto de García de Salazar que, a lo largo de veinticinco libros, cuenta la historia de España y de todo el mundo conocido, se recrea en una detallada relación de la leyenda artúrica y desemboca a su final en una crónica de las venganzas, tropelías y batallas que, a lo largo del siglo XV, libraron entre sí los linajes vascos, agrupados en las banderías de oñacinos y gamboínos. En los Libros XXIII y XXIV de la edición más reciente (meritoria obra de la filóloga Ana María Marín Sánchez) encuentro los nombres propios y algunas referencias de los odios y rivalidades de los personajes de la novela de Ricardo Baroja, aunque no están, por supuesto, ni el repudio de doña Sancha por parte de don Íñigo de Guevara, ni la cómica venganza que tomó del caso el hermano de la expulsada, don Gonzalo, ni menos todavía la historia paralela de una borta (bastarda) muy guapa, la Chacha Beltza, que fue el verdadero motivo del agravio y logró sobrevivir a toda la cascada de violencia para acabar ejerciendo de hurí en la corte nazarí de Granada. En esas invenciones, a vueltas de comilonas, matonerías y salvajadas, Baroja pone en pie un homenaje a su tierra, aunque también atisbe y apruebe el mundo más tranquilo y sensible que forman don Lope, hermano menor de Gonzalo, y María de Mendoza, su esposa (que es sobrina del Marqués de Santillana), quienes leen el Libro de buen amor y los poemas de Berceo mientras hacen lo posible por evitar las contiendas. Estas y otras impropiedades deliberadas forman parte del encanto de este libro. No olvidemos que, cuando en 1913 Pío Baroja adquirió la casona de Itzea en Vera de Bidasoa, fue Ricardo quien diseñó los reposteros con las armas de los Baroja, los Alzate y los Goñi, que su madre Carmen Nessi confeccionó y que todavía hoy recuerdan al visitante el bronco pasado banderizo que los divertidos moradores modernos celebraron.
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Autor: Ricardo Baroja.
Editorial: Caro Raggio (2017).
Formato: tapa blanda (245 páginas)
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