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Los cachorros asesinos de la Camorra que se creen Robin Hood

El documental 'Robinù' entrevista por primera vez a los jóvenes capos que han desafiado a sus jefes por no proteger al barrio y a los débiles

Tommaso Koch

A los 13 años, Michele se estrenó como delincuente. Aunque solo "fue un atraco, una cosa para bromear”, dice él. Con 17, consiguió su primera pistola. Ahora tiene 22 y una condena a la cárcel por más años de los que ha vivido. De 24, en realidad, la pena fue rebajada a 16, pero la lista de delitos sigue igual de larga: intento de homicidio, lesiones, atraco, posesión ilegal de armas. Desde su actual hogar, entre las rejas de Poggioreale, en Nápoles, Michele se sincera ante la cámara: “Me gusta estar por encima de los demás”. En otros momentos, el joven calla durante largos ratos o se ríe. Todo queda filmado. Y se ve en Robinù, un documental del periodista Michele Santoro (Salerno, 1951) que logra plantarse donde no había estado ningún cineasta: frente a frente con los pequeños mafiosos que han sacudido los cimientos de la Camorra napolitana. “Con 15 años aprenden a disparar. A los 20 son auténticos asesinos. A los 30 ni llegan”, resume el cartel de la película, que se puede ver hasta el 26 de julio en el portal online Filmin, en el marco del Atlantida Film Fest.

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“Es la primera vez que hablan no los pentiti [arrepentidos] sino los jóvenes capos. Y te cuentan lo que piensan”, explica Santoro por teléfono. En Italia, el fenómeno es conocido como La paranza dei bambini, título también de una novela de Roberto Saviano. Y resume el ascenso de jóvenes que dejaron de respetar a los jefes de la Camorra y se abrieron su propio paso hacia el Olimpo criminal. En el vacío de poder creado tras la caída del clan Giuliano, a partir de los noventa, los bambini se han levantado con puño de hierro. Usan las redes sociales, algunos adoran Gran Hermano. Pero sus valores miran al pasado: reivindican la Camorra de antaño. A los capos actuales echan en cara que solo piensan en sus intereses, han dejado de proteger a sus barrios y a los débiles, y se chivan en cuanto son detenidos. Ellos, en cambio, se creen Robin Hood a la napolitana. Michele, por ejemplo, no reconoce la autoridad de ningún clan. “Por primera vez, menores, a veces niños de 12 años, cogen las armas para defender su territorio, a menudo en contra de los viejos grupos”, explica Santoro.

Michele, uno de los jóvenes capos entrevistados en 'Robinù'.
Michele, uno de los jóvenes capos entrevistados en 'Robinù'.

A su arma, Mariano, directamente querría abrazarla. “Lo único que me gusta de verdad es el kalashnikov. Es como tener el mundo entre tus manos”, asegura en el filme. Faccia janca (cara blanca) —así es su apodo— acaba de cumplir 19 años pero ya tiene certezas escalofriantes. “Hoy en día si un capo te sigue tratando como un niño le eliminas. Antes de que me mates tú, te mato yo, es normal”, afirma. Así lo hizo, según el juez, con su amigo Raffaele Canfora, de 25 años. Por ello, y por destrucción y supresión de cadáver, además de posesión abusiva de armas, tendrá que pasar 16 años en prisión.

“Me sorprende el estupor que esto crea. Si se analiza los comportamientos de los jóvenes de 12, 13 años a menudo se encontrará una propensión militarista. En un barrio napolitano donde el abandono escolar es consistente, puede producir chicos difíciles de gestionar. Los padres no lo logran, el Estado no hace nada. Encuentran en la venta de droga la ocasión fácil de enriquecerse. Tienen valores parecidos a otros coetáneos: sexo, poder, dinero inmediatos. Su instrumento más fuerte para conseguirlos es disparar, arriesgar su vida, usar su valor”, detalla Santoro. En el fondo, según el periodista, tampoco cuentan con alternativas: “Es como si fuera un recorrido obligado, que los lleva a la cárcel y a morir”.

Mariano, otro entrevistado de 'Robinù'.
Mariano, otro entrevistado de 'Robinù'.

Si uno ha hecho esta vida, es porque no tiene nada más”, asegura Michele. Y de ello Robinù ofrece varias pistas. Porque el documental amplía el foco más allá de los jóvenes capos, para contar su mundo. Se ven familias desesperadas o rendidas, que no pueden reconocer su vástago en ese babyboss sin escrúpulos; hay madres adolescentes con maridos en la cárcel e hijos por criar, que acaban vendiendo droga o prostituyéndose. “No te encuentras gente malvada, sino una suerte de obreras de la fábrica social que es la industria de la droga”, relata Santoro. También aparece uno de los hermanos de Michele, que se marchó a Paris para no volver. Hoy trabaja en una pizzería. En el filme, llora porque echa de menos a su hermano. “Para mí está muerto”, responde Michele a la cámara.

“La Nápoles que nos muestra Santoro nunca podrá ser distinta, no podrá cambiar”, escribió Saviano en un artículo sobre Robinù. “No nos propusimos darle a la historia un final feliz, la elección del realismo integral no nos lo permitía”, asegura el cineasta. Pero su reflexión invita a no dar todo por perdido. Ni en los propios bambini. “Es impresionante ver en la cárcel juvenil como se abrazan, besan, su fuerza. Tienen una capacidad extraordinaria de apasionarse, de amar”, relata. Se trata, según el director, de “contagiarlos y ser contagiados por ellos”. “Hay que desvelar la hipocresía del Estado: estos chicos compran champán, escúteres, la riqueza criminal engorda el PIB y participan decenas de miles de personas”, agrega. De ahí que para Santoro falte voluntad real de abordar el problema. Robinù, al menos, lo intenta: “Como decía Rossellini de su Alemania Año Cero, ya me doy por satisfecho si le doy esperanza a un solo chico”. Que baje su kalashnikov y logre otra vida. Una que llegue mucho más allá de los 30.

Manchas y realidades

La segunda temporada de la serie Gomorra, inspirada en la novela de Roberto Saviano sobre los entresijos de la Camorra, pretendía filmar en las cunas reales de la mafia. Pero varios alcaldes le negaron la autorización a rodar, además de acusarle de manchar el nombre de Nápoles y sus alrededores. Robinù sufrió ataques parecidos. Y Santoro protagonizó una polémica con el alcalde de la ciudad, Luigi de Magistris. "Su actitud con Saviano, diciéndole: 'Ven a Nápoles a ensuciarte las manos' me recordó cuando la Democracia Cristiana criticaba el cine neorrealista por mostrar los trapos sucios de Italia", afirma.

“De Magistris no viene de la política tradicional, sé que hace lo que puede, pero tiende a negar la existencia de estas franjas en la ciudad, porque no logra imaginar una solución. Se han creado bloques de la clase media esnob, pero también elementos radicales, de colectivos sociales, que sostienen: ‘Si decís esto, habláis mal de Nápoles’. Saviano ya es casi un exiliado”, lamenta.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

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