David Fincher: “Los cineastas hemos ayudado a fomentar la fascinación por los asesinos en serie”
El director de ‘Seven' y ‘Zodiac’ dirige y produce ‘MINDHUNTER’, una serie sobre los comienzos de la psicología criminal
¿Cómo nos adelantamos a los locos si no sabemos cómo piensan? Es la premisa en la que se basa MINDHUNTER, la serie con la que el cineasta David Fincher vuelve a Netflix después de haber arrancado House of Cards en 2013. Ambientada a finales de los años setenta, cuando el FBI comprendió que necesitaba explorar nuevas técnicas de investigación, sitúa en el centro de la trama a dos agentes –interpretados con muy buena química por Jonathan Groff (Glee, Looking) y Holt McCallany (Blue Bloods)– que entrevistarán a criminales (que existieron en la realidad, como Ed Kemper, conocido como “el asesino de las colegialas”) para intentar entender sus motivaciones. Netflix, que estrena la primera temporada al completo el 13 de octubre, ha presentado la serie en el Festival de Cine de Londres, ciudad en la que Fincher recibió a EL PAÍS.
Pregunta. ¿Por qué cree que los asesinos en serie provocan esa especie de fascinación?
Respuesta. Creo que en parte la hemos fomentado nosotros. En la narrativa cinematográfica o televisiva siempre necesitamos un buen hombre del saco; de Michael Myers a Hannibal Lecter, los presentamos como unos sofisticados genios del mal. Pero en la vida real no son así. Son seres tristes, muchas veces patéticos, que han tenido experiencias vitales terribles y han cometido actos horrendos.
P. La serie se centra en el perfil psicológico de los criminales, y las conversaciones con ellos son mucho más importantes que la acción.
R. Decidimos que no era necesario mostrar persecuciones por callejones, y que la base de la serie podrían ser estas conversaciones escalofriantes. Los directores acostumbrados a trabajar en televisión siguen ciertas estructuras, saben que hay una razón por la que las películas tienen tres actos y las series de televisión cinco, o cuándo introducir un cliffhanger. Pero yo no deseo dejarme limitar, ni que los espectadores sepan cuándo se avecina la publicidad; quiero que estén perdidos en el bosque. Además, nuestra serie empieza con un tipo que no sabe lo que está haciendo, cuando se supone que en televisión comienzas presentando al tío que puede resolver el problema. ¿Los espectadores se interesarán por él? Yo espero que sí; si una buena historia está bien contada no tiene que encajar necesariamente en parámetros predefinidos.
P. Y tampoco tiene por qué contar con estrellas en el reparto, ¿no?
R. Nunca he pensado en esos términos. ¿Kevin Spacey? No podía imaginarme a nadie más en el papel en House of Cards. ¿Robin Wright? Lo mismo. Conocí a Jonathan Groff hace años porque hizo una prueba para La red social; fue una de las primeras personas que vi para MINDHUNTER y pensé, ‘es demasiado bueno, no podemos dejarlo escapar’. Y con Holt había trabajado dos o tres veces antes y me ayudó a resolver un problema que tenía con el agente Bill Tench, que sobre el papel era duro y gruñón. Holt no es así en absoluto –es sensible, habla idiomas…–, y pensé que podía darle un giro interesante al personaje. No hace falta contratar estrellas, pero con suerte puedes crear algunas nuevas.
P. Usted dirige cuatro de los 10 episodios. ¿Fue complicado reclutar a otros directores que se ajustaran a un tono y una estética definidos desde el piloto?
R. No era mi intención maniatar a nadie, sino imponer un cierto rigor. Tobias Lindholm, por ejemplo, dirige sus películas cámara en mano. Yo le aseguré que me parecía bien que lo hiciera si había alguna razón que lo justificara, pero me dijo que no era necesario. Asif Kapadia empieza todos sus proyectos con una simple grabadora, así es como consigue que la gente le cuente cosas. Y Andrew Douglas, que también es fotógrafo y documentalista, tenía ganas de hacer algo más narrativo.
P. Presenta MINDHUNTER en un festival de cine ¿Qué opina de cómo las nuevas plataformas están reescribiendo las reglas de la industria?
R. No hay duda de que el drama adulto ya no tiene cabida en la cartera de los grandes estudios, es demasiado arriesgado para ellos. Al igual que el Festival de Sundance fue un soplo de aire fresco en los ochenta para el cine independiente, el cambio siempre es bueno, porque trae nuevas oportunidades para contar historias poco convencionales.
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