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De aquellos lodos, estos barros

La cerámica se ha convertido en el gran borrador donde los artistas ensayan relecturas de lo popular tensando la tradición y buscando nuevas alternativas

Una de las obras de Elena Aitzoa expuesta en 'Cale, cale, cale! Caale!!!', en Tabakalera en San Sebastián.
Una de las obras de Elena Aitzoa expuesta en 'Cale, cale, cale! Caale!!!', en Tabakalera en San Sebastián.

Es atemporal y anacrónico, viejo pero nuevo, sencillo aunque sofisticado, y tiene algo de eterno retorno. Conecta igual con el tiempo geológico y las primeras construcciones físicas y simbólicas del hombre como con un tiempo poshumano que escapa de nuestro control. El barro es el material dúctil por excelencia, y, por lo tanto, la forma más inmediata de acoplamiento entre la mano, el cuerpo y lo real. Un campo de fuga para cualquier práctica artística. La maleabilidad que ofrece lo hace poroso a infinidad de usos y formas. He ahí su poder: ser un material con la entidad suficiente como para ser tratado de tú a tú a partir de una memoria de gestos transmitidos de generación en generación, donde la factura técnica vuelve a su nivel más elemental. A una zona llena de conflictos.

La fascinación que despierta en el arte contemporáneo tiene mucho que ver con esa libertad expresiva anterior a cualquier complejo. Cada vez son más los artistas que indagan en sus posibilidades y su relación con el lenguaje y el pensamiento. Explorarlas exige contextualizar su significado, su lenguaje y los roles históricos de su práctica formal. A priori, el barro siempre ha sido un material vulgar, discreto con las modas y más ligado a la artesanía que al arte propiamente dicho, aunque la revalorización de lo esencial y la revisión del Arts & Craft lo han llevado a primera línea de museos y mercado. También al campo editorial con volúmenes como Vitamin C, recién publicado por Phaidon.

La mirada a la tradición es hoy disléxica: se ensayan otros modos de aprendizaje y otros tempos de lectura

El Premio Turner de 2004, otorgado a Grayson Perry, marcó un punto de inflexión a la hora de revisitar la cerámica en el conjunto de las artes visuales, y poco tardaron las galerías en asumirlo. Barbara Gladstone de Nueva York le dedicó en 2007 una extensa mirada con Makers and Modelers: Works in Ceramic, hoy un hito, con la participación de muchos de los artistas fundamentales en este campo, de Urs Fischer a Anish Kapoor, de Mike Kelley a Rosemarie Trockel o de Rebecca Warren a Fischli & Weiss. Precisamente el dúo suizo ha contribuido lo suyo a la revalorización del barro con trabajos como Suddently the Overview, una serie expandida en el tiempo de más de 200 figurillas de arcilla que vimos en la Bienal de Venecia de 2013. Una edición memorable, también, por el pabellón holandés de Mark Manders, abierto al diálogo entre el barro, el cemento y el bronce. Hubo ahí un punto de inflexión que llevó a los museos a las retrospectivas y las revisiones históricas. Los dos últimos años, con la cerámica instalada en las ferias, ha sido una aceleración: Edmund de Waal fichado por Gagosian, Rachel Kneebone por White Cube, Ken Prince por Hauser & Wirth…

El reflejo ha llegado también a nuestro país con el rescate de un clásico en la próxima edición de Arco, Pere Noguera y su enfangada, en el estand de José de la Mano, y la apuesta por dos artistas clásicas aunque silenciadas como Elena Basco (Alegría) y Concha Ybarra (Luis Adelantado). Aunque el silencio mayor ha llegado estos días con la muerte de Betty Woodman, referente ya en los cincuenta en saltarse los cánones.

'Escorça sobre escorça' (2016), de Jordi Mitjà.
'Escorça sobre escorça' (2016), de Jordi Mitjà.

En Madrid la vimos el año pasado en El curso natural de las cosas, la exposición comisariada por Tania Pardo en La Casa Encendida que recogía mucho de esa mirada atenta a lo elemental que tanto conecta con la artesanía y la vuelta al origen. El título hacía un guiño a Joan Miró, que trabajó como un hortelano hasta en el prolífico campo de la cerámica, junto a un Josep Llorens Artigas y su hijo Joan Gady, que tanto influyeron en las terras xamotadas de Tàpies y el uso de la terracota en las conocidas lurrak de Chillida. El diálogo entre el adentro y el afuera, tan propio del escultor vasco, fluctúa también en las obras de Elena Aitzkoa (Apodaka, 1984), que expone ahora en Cale, cale, cale! Caale!!!, una muestra pensada por Juan Canela para Tabakalera de San Sebastián. Dice la artista que su interés por la cerámica es redondo, como las vasijas y las figuras prehistóricas. La idea de que algo se pueda llevar y vaciar mueve muchos de los porqués de su trabajo, telas sumergidas en escayola con pigmento de color que aplica de manera también circular hasta crear volúmenes. Incluso las telas, papel u otros materiales en crudo sin escayola los manipula con esa idea plástica de cerámica. El barro sin cocer también ocupa parte de la producción de Diego Delas (Aranda de Duero, 1982), que el próximo 3 de febrero veremos en la galería F2. Luego las baña de cera o las pinta al óleo en conjuntos escultóricos que rozan lo totémico. Algo hay en sus obras que especula con la producción de objetos que tienen su origen en el universo doméstico, casi ancestral, pensados para sobrevivirnos.

