‘Rigoletto’ une las grandes voces de Camarena y Álvarez
El tenor mexicano debuta en la ópera de Verdi y el barítono español regresa con uno de sus papeles de más éxito a Barcelona
Giuseppe Verdi ha sido probablemente el compositor más entregado a la autoficción que haya existido. Se contó continuamente a sí mismo en todas sus óperas. Como marido, amante, soñador, genio, hijo, viudo, temperamental, a veces iracundo, maestro de intrigas, víctima doliente, dado a partes iguales al cálculo y a la pasión… Pero, sobre todo, como padre. Dentro de ese papel, se confesó en Don Carlo, en La Traviata, quiso abordarlo adaptando otro Shakespeare como El rey Lear, pero se frustró. Aunque donde con más emoción e intensidad lo desarrolla es en Rigoletto.
Así lo ven el tenor mexicano Javier Camarena (Xalapa, 1976) y el barítono español Carlos Álvarez (Málaga, 1966). Dos cantantes en lo alto que se unen por primera vez en escena para interpretar la obra maestra verdiana, estrenada en Venecia en 1851. Esta vez será a partir del martes 21 en el Liceo barcelonés.
“Verdi traza constantemente una autobiografía de sí mismo. Lo hace en toda su obra, si te adentras en diferentes papeles suyos a lo largo de etapas distintas de tu vida, te haces una idea de quién fue. Alguien extraordinariamente complejo”, asegura Álvarez. Nada tenía que ver, sin embargo, con el crápula del duque de Mantua, a quien reservó la cuerda de tenor. Lo pintó como alguien que actúa movido por el capricho, la frivolidad y el instinto más bajo: “No piensa mucho, en realidad, este cuate, ¿no? Me divierte representar sus situaciones, pero no tiene nada que ver conmigo”, advierte Camarena.
El Rigoletto que abordan ahora juntos tiene, ante todo, tres atractivos: el debut de Camarena como el duque de Mantua, un pillastre que reclama sistemáticamente su derecho de pernada y que Verdi sacó como personaje de Le roi s’amuse, la obra de Víctor Hugo. Otro es el regreso al Liceo en un papel bandera como el del bufón de la corte que borda Carlos Álvarez. Finalmente, el hecho de poder contemplarles a ambos en un título por primera vez encima de un escenario.
Camarena es el tenor que ha irrumpido con más éxito en el reino del belcanto a nivel mundial durante las cuatro últimas temporadas. Álvarez ha retomado una carrera que a punto estuvo de encallar por culpa de una enfermedad en las cuerdas vocales que casi le arranca la voz. Las referencias entre los dos no podían ser mejores. Se unen ahora en este montaje donde, además, como Gilda, se alternan en distintas funciones la soprano italiana Désirée Rancatore y la española María José Moreno. Los tres actúan bajo la dirección de la holandesa Monique Wagemakers en escena y la musical del maestro Ricardo Frizza.
Ya andaban ambos cantantes con ganas de verse las caras. Y más en el Liceo. Aunque a Camarena le impresiona un poco que en el teatro de las Ramblas pitaran una vez a Enrico Caruso por no querer ofrecer un bis. El acostumbra a repartirlos en varios lugares. De hecho, se consagró cuando hace tres años le pidieron uno en el Metropolitan cantando La Cenerentola, de Rossini. Era el tercer cantante en la historia de dicho teatro al que se lo exigían. Para los puristas, el mexicano y el propio Álvarez tienen algo de esas figuras, como las de antes, que dirían los más rancios.
Es una apreciación que ambos contemplan con ironía. “Se dice mucho eso, pero hay que diferenciar. Para empezar no somos nada estáticos. A la forma de cantar, unimos un esfuerzo teatral de pura interpretación. En la acción debe suceder algo que vaya más allá de la belleza vocal, sino, el público de hoy, no entra en lo que les estás contando”, asegura Álvarez.
Ya le gustaría a Camarena ser un cantante como los de antaño: “Lo rico que sería haber llegado aquí en barco, sin jet lag y que no tuvieras conciencia de que mientras abres la boca, te pueden estar viendo millones de personas por todo el mundo a través de internet”, asegura el tenor. La presión para las nuevas generaciones es, en ese sentido, enorme. Lidian con la sobre exposición, atienden a esfuerzos de superhéroe. Lo encaran, la mayoría de ellos, con una profesionalidad exquisita, alejados, en ambos casos del capricho del divo. “Entiendo el divismo como lo ve Oscar Tusquets, el arquitecto, en eso libro maravilloso que se titula Dios lo ve. Lo aborda en el sentido artístico del trabajo bien hecho. Buscar la excelencia, la bondad y la belleza, por el mero hecho de que deban existir, darse, por exigir lo mejor de uno mismo”, asegura Álvarez.
En eso ha estado él toda su carrera desde que eligiera el escenario en vez de lo que estudió: medicina. Conoce hoy mejor que nadie los bamboleos del éxito y la presencia del fracaso, no por demérito, sino por enfermedad. Se ha sobrepuesto a ello y vuelve a volar sobre la élite con sus excepcionales y sólidas interpretaciones por todo el mundo. Camarena, consciente de lo que el barítono lleva encima, lo escucha como a un oráculo.
Sobre todo cuando relata cómo se dio cuenta ante el público que volvía a llegar a su nivel. Fue en Valencia, tres años atrás, con un Otelo en el que interpretaba al sinuoso Yago, dirigido por Zubin Mehta. “Ante el aplauso del público se me saltaron las lágrimas. Fue el final de un largo camino capeando el temporal. Desde entonces vivo todo más intensamente. Y me he vuelto un llorón. Me siento bien, con los pies en el suelo. Hay algo que me ha ayudado mucho. Los teatros confiaron siempre en mí, casi ninguno me dio la espalda en el regreso”.
Una estrella belcantista y un coloso verdiano
Las de Carlos Álvarez y Javier Camarena son carreras en la cumbre de la ópera mundial. El barítono español se ha consagrado en las dos últimas décadas como uno de los grandes verdianos de su generación. Ha afrontado con éxito en los grandes teatros –del Festival de Salzburgo a la Scala de Milán o el Metropolitan de Nueva York…- los grandes roles del repertorio y es todo un maestro en cómo el compositor italiano afrontaba esos papeles en la creación, con sus componentes formales y psicológicos. Camarena ha despuntado en los tres últimos años como una refrescante estrella del belcantismo. En ese exigente y elegante estilo, destaca la potencia de sus agudos y una exquisita línea de canto que le ha adentrado en Rossini, Donizetti y Bellini, sobre todo. No tiene prisa en dar otros saltos. Sus planes son ir introduciéndose en títulos de la ópera francesa y algunos roles de Verdi, aparte del duque de Mantua, que debuta estos días en Barcelona. Su meta está, dentro de unos años, en llegar a cantar el Rodolfo de La bohème (Puccini). "Pero sin prisa, con mucha calma", asegura. El hecho de que el éxito le haya llegado en una pletórica madurez le salvaguarda de estrellarse, como les ha ocurrido a otros, antes de tiempo.
Babelia
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