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Un ‘lifting’ para el faro de Cádiz

La única atalaya metálica en uso en España recupera su lustre gracias a una restauración

Jesús A. Cañas
Dos pintores trabajan en las obras de restauración del faro de Cádiz.
Dos pintores trabajan en las obras de restauración del faro de Cádiz. PACO PUENTES

Rivalizaba en mitológicos orígenes con la Torre de Hércules y, en el siglo XII, el geógrafo andalusí Al-Zuhri decía de él que era un "curioso faro parecido al de Alejandría". Apostado en el extremo occidental de Cádiz, festonea las reputadas puestas de sol de la playa de La Caleta y, de paso, pone fácil las rimas más chovinistas a los carnavaleros. Pero ni sus orígenes vetustos ni su poética apariencia salvan al único faro metálico en uso de España de la salvaje corrosión del mar. Desde hace semanas, una intensa restauración pone remedio a tanto desgaste y asegura la postal caletera unas décadas más.

Los andamios que abrazan los 38,5 metros de estructura hacen visibles los trabajos, encargados por la Autoridad Portuaria de la Bahía de Cádiz, desde el horizonte más lejano. De cerca, el ensordecedor proceso de chorreado de arena traza una nube de lascas de pintura gris que se desprenden de la corroída superficie de la estructura. A eso se suma la reparación de las piezas metálicas exteriores perdidas y el recuperado de los interiores. La restauración, que debe estar terminada a lo largo de este mes, culminará con el pintado, que protegerá al faro de la acción marítima y los temporales, especialmente fuertes en el castillo de San Sebastián, una avanzada que penetra a modo de islote en el océano Atlántico.

"Todo lo que está en el mar necesita un mantenimiento constante para evitar su deterioro", reconoce Esteban Naranjo, uno de los tres técnicos de ayuda a la navegación del Puerto de Cádiz, responsable de la atalaya gaditana y heredero de las tareas del desaparecido farero. Los trabajos no revisten grandes complicaciones, más allá de la altura —similar a la de un edificio de siete plantas— y los temporales que obligan a reprogramar la tarea de los 12 obreros. Distinto es valorar el simbolismo de la actuación, como reconoce José Miller, jefe de obra de Caminos, Canales y Puertos, empresa encargada de la restauración. “Es una obra emblemática, no hay duda. No se recuerdan todos los trabajos que se hacen, pero este sí que va a quedar”, apostilla.

Los trabajos —que costarán 61.309,62 euros— contemplan el resanado y la protección de estructuras realizadas en resistente acero laminado; además de las escaleras, barandillas, suelos, rejas, puertas, ventanas y cúpula. Pero también se contempla trabajar sobre el soporte de la óptica, que hoy gira de forma automática gracias al impulso de dos motores, pero que conserva intacto el sistema de gravedad con una pesa con el que se impulsaba a principios del siglo XX.

Pese a las obras, el faro no ha detenido su actividad luminosa, visible a 25 millas náuticas. Del ocaso hasta el alba sus lámparas emiten dos destellos cada diez segundos, cuatro por cada giro completo de 20 segundos.

El faro de Cádiz, con la estructura que lo cubre para su restauración.
El faro de Cádiz, con la estructura que lo cubre para su restauración.PACO PUENTES

Rafael de la Cerda

Pero la torre de Cádiz encierra más singularidades. Proyectado por Rafael de la Cerda en 1907, es la única metálica que queda en activo en España. “Había similares en la desembocadura del Ebro, pero se retiraron”, matiza el técnico del puerto. La infraestructura gaditana es heredera tardía de la ingeniería constructiva de faros metálicos iniciada en la primera mitad del siglo XIX, en Inglaterra, por el ingeniero británico A. Mitchell. “Es un claro exponente cultural e histórico de una tecnología que hoy es arqueología industrial, pero que encierra evidentes valores culturales e históricos”, sostienen los arquitectos de la Universidad de Sevilla Miguel González y Concepción González en un artículo sobre la infraestructura gaditana.

De la Cerda ideó una estructura que se podía montar sin andamios, con un tubo central de palastro de dos metros de diámetro, por cuyo interior discurre una escalera de caracol que lleva a la linterna. Tan extraordinario parecido tiene con el aún existente faro en el islote filipino de Tanguingui —construido 14 años antes por el ingeniero español Primitivo Luelmo— que “induce a pensar que el ingeniero del de Cádiz se inspiró en el proyecto de esta torre flipina", según los arquitectos sevillanos. Sea como fuere, De la Cerda sí dejó claro en su proyecto que la infraestructura estaba preparada para ser desmontada con celeridad en caso de guerra. Para ello, se usaba un pescante aún ubicado en la cima.

No fue este un ingenio fortuito de su autor. El actual faro venía a sustituir a uno anterior construido sobre una torre almenara en 1766 y que recogía una larga tradición de torres y atalayas en la zona del islote de San Sebastián. Aún se desconoce el emplazamiento exacto del primero de los edificios, con orígenes mitológicos que le vinculaban a Hércules y comparado con el faro de Alejandría. El de 1766 fue mandado derruir por el duque de Nájera, ante el temor de un posible ataque americano durante la Guerra de Cuba en 1898.

La torre gaditana quedó lista en 1912, después de que huelgas y diversas dificultades jalonasen su construcción. Solo un año después, la infraestructura se convertiría en la segunda de España en contar con alumbrado eléctrico. Desde hace más de una década funciona de forma totalmente autónoma y conectado a un software que alerta de cualquier problema. Ahora, con el siglo más que cumplido, el faro de Cádiz encara ya el final de su enésima mejora, que lo abocará a otra década más con una envidiable salud de hierro.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.

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