“Si a la gente le conmueve mi música ya es la pera”
Tras cuatro años de retirada, Russian Red vuelve con un disco de versiones
Ha estado en España apenas unas semanas, de paso, con un particular Karaoke, que es como ha titulado a su último disco —ese que nadie creía hace apenas un año que fuese a llegar—. Se lo reclamó Sony en 2016. Para volver a sentirse cómoda en un mundo que había apartado, Lourdes Hernández (Madrid, 1985, y aquí Russian Red) decidió que ella y sus circunstancias iban a hacer lo que quisieran hacer. Salió un disco de versiones: ocho de sus canciones favoritas. “Llevadas a un terreno muy distinto y todas unificadas bajo una misma emoción sonora”, cuenta; y apunta que a ella le recuerda a Fuerteventura (Sony, 2011). Tiene su marca de agua, entre el folk, el pop y el preciosismo de una voz sin estridencias que suele encontrar (sin mucha dificultad), el hueco para agitar interiores.
Se marchó hace cuatro años a Los Ángeles, y dejó detrás muchos cotilleos, varias preguntas y algún que otro rumor; quería poner distancia, con la música y con su vida de entonces. Canceló la gira por Estados Unidos, cuando aún estaba a medias, de Agent Cooper (Sony, 2013). Y dijo hasta luego. En este tiempo ha dejado de girar alrededor de la industria que la lanzó al mundo; encontró una iglesia antigua en Ruby Street, donde hay desde bodas hasta encuentros de artistas; aprendió a coser; pintó; tapizó y se puso delante de una cámara .
Ahora se encuentra de nuevo ante un micro, convencida de que no necesita cambiar ni su forma de cantar, ni de hacer música, por contentar a ningún público: “Hago lo que sé hacer por el gusto de hacerlo. Si a la gente le conmueve ya es la pera, pero no es en lo que pienso realmente”. Este último álbum, donde caben I Want to Break Free, Heartache, Shout o I’ll Stand By You, viene de un sitio real, el único lugar del que Hernández podría sacar algo. Es difícil no recordar que con o sin la bendición de cercanos y seguidores, siempre ha tomado las decisiones que le ha dado la gana; sin parafernalias ni formalidades.
“Aprendí a tocar la guitarra porque quería poder cantar mis canciones favoritas. El karaoke conecta con esa base de la que partió todo, con ese principio, con mi experiencia personal y con el placer que me da ese juego de identidad en un momento íntimo”. Siente que, aunque sea un disco de otros, es muy suyo. “¿Podría haber sido otra cosa? Sí. Pero fue esto”. Autoeditado y grabado con varios amigos de Madrid y Los Ángeles, es parte del resultado de ese cambio que disparó el vacío que sentía sobre el escenario.
Ha vuelto a él con otro empaque. "Los conciertos de este disco son bastante teatrales, hay una puesta en escena y una especie de flow que no solo refleja la parte musical”, cuenta. Ella, “orgánica y bajo la improvisación”, no ha terminado esa transición, aquella reinvención —que incluía cuestionarse a sí misma— la han llevado donde está ahora. “A lo mejor de puertas para a fuera no tiene sentido, pero sí lo tiene en mi proceso interno. Es algo que también enlaza mucho con la idea del disco”. Karaoke, entre otras cosas, va de trabajar emociones comunes, esas que solo pueden provocar canciones reconocibles para casi cualquiera.
Babelia
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