Otra forma de ser políticos
Una muestra reúne en el Museo Reina Sofía a artistas a contracorriente que apasionaron al gran pensador y crítico brasileño Mário Pedrosa
Cada vez son más los que se preguntan si el arte político y la crítica institucional que invaden los museos ahora no son un mero “ismo” radical chic, otra puesta en escena de la maldita formulación binaria occidental; un nuevo colonialismo del pensamiento único que se traviste sin tregua para despistarnos. La confirmación a esta duda la encontramos en la espléndida muestra en el Reina Sofía del versátil Mário Pedrosa (Pernambuco, 1900-Río de Janeiro, 1981), una figura básica entre los intelectuales brasileños de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial y, me atrevería a decir, clave para esos planteamientos latinoamericanos que aún hoy siguen retando al mencionado —y tedioso— binarismo.
Escritor, teórico, crítico de arte, factótum de la visita del Guernica a la segunda edición de la Bienal de São Paulo, organizador en 1959 del Congreso Internacional Extraordinario de Críticos de Arte en medio de una Brasilia todavía en construcción —al cual asistieron, entre otros, Argan, Chastel, Schapiro, Niemeyer y Maldonado—, Pedrosa nunca se resignaba a dejar de hacerse preguntas, a cuestionar sus propias ideas; a rechazarlas incluso. No en vano, y a pesar de sus profundas convicciones marxistas —en los últimos años de su vida estuvo incluso implicado en la fundación del Partido dos Trabalhadores (PT)—, su sentido crítico le llevó a dejar de lado a artistas como Portinari —fetiche en sus comienzos junto con Käthe Kollwitz—, al constatar cómo el gran pintor brasileño empezaba a hacer un “arte político” con mucho de producto de consumo.
Pese a todo, es ese cuestionamiento constante, esa ductilidad extraordinaria, esa capacidad de fijar la mirada a cada paso en lugares supuestamente divergentes lo que desvela el auténtico y aplastante compromiso político de Pedrosa. Se trata de un compromiso que se toma muy en serio la necesidad de las pluralidades y desafía a las exclusiones y, sobre todo, al pensamiento único hoy tan de moda. Pero ¿y si el “arte político” habitara lugares inesperados, camuflados para las miradas convencionales? ¿Y si la radicalidad residiera justo en la constante oposición al discurso establecido?
El interés de Pedrosa por el arte fuera del sistema o en sus bordes, el arte de las personas recluidas en los manicomios, los niños o los autodidactas, una especie de art brut al cual llama “arte virgen”, responde a las preguntas. El capítulo de las fascinaciones alternativas —hasta cierto punto enraizadas con su interés por la Gestalt y los planteamientos ligados a procesos subjetivos, los que más parecen interesar a Pedrosa— se construye en torno a artistas maravillosos como Raphael Domingues, Djanira o uno de los grandes descubrimientos de la muestra, Darcílio Lima.
¿Cuál es la diferencia entre lo abstracto y lo figurativo, entre lo concreto y lo neoconcreto? ¿No son los opuestos irreconciliables una invención más de las ideologías reaccionarias? La radicalidad de Pedrosa va, sin embargo, todavía más lejos cuando en 1947 detiene la mirada en Giorgio Morandi, uno de los más ilustres marginales históricos, y reivindica su aparente forma como un lugar para la resistencia: “A pesar del aspecto en apariencia sumiso de su arte, ¿cómo no admirar a este intransigente revolucionario? Ninguno de sus contemporáneos ha sido capaz de romper con la tradición pictórica de su país con semejante brío”.
Esas formulaciones sorprendentes, esos ojos sofisticados y, sobre todo, esa curiosidad del escritor brasileño han sido el hilo conductor elegido por los comisarios Gabriel Pérez-Barreiro y Michelle Sommer, quienes han organizado las salas a partir de las obsesiones que Pedrosa cultiva a lo largo de su vida. El gran acierto curatorial es, sin duda, haber huido de la imagen simplista de un Pedrosa politizado para interpelar al espectador atento sobre esa otra forma de “ser político”, la que reta a los discursos de la fijeza, representados para Pedrosa por el propio Morandi.
Debido a la riqueza en los matices de las reflexiones de Pedrosa, evidenciadas en sus propios textos —traducidos al castellano por primera vez en el catálogo—, el que llegue hasta la muestra esperando encontrar una imagen política del uso del pensador brasileño se llevará una decepción. Lo mismo ocurrirá con quienes esperen visitar una típica exposición de “arte brasileño”: Klee, Calder, Jorge Oteiza, el marinero y pintor diletante José Pancetti o Volpi comparten espacio con Oiticica o Clark. Lo que plantea Mário Pedrosa. De la naturaleza afectiva de la forma es la contradicción misma de la modernidad, la que ejemplifica Brasilia y filma Joaquim Pedro de Andrade en 1967; el pensamiento abierto y comprometido con la libertad de la creación, con la dimensión afectiva de dicha libertad; otra forma de hacernos reflexionar sobre las posibilidades inusitadas de ser políticos.
‘Mário Pedrosa. De la naturaleza afectiva de la forma’. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid. Hasta el 16 de octubre.
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