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Columna
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Mafioso

Steve Van Zandt lleva el drama de 'Los Soprano' hasta la comedia coral en 'Lilyhammer'

Ángel S. Harguindey
Steve Van Zandt en 'Lilyhammer'.
Steve Van Zandt en 'Lilyhammer'.

“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez, como farsa”. Carlos Marx. No está claro si el sentido último de la frase hay que atribuírselo a Hegel, a Marx o a Jean de la Bruyère. En todo caso, con la divertida serie Lilyhammer (Netflix), a esos insignes nombres hay que añadir, de momento, los de Steve Van Zandt, Anne Bjørnstad y Eilif Skodvin, sus guionistas.

Uno de los hombres importantes de la Mafia italiana de Nueva York, Frank Tagliano (Van Zandt), decide denunciar a sus jefes y acogerse al plan de protección de testigos porque le han matado a su perro. Y elige para comenzar su nueva vida una remota y pequeña localidad noruega, Lillehammer, porque vio por la televisión los Juegos Olímpicos de Invierno que se celebraron allí. A partir de ese arranque, el espectador no podrá dejar de ver la cara, el careto habría que decir, de un espléndido Steve Van Zandt, que lleva el drama de Los Soprano hasta la comedia coral con similar eficacia a la demostrada como guitarra solista durante años de la E Street Band de Springsteen.

Tagliano, como buen mafioso, no puede evitar convertirse progresivamente en el amo del pueblo, algo que no le resultará difícil en una sociedad absolutamente cívica y respetuosa para un personaje como él, acostumbrado a no cumplir ninguna otra regla que las propias de la Mafia. Allí resolverá expeditivamente y sin el menor escrúpulo lo que los lugareños tardarían meses o años, desde obtener el carnet de conducir a convertirse en el dueño del local de moda o socio de una constructora de lujo. Todo lo resuelve con su estilo peculiar. Lástima que no se celebraran en España unos Juegos Olímpicos de Invierno. Tenemos mafiosos, pero no resuelven nada.

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