Del Ellroy africano, la ‘mafia’ de Quebec y la locura de Lyon
Crónica personal desde el centro neurálgico de la novela negra en el mundo
Hay un sitio en el universo de la novela negra en el que puedes empezar una cena en una mesa comunal, esa cosa tan francesa, hablando de Juana la Loca con un escritor alemán de cuyo nombre no quiero acordarme (descubrí luego que era un pequeño fascista) y terminarla atrapado en el universo de historias y anécdotas de un grupo de escritores y editores de Quebec, con Jacques Côté al frente, relatando su fascinación por un magnífico y maligno abogado criminalista, personaje en la vida y en la ficción.
El sitio es el Quais du Polar en Lyon, un caso de éxito absoluto que ya va por su edición número 13. Datos para la envidia y la melancolía: el año pasado asistieron al festival más de 200.000 personas y se vendieron más de 35.000 libros. Sí, han leído bien. En esta edición superarán de nuevo esas cifras. De cómo funciona esta mezcla de lo mejor de la novela negra contemporánea (año tras año la nómina de escritores es mejor que la de varios festivales juntos) ya hablamos en 2016 así que ahora pondremos el foco en los márgenes.
Lyon es lo más parecido en novela negra a Cannes. Espectáculo en primer plano, negocio por detrás. Cuando se entra al magnífico Palacio de Comercio, sede del festival, un ojo no entrenado verá excelentes librerías, escritores firmando cientos de libros y mucha gente comprando, leyendo, hablando. Si se tiene la suerte de ir con alguien que conozca el sector desde dentro se ve, además, a una agente de un exitoso autor canadiense negociando su lanzamiento en Francia con su editor, a escritores pasándose al bando enemigo y a editores trabajando en la sombra.
En Lyon el polar (el término más usado para referirse al género negro) se mete en la vida cotidiana y durante tres días toma su lugar. Se puede asistir a una conferencia sobre cómo está adaptando Bernard Minier su novela Glacé a la televisión en una sala de juntas en el edificio de la Bolsa, aprender, escuchar, anotar y, durante un extraño momento de silencio, sentir el rumor del hall principal donde cientos de lectores siguen a lo suyo. En la sala de al lado, otra conferencia. Y otra en la siguiente y así. Todas a la vez, porque solo hay tres días para todo y aquí no hay complejos.
Después de ese chute de libros y tele me encuentro con Janis Otsiemi, escritor gabonés, porte elegante y sombrero de época, que comparte conmigo la pasión por Ellroy, del que hablamos un rato, y me cuenta que a él le viene muy bien que le llamen el Ellroy africano. Pero no, no se crean que es por las ventas, es porque así tiene una máscara con la que protegerse, las autoridades a las que critica en sus novelas le dejan en paz y puede seguir lanzando dardos contra el sistema desde la orilla de la novela negra.
Tras constatar que no es lo mismo ser valiente en África que en nuestro jardín europeo de libertades, corro hasta el Ayuntamiento. Unas 500 personas han tomado con educación y buenas maneras su Gran Salón, todo ceremonia, grandes lámparas y adornos dorados. De nuevo, la vida suspendida por un rato por la invasión del polar. Allí, un grupo de escritores europeos variopinto y algo cacofónico (Victor Del Arbol, Arnaldur Indridason, Andriy Kokotukha, Zygmunt Miloszewski y Olivier Truc) hablaron de lo divino y lo humano, de política y letras, de dictaduras y libertades. Era el acto central de un festival dedicado este año a la literatura del Este, de Alemania a Ucrania más o menos.
Los actos acaban pronto (se come a las 12, se habla de literatura hasta las 19 y luego se va un poco de fiesta) pero la locura literaria sigue. Hay unos 15.000 enqueteurs sueltos por la ciudad, en una actividad detectivesca y literaria y abierta a todo el mundo que no ha dejado de crecer. Y la organización ha tenido que dejar fuera a muchos participantes. Sí, es Francia. Sí, Vive le polar!!
Babelia
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