Sorprendente corrida de Rehuelga
Al quinto toro, de 647 kilos, se le dio la vuelta al ruedo, y la terna se fue de vacío en una tarde protagonizada por la ganadería de Santa Coloma
REHUELGA / ROBLEÑO, AGUILAR, MOTA
Un toro -el primero, de San Martín-, manso y descastado, y cinco de Rehuelga, bien presentados y astifinos; descastado el segundo; mansos y nobles tercero y cuarto; bravo y con clase el quinto, al que se le dio la vuelta al ruedo, y de encastada nobleza el sexto. Al final del festejo salió a saludar el mayoral de la ganadería.
Fernando Robleño: dos pinchazos y estocada (silencio); estocada caída, dos descabellos -aviso- y cuatro descabellos (silencio).
Alberto Aguilar: pinchazo y media caída (silencio); estocada baja (ovación).
Pérez Mora: dos pinchazos y estocada (pitos); pinchazo y estocada (palmas de despedida).
Plaza de Las Ventas. Vigésimo octava corrida de feria. 7 de junio. Algo más de media plaza (14.134 espectadores).
Doliente debe ser escuchar que la plaza ovaciona al toro que acabas de matar y tú, parapetado en el burladero, no quieres oír unos leves pitos que, aunque no lo desees, van dirigidos a ti.
Pero peor, mucho peor, debe ser que el presidente saque el pañuelo azul ("Que no quiero verlo, que no quiero verlo") que ordena a los mulilleros que le den la vuelta al ruedo a tu toro, que pase delante de ti, con la solemnidad propia del caso y el aplauso emocionado de los tendidos, con las orejas colgando. Y tú miras, cierras los ojos y crees estar en un sueño. Cuando las mulillas desaparecen por el túnel del desolladero, unas leves palmas y el ánimo de los compañeros -pura compasión- te hacen abandonar a duras penas el burladero para responder al cariño elegante de algunos espectadores.
La primera experiencia la vivió Pérez Mota a la muerte de su primer toro; la segunda, Alberto Aguilar en el quinto, al que se le concedió el gran honor de la vuelta al ruedo.
¡Qué dramática y dura puede llegar a ser la fiesta de los toros…! Meses de duermevela, de entrenamiento diario, de sacrificio, de no tener vida en muchos casos; de ilusiones y sueños, también, cuando un torero se ve en los carteles de una feria tan importante, y que el día H, ese marcado a fuego en tu calendario más intimo, salga un toro embistiendo y tú no seas capaz de estar a su altura, y que la cabeza te dé vueltas y te agobies con la derecha y la zurda, y que no haya manera de encontrarle las vueltas a este toro que se está haciendo el amo de la situación, mientras yo me siento ridículo ante mí mismo. Duro debe ser; muy duro para un ser humano cargado de triunfos en su cabeza…
La corrida de Rehuelga, origen Santa Coloma, sorprendió a todos. Solo cinco toros aprobaron el examen veterinario, astifinos todos y cinqueños, y algunos con muchos kilos -608 el cuarto y 647 el quinto-, pero dieron un juego por encima de lo esperado, aunque pecaron de gotas de sosería. Mansearon en los caballos, aunque varios acudieron de largo a las cabalgaduras, y solo el quinto hizo una pelea de bravo auténtico; acudió tres veces desde los medios, y empujó con los riñones. Poca alegría demostró en el tercio de banderillas, y embistió largamente, con fijeza humillación y recorrido en el tercio final. No fue un toro completo -quizá, acusó el tercer puyazo- y le faltó regocijo en la embestida, pero derrochó nobleza y duración. Dobló las manos en varias ocasiones, aunque no dejó de obedecer al primer toque la muleta de su matador. Exagerado, en principio, el premio de la vuelta, aunque también se puede pensar que la mereció porque tuvo treinta muletazos, quizá más, para encumbrar a un torero.
Alberto Aguilar tuvo el gordo de la lotería en sus manos y no fue capaz –esa es la pura verdad- de comprarlo y alegrarse toda la vida. Era un toro para un torerazo, con mando en plaza, hondura y sentimiento. Era un toro para un torero con derrochadora personalidad, con ambición, con calidad excelsa, dueño de un toreo arrebatado y sublime.
Aguilar puso su alma en el empeño, y a quien da todo lo que tiene no se le puede exigir más. Fue una faena larga, por la derecha y la izquierda, pero su obra no acabó nunca de enganchar en los corazones del respetable, que había optado hacía tiempo por adoptar a su oponente. Unos ayudados por bajo finales, preñados de torería, y un largo pase de pecho fue lo mejor de su labor, insuficiente y muy lejos de lo que pedía el animal. Recibió un golpe en el muslo derecho en el inicio de la faena, que le produjo rotura de la aponeurosis y el músculo vasto interno.
Tampoco pudo destacar ante el segundo de la tarde, manso y noble, con el que solo se lució en una tanda con la mano diestra. En fin, que mejor no pensar en la noche que habrá pasado el torero; y algo más oscuro: lo empinada que se le pone la difícil cuesta de la temporada.
Otro lote de triunfo cayó en las manos de Pérez Mota, dos toros que debieron dejar sus orejas en el ruedo. Se movió mucho el tercero, con nobleza y un punto de sosería; se plantó el torero y algún muletazo tuvo cadencia y enjundia, pero resultó que era un espejismo. No entendió que el toro iba de largo y así lo reconoció el público, y recriminó al torero su falta de vista. Extraordinario fue en la muleta el sexto, y el torero no lo entendió; muletazos vacíos no era lo que merecía la calidad del toro. Otro hombre al que le que queda una profunda reflexión.
Tampoco se justificó Robleño ante el cuarto, sosón como todos, pero que no dejó de embestir con nobleza a una muleta despegada, tosca y hueca. El único que de verdad rechinó en toda la tarde fue el primero, y, en ese, Robleño se puso un poco pesado.
La corrida de hoy
Toros de Alcurrucén, para El Cid, Joselito Adame y Juan de Álamo.
Babelia
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