Transversal es el acercamiento a la cerámica de June Crespo (Pamplona, 1982), además de reciente. De ella le interesan sus propiedades y estados mentales, la capacidad de mantener su carácter dúctil y mórbido en un estado sólido. Su primer contacto fue con Kanala, proyecto comisariado por Ángel Calvo Ulloa para el Marco de Vigo. Trabajó con un artesano local y con la idea de acumulación de gestos y de canalización. De ahí sus elementos tubulares en diferentes escalas, acabados y modos de producción, alternando lo artesanal con lo industrial, y mezclado con otros muchos materiales, como vemos en su actual exposición en la galería CarrerasMugica en Bilbao. Y con su versión más elástica trabaja también Teresa Solar Abboud (Madrid, 1985), como veremos el próximo 9 de febrero en su instalación para el espacio Abierto x Obras de Matadero. Para ella la cerámica tiene algo de fuerza telúrica. A menudo compara la plasticidad del barro con la cualidad plástica del propio cerebro, con el equilibrio de fuerzas que se genera entre ambos elementos, donde a ella le interesa hablar de peso, ductilidad, resistencia y control. Algo de energía oculta hay también en el trabajo de Jordi Mitjà (Figueras, 1970). En Moumento indómito (2015) erosionó un suelo de ladrillo para conseguir que el material estuviera al límite de su resistencia y después cocerlo en un horno para aplacar esa acción. Desde entonces, no se ha separado del barro y la experimentación, como vemos ahora en Bombon Projects, en Barcelona. Un camino en paralelo al que recorre Marc Larré (Barcelona, 1978) poniendo el barro en diálogo con la fotografía y que presentó en la Fundación Suñol hace unos meses.

El barro es la forma más inmediata de acoplamiento entre la mano, el cuerpo y lo real. Campo de fuga creativo

El peso de la tradición es a menudo asumido aunque no necesariamente revisado por muchos artistas. Su aproximación es disléxica: ensayan otros modos de aprendizaje y otro tempo de lectura, donde la cerámica conserva algo atávico ligado al tiempo, pero uno futuro. Algo así como una prehistoria contemporánea. De la vía más popular florece el trabajo de Antonio Ballester Moreno (Madrid, 1977). El barro es tierra, dice, de donde salen las plantas que tanto pinta en sus cuadros, y desde donde piensa la cerámica. Son conocidos sus jarrones, como los que ahora expone en el Centro de Arte de Zapopan en México, realizados junto a la gente del municipio, así como las setas de barro que hizo en talleres con niños para la exposición¡Vivan los campos libres de España!, también en La Casa Encendida. Su proyecto para la próxima Bienal de São Paulo, que inaugura en septiembre, tiene mucho que ver con ella y con el ecosistema cultural y biográfico que acompaña su labor de alfarero.

'Polo' (2014), de Miki Leal.
'Polo' (2014), de Miki Leal.

Atado a lo vernáculo está asimismo el trabajo de Fernando Renes (Covarrubias, 1970), que trabaja la cerámica desde el lenguaje y el dibujo, y que hace unos meses trasladaba a su auténtico lugar, las calles de Genalguacil, en Málaga, dentro del festival Arte Vivo. El arraigo con el territorio y la biografía es común en artistas como MP & MP Rosado (San Fernando, 1971), que se han despojado de sus autorretratos en terracota para entablar un lenguaje mucho más sofisticado con la tradición de la cerámica andaluza. También ahí está Miki Leal (Sevilla, 1972), para quien la cerámica es el territorio natural hacia el que se extiende su pintura. Salir del marco y materializarse es sólo uno de los objetivos. Su obra de cerámica es una crítica a la tradición y a los límites de lo pictórico. En su última exposición en F2 el pasado septiembre la llevó a la instalación, con una cancha de tenis con guiños a Foster Wallace. El proyecto era notable, aunque allí donde Miki Leal emociona es en el pequeño formato salpicado de enseres personales, desde el frutero con corbata al polo de los domingos, pasando por las llaves de casa petrificadas en arcilla.

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