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La musicología, la dirección musical y el hallazgo de voces marcaron su carrera

La segunda muerte de Rossini

Fallece a los 89 años Alberto Zedda, máximo valedor del canon y del repertorio rossinianos

No satisfecho con haberse muerto una vez, Rossini ha muerto dos veces. Pues se había reencarnado en Alberto Zedda. Y Alberto Zedda ha fallecido a los 89 años, cuando  lo creíamos inmortal. Menudo y enjuto como era. Incluso ingrávido, pues Rossini había decidido reencarnarse en una contrafigura de sí mismo. Nada de excesos físicos ni de hábitos hedonistas. La desmesura de Rossini fue mesura en Zedda. Y dedicación absoluta, consagración, al maestro de Pésaro.

La prueba está en que la muerte le ha sorprendido en la propia Pésaro y ensayando La Cenerentola. Que es una manera alegre de morirse y de sonreírle a las parcas.  Zedda se marcha con la ligereza con la que vivió. Y no hablamos de superficialidad ni de frivolidad, sino de vitalidad rossiniana. 

La herencia es enorme, precisamente porque la dedicación de Zedda a Rossini tanto se significó en la biblioteca como en el teatro. Reunía el maestro el escrúpulo del detective y la creatividad del artista. Conocemos  a Rossini en su verdadera corpulencia y dimensión porque Zedda se preocupó de investigar hasta el último legajo y el más recóndito de los manuscritos.

Suyas son las ediciones críticas de las principales obras del repertorio -El barbero de Sevilla, en primer lugar-, pero también los hallazgos de muchas óperas que podían haberse perdido para siempre. Y que él mismo resucitó desde la plataforma del Festival de Pésaro. 

Se fijaba allí la doctrina, como si de concilios musicales de tratara. Y se reunían las grandes figuras rossinianas. Porque Zedda sabía atraerlas. O porque él mismo las había descubierto. De hecho, el escalafón de cantantes belcantistas sería muy distinto o muy precario de no haber intervenido el instinto y el criterio con que Zedda reconocía a las voces privilegiadas.

Es verdad que el difunto maestro trascendió los límites del repertorio rossiniano. Y que sus inquietudes musicales abarcaron el barroco, el clasicismo y hasta la devoción a Verdi, pero su alianza con Rossini llegó a establecer una alianza idiosiociable. Y predispuso una suerte de conciencia misionera. Zedda divulgó el repertorio rossiniano con la fe de un pastor mormón. Y lo hizo desde Tokio hasta La Coruña, donde echó raíces personales y promovió el Festival de Ópera.

Un hombre generoso, un entusiasta era Zedda. Un tipo hospitalario. Y un señor dotado de poca altura y de mucho sentido del humor, hasta el extremo de que condescendía con las bromas sobre las óperas de Rossini que parecían inventadas por él mismo. Recuerdo una de ellas. Y una pregunta que le hice al respecto. ¿Seguro que existe Torvaldo y Dorliska?

Y claro que existía Torvaldo y Dorliska.  Y existían Ricciardo y Zoraide, y Eduardo y Cristina, y Demetrio y Polibio, ejemplos todos ellos de un exhaustivo trabajo de musicología al que Zedda otorgaba  entusiasmo y vida, no ya formalizando el canon rossiniano para la posteridad, sino decidido a interpretarlo con los criterios estéticos y musicales que jalonan su discografía y que le consienten el placebo de la inmortalidad. 

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