Éxito personal y fracaso colectivo de Victorino Martín, un ganadero mítico
Fue el más envidiado, pero también un incomprendido que predicó en el desierto taurino
Con motivo del fallecimiento de Victorino Martín, han faltado adjetivos para ponderar con justicia la personalidad y el legado del conocido ganadero de reses bravas. Casi todos han sido acertados, sin duda, y algunos, también, exagerados por el apego nacional al ditirambo cuando se trata de despedir a alguien de este mundo.
Legendario, trascendental, referente, inolvidable, único, revolucionario, emprendedor, rey, símbolo, irrepetible, diferente, auténtico, grande, íntegro, genio, pícaro, inmortal, visionario, carismático, ejemplar, intuitivo, inteligente, sagaz, autodidacta, sabio…
Victorino ha sido dios; un triunfador indiscutible que levantó de la nada la que hoy se considera como la ganadería más interesante de los últimos cincuenta años. Y así se le ha reconocido y premiado a lo largo de su fructífera trayectoria. Es verdad que Victorino fue un hombre libre e independiente, un verdadero aficionado al toro, un criador y un creador singular, un revolucionario…
Victorino ganó prestigio y dinero; honor y gloria. Fue el más envidiado y el más respetado…, pero también un incomprendido, alguien que predicó en el desierto taurino, y el más conspicuo representante de un fracaso colectivo.
Victorino no consiguió revolucionar la fiesta, ni ganar la guerra al sistema, ni que las figuras lidiaran sus toros
Victorino reinventó el toro, se zambulló en la búsqueda constante de la casta, hizo de su vida un compromiso con el verdadero y exigente aficionado, desbordó las plazas de emoción, hizo felices a muchos durante muchas tardes, y ha muerto como uno de los ganaderos más grandes de la historia, pero no consiguió ganar la guerra al sistema, ni que las figuras -con excepciones muy puntuales- lidiaran sus toros, ni que sus propios compañeros aceptaran su liderazgo, y, lo que es peor, que sus toros llenaran las plazas.
Victorino ha representado los anhelos de los amantes del toro auténtico, despertó sus ilusiones, y algunos llegaron a pensar que su modelo salvaría la tauromaquia moderna, pero no ha sido así. Victorino ha sido un ganadero de culto, pero no convenció a los taurinos ni a los públicos de que el tipo de toro que él pregonaba sería el mesías redentor.
Su filosofía es -o debiera ser- el evangelio ganadero; dijo verdades como puños, máximas que son los cimientos de la necesaria e imprescindible revolución, pero ahí quedan, sin aplicación práctica por los siglos de los siglos.
Victorino perdió el pulso con las figuras, con los ganaderos y con el público.
Muchos de los que lamentan su muerte lo consideraron un advenedizo, un soberbio, y un paleto, en la peor acepción del término, y trabajaron de manera incansable para que sus postulados no se extendieran. Y lo consiguieron.
Las figuras no quieren ni oír hablar del toro encastado y fiero; los ganaderos optaron hace tiempo por el animal noble y tonto, y los espectadores solo quieren diversión y orejas.
Muchos de los que lamentan su muerte lo consideraron un advenedizo, un soberbio y un paleto
Afortunadamente, ha existido Victorino para que el aficionado pueda gozar con el toro de verdad; pero es una verdadera pena que sus enseñanzas no hayan servido para cambiar la fiesta de los toros.
Muchos de los que han mostrado estos días su pesar por la muerte del ganadero optaron hace tiempo por otra fiesta más liviana, más dulzona, más cómoda, en la que Victorino no tenía lugar. En el fondo, no dejaba de ser un personaje molesto por sus triunfos y porque no tenía pelos en la lengua.
Ganó prestigio y dinero, claro que sí, porque era un genio del toro y los negocios. Pero él y todos los aficionados que siguen soñando con el toro encastado fracasaron.
Por eso, Victorino es el paradigma del éxito personal, y el más conspicuo representante de una frustración colectiva, la de la fiesta, la del toro, la de la tauromaquia…
Por fortuna, quedan sus toros y sus hijos, un tesoro que ojalá perdure en el tiempo.
Y quedan para el recuerdo algunas perlas de las muchas que Victorino Martín Andrés regaló a lo largo de su vida ganadera, y que un buen aficionado no debiera nunca olvidar:
- “Sin toro no hay fiesta”.
- “Creo que muchos de los que dicen que aman la fiesta como a su propia madre quieren poco a su madre”.
- “La obligación del ganadero es criar un toro bravo que dé espectáculo y emoción”.
- “¿Quién manda en la fiesta? El torero, que es quien impone sus criterios y sus gustos”.
- “Los antitaurinos no me preocupan; el mayor enemigo del toro está dentro”.
- “Los males de la fiesta se solucionan con un toro de verdad”.
- “El toro bravo tiene que ser agresivo y fiero, y no bobalicón, como el de la actualidad”.
- “El toreo mantiene valores que la sociedad ha perdido”.
- “Para ser buen ganadero hay que ser buen aficionado”.
- “Mucha gente, incluyendo a los que están en el periodismo, no saben lo que es un toro bravo. Yo no me divierto con el toro-burra”.
- “Actualmente, se está timando a la gente”.
- “¿Por qué los toreros aguantan tanto? ¿Por qué siguen toreando matadores tan mayores? Pues es bien sencillo, porque se están lidiando toros que no son tales, que no valen".
Palabra de buen aficionado. Palabra de un genio elogiado, pero no aceptado. Palabra de Victorino Martin, un ganadero mítico.
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