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Crítica | Spoor (El rastro)
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El cazador nocturno

La película tiene un enigma que resolver, pero prefiere tomarse su tiempo describiendo la red de complicidades entre figuras marginales

En una secuencia de Spoor (El rastro), primer largometraje de Agnieszka Holland en seis años –series como Treme, The Killing y House of Cards han dominado su agenda durante todo este tiempo-, una mujer que acaba de sufrir la agresión de su marido le cuenta a la protagonista, ingeniera retirada con afición por la astrología, una vieja leyenda polaca: la del Cazador Nocturno, figura justiciera que, montada sobre dos grullas negras, extermina a los malvados. Es uno de los signos –otro es un significativo disfraz en la fiesta que sirve de marco al diálogo- de que a la directora le ha entrado una cierta urgencia por resolver el misterio que articula su película.

Basada en la novela Sobre los huesos de los muertos (Siruela) de la escritora Olga Tokarczuk, Spoor (El rastro) tiene un enigma que resolver en su centro –una serie de asesinatos de cazadores en una zona montañosa limítrofe con territorio checo-, pero prefiere tomarse su tiempo describiendo la red de complicidades que se va estableciendo entre las figuras marginales de un paradigmático microscosmos rural con subsuelo ominoso. La dependienta de una tienda de segunda mano, el informático amante de William Blake que sufre ataques epilépticos, un entomólogo especializado en insectos necrófagos y un vecino taciturno van formando una constelación de afectos alrededor de la figura central de esa Janina Duszejko que se convertirá en el inquisitivo vector de justicia en el seno de una comunidad aislada que parece vivir cómodamente instalada sobre la sangre de las bestias.

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