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Columna
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Apocalipsis del coral

Lo que fue una prodigiosa cordillera submarina de colores y formas orgánicas se está convirtiendo en un bosque de árboles carbonizados

Antonio Muñoz Molina
Fotograma del documental 'Chasing coral', de Richard Vevers.
Fotograma del documental 'Chasing coral', de Richard Vevers.

Hay pasiones del conocimiento a las que vale la pena dedicarles la vida. Richard Vevers era un publicitario muy bien pagado en una agencia de Londres y un aficionado al submarinismo. En un cierto momento se confesó a sí mismo un malestar que llevaba tiempo remordiéndolo: estaba dedicando toda su inteligencia y toda su capacidad profesional a seducir a la gente para que comprara cosas innecesarias y triviales. Cuando se sumergía en el agua y daba unos talonazos hacia el fondo se encontraba de golpe en un paraíso inconcebible, en mundos de una belleza más resplandeciente todavía porque la mayor parte de los seres humanos no sabían nada de ella. Fuera del agua Vevers trabajaba con nombres y productos universalmente conocidos que en la mayor parte de los casos no servían para nada. Al sumergirse pasaba del ruido al silencio, de la acumulación y la repetición de lo banal al descubrimiento de lo misterioso y lo único. Como tantas personas, vivía en dos mundos ajenos entre sí, los suyos más distantes que casi los de cualquiera.

La salida que encontró Vevers no fue elegir un mundo y renunciar a otro; fue encontrar una síntesis que era al mismo tiempo un remedio y una escapatoria. En sus expediciones submarinas había observado con creciente desolación el deterioro de los mares, la invasión de las basuras, los fondos asolados por la pesca de arrastre. Pero sobre todo, al principio con incredulidad ante la magnitud y la rapidez del desastre, había atestiguado la muerte de arrecifes de coral que no muchos años antes lo asombraban por su colorido y su vitalidad. Biólogos marinos a los que consultaba le confirmaron el declive. Desde los años ochenta se venían observando rachas de blanqueamiento de los arrecifes de coral que a principios de esta década ya se volvían masivas, y terminaban casi siempre con la muerte de esos extraordinarios organismos. Un arrecife de coral es un ecosistema más complejo y quizás más fértil y más numeroso de formas de vida que una espesura amazónica. Los arrecifes son viveros en los que se crían y hábitats en los que se alimentan y se reproducen cerca de la cuarta parte de las especies de animales marinos. Un arrecife de coral es un Amazonas sumergido en el que innumerables organismos se enredan entre sí, dependiendo los unos de los otros, en una vasta simbiosis que incluye desde las algas unicelulares hasta los grandes depredadores que rondan entre las floraciones de coral tan sigilosamente como tigres en un bosque de Asia. Un arrecife de coral, dice apasionadamente Richard Vevers, es una concentración biológica de una densidad semejante a la de la isla de Manhattan. Cada criatura mínima hace su tarea e interactúa con todas las demás y modifica a su propia escala el universo donde vive.

Lo que fue una prodigiosa cordillera submarina de colores y formas orgánicas se está convirtiendo en un bosque de árboles carbonizados

El submarinista que desertó de la publicidad ahora emplea las técnicas de comunicación que ejerció en ella al servicio de la nueva tarea a la que dedica su vida. El apocalipsis de los arrecifes de coral abarca el planeta entero, pero nadie repara en él porque está sucediendo fuera de la vista. Pensamos, si llegamos a hacerlo, en el calentamiento y en el envenenamiento de la atmósfera, no de los mares; llegamos a enterarnos de las talas e incendios que destruyen los bosques terrestres, no los del fondo del mar. Y en cualquier caso lo que sucede lejos y lo que parece que vaya a suceder en el porvenir no nos afecta.

Richard Vevers ha emprendido una campaña de explicación y denuncia que quiere hacer tan efectiva como las que antes ideaba para vender marcas de perfumes o de novedades electrónicas. Junto al director de cine Jeff Orlowski ha hecho un documental que yo he visto en una sala pequeña de Nueva York, pero que ya es accesible en streaming en Netflix, Chasing Coral. A lo largo de una inmersión virtual de casi dos horas uno pasa del deslumbramiento al horror, del aprendizaje fervoroso al abatimiento, todo envuelto en la antigua emoción juvenil de los relatos de expediciones entre aventureras y científicas. Vevers y Orlowski y los biólogos marinos con los que conversan y que los acompañan en sus viajes enseñan a comprender la naturaleza sorprendente de esos organismos entre vegetales y animales que constituyen el coral: los pólipos que atrapan con sus tentáculos a criaturas diminutas y las digieren; las algas unicelulares que en el interior de sus tejidos aprovechan la luz solar de las aguas poco profundas para hacer la fotosíntesis; los millares de animales diversos que encuentran refugio en los túneles y los recovecos de las excrecencias coralíferas. El arrecife de coral es un gran organismo de una longevidad que llega a las decenas de miles de años. El más extenso de todos, la Gran Barrera de Coral del noreste de Australia, equivale en su longitud a toda la costa este de Estados Unidos.

Y sin embargo, todo es de una fragilidad extrema. Basta un aumento de la temperatura media de dos grados Fahrenheit para que los corales sufran transformaciones de color que son indicio de su muerte próxima: se vuelven azul cobalto, púrpura; luego adquieren un blanco de hueso, o de mármol. A continuación lo que fue una prodigiosa cordillera submarina de colores y formas orgánicas se convierte en algo como un bosque de árboles carbonizados, en una llanura de cenizas en la que se agitan tejidos en putrefacción movidos por el agua. Algunos peces nadan entre ellos como supervivientes en una ciudad arrasada por una explosión nuclear.

Eso sucede ahora mismo, cada día, de un mes a otro. Los buceadores de la expedición de Vevers y Orlowski se sumergen varias veces al día a lo largo de semanas en los mismos puntos exactos y toman fotos que atestiguan el progreso atrozmente rápido de la destrucción. Si eso ocurriera en la superficie continental la escala de la catástrofe no podría ocultarse: en 2016, en un solo año, se quedó muerto el 30% de la Gran Barrera de Australia: imaginemos que en ese tiempo se hubiera secado la tercera parte de todos los árboles de Europa.

Vevers documenta paso a paso el desastre y sin embargo no se deja llevar por el pesimismo. Es un activista de la belleza del mundo natural que se niega a aceptar pasivamente los efectos letales de la codicia y la imbecilidad humana. Yo creo que tiene la energía persuasiva de los publicitarios y el optimismo natural de los exploradores y los aventureros de la ciencia.

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