“La triste alegría de no ser él…”
El escritor Fernando Aramburu evoca en La Térmica, de Málaga, a Albert Camus como origen de su pasión literaria
Hay una pesadumbre irónica, una socarronería navarra o donostiarra en este hombre al que recrió Alemania. El éxito de Patria, que ha sido fulgurante, como si ese testimonio literario lo estuviera esperando un país entero, o al menos mucho más de la mitad de un país entero, lo ha metido hacia adentro, hacia lo que fue de chico, hacia lo que es la memoria más recóndita y familiar de su vida.
La madre que vive, a los 92 años, con la memoria intacta, en San Sebastián, navarra y tozuda, generosa, y el recuerdo del padre, muerto ya, sin memoria, bajito y bueno. La niñez, el golpe de la Patria en el hombro para que se hiciera patriota, como los que disparan en su libro. Y cómo se deshizo de ese abrazo del odio. El amor, después, lo llevó a Alemania, y allí recrió su pasión demócrata: tolerar es pensar con otros, aceptar que quizá en el otro lado hay razones que desconoces.
Nació, en cierto modo, para escribir este libro algún día. Su referencia vital son su madre, su padre, la calle, la casa sin libros, el silencio. Pero su descubrimiento literario, acaso civil, fue lo que encontró en El hombre rebelde, de Albert Camus.
De todo eso hablaba Aramburu en La Térmica, de Málaga, el pasado viernes, cuando empezaba a reunirse en Soria la crítica literaria española, para dar su premio. Estaba dado desde mucho antes, porque pocas veces un libro ha concitado tanta unanimidad (“oye, y que ha habido muchas críticas también, y muy duras”, dice él) como este Patria de Aramburu.
Tusquets no ha parado de reeditar, él se aprestaba a una jornada “loca” en el Sant Jordi de Barcelona, y se tomaba un vaso de vino para aligerar la voz y la memoria en la entrevista pública que tuvo en La Térmica ante un gentío que también había leído Patria en Málaga. Hubo dos momentos de esa conversación en que Aramburu se acercó el vaso, como si quisiera aligerar aún más la memoria o el verbo: fue cuando el entrevistador le evocó algunos nombres propios con los que lo asociaron, en EL PAÍS, Mario Vargas Llosa y José Carlos Mainer: Tolstoi, Galdós…, Conrad, Malraux. “Uf” es lo más largo que dijo al respecto.
¿Y Albert Camus? Ahí se explayó. Él nació el año en que ETA, que es la esencia negra de su libro, se puso en marcha, con los resultados tristes ya conocidos. Y tenía un año cuando murió Camus. Su descubrimiento juvenil de El hombre rebelde lo identificó con aquel ser humilde que aprendió a leer en la oscuridad pobre de Argel, marcado por el sol seco que llevó a Mersault a matar en El extranjero. El hombre rebelde lo ha acompañado en la búsqueda de una sombra mejor que el resentimiento, y es muy probable que sin ese libro mayor de Camus y sin Alemania, que le ayudó a ser un hombre tolerante y más libre, no se hubiera escrito Patria.
Cuando acababa la conversación el entrevistador le contó lo que había dicho Alfredo Pérez Rubalcaba, conocedor de todas las manos, las buenas y las malas, que se confunden en el conflicto, cuando terminó de leer Patria. “¿Qué dijo?”, preguntó Aramburu. “Dijo: Así fue”. Ahí se le iluminó el rostro a Aramburu: “Eso vale más que todas las comparaciones, todos los nombres propios, que me has citado. Eso que dijo Rubalcaba y el nombre de Camus. Eso me satisface como autor de Patria”.
Por azar abrí luego el libro y en la página 579 leí esto, que tiene ecos del hombre que murió cuando él tenía exactamente un año, el 4 de enero de 1960, y se refiere al encuentro entre un asesino etarra y el hermano que va a verle a prisión: “… por un momento sintió un leve escalofrío y una punzante, triste alegría de no ser él ni estar en su lugar”.
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