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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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Las paradojas de Bódalo

Nunca se sabe de dónde brotan las emociones en el trabajo de los grandes intérpretes

Marcos Ordóñez

Cuentan que el gran José Bódalo, que trabajó incansablemente en cine, teatro y televisión, era capaz de aprenderse un papel de un día para otro y entrar en situación en cuestión de segundos, destilando sin aparente esfuerzo una amplísima gama de sentimientos. Era, sin duda, el prototipo del actor orgánico. Cuando a su personaje le dolía la tripa, no lo dudabas ni un momento. Cuando estaba cabreado te acojonaba. Cuando le sucedía algo gracioso era imposible no reírte. Y cuando le habían partido el corazón, te partía el corazón.

Con los grandes intérpretes nunca se sabe de dónde brotan las emociones. Ignoramos cómo logran entrar en ebullición sin aumentar un grado de temperatura, o si “fingen que es dolor / el dolor que en verdad sienten”, como en el verso de Pessoa. Ya es leyenda (porque él lo negaba) que hizo alguno de sus mejores trabajos en función de domingo con la cabeza pendiente del Real Madrid o incluso escuchando la radio. Por lo que se diría una burlona coincidencia astral, hará unos días, preparando una clase, busqué en YouTube escenas suyas y elegí la despedida de don Gonzalo en La señorita de Trevélez, que Estudio Uno de Televisión Española emitió en 1984: a los dos minutos, cuando él rompía a llorar, yo lloraba a chorros. Poco más tarde me llegó José Bódalo, maestro de la escena, la suculenta biografía que Carlos Arévalo ha publicado en CVC Ediciones, de la que les dio noticia Raquel Vidales, y que les recomiendo vivamente. Jaime Blanch, que le define como “un tipo con un increíble sentido del humor y un impresionante dominio técnico”, da prueba de ambas cosas con una anécdota que me ha dejado patidifuso.

Quedaba por filmar la última secuencia. El realizador les propuso ensayarla de nuevo, ir a comer y retomarla por la tarde o hacerla de un tirón. Bódalo optó por lo segundo. Durante su monólogo, sentado en un sillón, la cámara avanzaría de toma general a primerísimo plano. Detrás de la butaca estaban Blanch y Luis Varela. Cuando Bódalo vio que la cámara le enfocaba solo la cabeza, echó la mano hacia atrás y cogió a Blanch por los huevos, mientras recitaba el conmovedor parlamento… y su compañero hacía grandes esfuerzos para aguantar la risa. Al acabar, todo el mundo aplaudió y Blanch le dijo: “No sé si matarte o besarte en la boca”.

Un actor capaz de llorar y hacer llorar a los espectadores (hagan la prueba) mientras fuera de cámara está haciendo esa gamberrada tiene, a mi entender, un mérito considerable, que roza la magia. Y también que la “víctima” lo recuerde entre carcajadas y con cariño. Bódalo debió de ser, sin duda, un tipo fenomenal. Y paradójico: otros le recuerdan devorando libros para preparar intensamente sus personajes. Carlos Arévalo ha hablado con una sesentena de actores y directores. La suma de todos esos testimonios tiene mucho de celebración, pero también arroja algo parecido al retrato de Bódalo: de su espíritu, su arte, su empeño y su gracia.

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