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Corrientes y desahogos
Columna
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Colores ideológicos

Designar a los partidos cromáticamente es un recurso secular

Nazaret Escobedo

Designar a los partidos por colores no es una tendencia nueva. Es un recurso secular. La sangre azul es la nobleza, (de derechas) y la sangre roja la revolución popular.

Mezcladas las ideologías, agavilladas las tendencias, no son ellas quienes orientan. Ahora se recurre a conexiones voluntaristas (“En marche”, “Podemos”, “Mareas”, “Ahora..”) y a los colores que pintan una u otra emoción. El naranja es Orange, el rojo es Coca Cola, el azul es Air France. De este modo el mundo se hace technicolor sin que las luchas entre pieles roja y rostros pálidos lleven a ninguna pradera. Más bien las batallas en defensa de los colores (“hasta morir por ellos”) es una hipérbole asociada al fútbol y no a una elecciones generales donde no hay ni pequeñas barricadas.

El color es ahora, en política, la expresión amable de la imprecisión. Contra el barullo de las siglas la impresión del tinte, y en su influencia el color actúa como un licor de evocaciones oportunas. En francés, “je n´y vois que du bleu” es no ver nada como efecto de la embriaguez y en alemán, estar azul (ich bin blau) es igual a haber perdido la consciencia. “El azul es una nada encantadora”, dice Goethe en su Teoría de los colores. De manera que en el azul cabe casi todo, desde la bandera de la ONU al emblemático color del deporte, desde la cápsula de Tepazepan a las ingrávidas gaviotas del PP. Los conservadores aman el azul (el color de mayor preferencia en las encuestas) y los radicales el rojo, en remota memoria del fogoso Apocalipsis de San Juan.

¿El morado? He aquí la equivocidad de Podemos. Rojo más azul es un morado/violeta de la revolución a la violeta que proclama Iglesias. Es también (mira por dónde) el purpurado de la Iglesia y la mixtura traumática entre la derecha (azul) y la izquierda (encarnada).

Asumido el arcoiris por los plurisexualistas, no quedan ya más colores primarios de que disponer, si se exceptúa el amarillo, de la prensa sensacionalista o de la fiebre que no se cura de una vez.

¿Qué hacer pues? Decidirse, como se ve, por las mixturas vegetales al modo de “el partido naranja”, el “partido rosa” o el “partido verde”, puesto que muchos han visto en lo vegetariano el orden del porvenir. ¿Un nuevo universo conceptual y alimenticio?

¿Quién hablaría seriamente de eso? Lo importante no es ya la carne ideológica sino la piel. Pero ¿ y la esencia? ¿Qué incómoda sustancia es ésa? La esencia ideológica desaparece y en su lugar cunde un olor y un color artísticos que memoran la fragancia de Gerlaine, el Agua de Rosas de AD, la corrupción del PP o el humo de pajas en el socialismo a la virulé.

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