Cuartetos jóvenes y más que sobradamente preparados
Los ocho músicos que acaban de ofrecer un concierto en la Fundación Juan March podrían hacer carrera como solistas
Obras de Haydn, Janáček, Schubert, Pärt, Bartók y Smetana. Cuartetos Armida y Pavel Haas. Fundación Juan March, 15 y 22 de febrero.
Nunca antes ha habido tantos y tan buenos cuartetos de cuerda: más que una opinión, es una verdad constatable con solo asomarse a las programaciones de las salas de concierto de todo el mundo y comparar esta realidad con la mucho más pobre y gris de décadas anteriores. Formar un cuarteto de cuerda era entonces una decisión arriesgada: pocos conciertos, mal pagados, minúscula cuota de mercado y un sinfín de horas para aunar voluntades de los cuatro integrantes. Hoy, en cambio, son muchos los instrumentistas perfectamente capacitados para emprender una carrera solista (es el caso de los ocho que acaban de tocar en la Fundación Juan March) que prefieren asumir los inconvenientes de una convivencia estrechísima y unos honorarios notoriamente más modestos a fin de cultivar, eso sí, uno de los repertorios más gratificantes, extraordinarios y exigentes que nos ha dejado la música occidental.
Alzarse victoriosos en un gran concurso internacional sigue siendo la mejor plataforma para que los jóvenes cuartetos se den a conocer: fue el caso del Pavel Haas (checo) en el Concurso Paolo Borciani o del Armida (alemán) en el que organiza la ARD en Múnich. Los dos son ya pequeños veteranos, con más de una década de trabajo conjunto a sus espaldas. Sin embargo, hay algo que los diferencia profundamente: mientras que el Armida ha mantenido intacta su formación desde el comienzo, el Pavel Haas ha sufrido ya numerosos cambios en los atriles del segundo violín y la viola. Cambiar una pieza de un pequeño pero complejísimo puzle que tiene tan solo cuatro es como volver a empezar casi desde cero. Y, por lo que acaba de verse y oírse en Madrid, el Armida prosigue imparable su marcha ascendente, mientras que el Pavel Haas parece estar atravesando una seria crisis de identidad.
Ambos conciertos se han enmarcado dentro de un ciclo titulado “La disolución de los géneros: cuartetos sinfónicos”. Estas dos últimas palabras, unidas, parecen casi una contradictio in terminis. Sin embargo, la idea fuerza que ha querido plasmarse a lo largo de tres conciertos es muy interesante y la explica admirablemente en sus notas al programa Cibrán Sierra, violinista de nuestro Cuarteto Quiroga, otro de los artífices de la edad de oro que vive el género (incluso en España, secularmente alejada de la primera línea cuartetística). Es una pena que no se haya programado el que debe de ser el cuarteto más “sinfónico” jamás compuesto: el Cuarteto en Re mayor de César Franck, desmesurado y torrencial, pero ilustrativo como ningún otro de hasta dónde pueden adensarse las armonías o expandirse la sonoridad de dos violines, una viola y un violonchelo.
Sí ha sonado el último Cuarteto de Franz Schubert, que apunta directamente a las sinfonías de Bruckner gracias a su pertinaz y visionario empleo del trémolo, o el Cuarteto “Sonata a Kreutzer” de Janáček, plagado de principio a fin de una escritura virtualmente nueva y que se demostraría irrepetible, o el Cuarteto núm. 5 de Bartók y el Cuarteto núm. 1 de Smetana, que otorgan carta de naturaleza y hechuras cuasiorquestales a los motivos y ritmos populares. El Cuarteto Armida abrió el fuego con un Cuarteto de Haydn (op. 33 núm. 6) con gratos y leves dejos historicistas. Su Janáček tuvo constantes fogonazos de genio, pero su versión, en conjunto, ha de ganar aún en madurez, continuidad, aplomo y asunción de mayores riesgos. En Schubert, en cambio, sí que dieron la medida de su extraordinaria calidad. No esquivaron una sola indicación de repetición, el desarrollo del primer movimiento fue un prodigio constructivo y el Andante con mosso marcó el punto más alto del concierto. Al final parecían exhaustos (habían tocado el día anterior en Innsbruck: hay que volver a insistir en que no es fácil ganarse la vida tocando cuartetos de cuerda), pero el Armida está llamado a ser sin duda uno de los grandes de su especialidad en las próximas décadas.
Del Cuarteto Pavel Haas que se presentó en Madrid en 2008 solo quedan dos de sus miembros: la pareja formada por Veronika Jarůšková y Peter Jarůšek. Este último es, sin duda, el alma del cuarteto. Pocas veces se ve a un instrumentista tocar con tanta suficiencia, tan sobrado de recursos. Sin apenas mirar su partitura, dirigiendo a todos con la mirada, de poder contar con tres pares de brazos más, sería capaz de tocar él solo los cuatro instrumentos. La última incorporación al grupo, el violinista Marek Zwiebel, no ha acabado de cuajar y el violista, Radim Sedmidubský, pertenece a otra generación y parece moverse, asimismo, en otra longitud de onda. Tocó el deslumbrante solo inicial del Cuarteto de Smetana con corrección, pero sin atisbos de la fantasía, la furia y la fuerza que está pidiendo a gritos. Los cuatro sonaron conjuntados en las armonías inmóviles y elementales de Fratres IV de Arvo Pärt, mientras que en Bartók se echaron en falta mayor angulosidad, mayor misterio, mayor rabia. Las tornas cambiaron, y mucho, en la obra de su compatriota Smetana, y especialmente en el movimiento lento, iniciado con un modélico solo de Jarůšek, que pareció arrastrar y sacar lo mejor de sus tres compañeros. Fue ahí donde más se pareció el Pavel Haas al cuarteto que asombró al mundo hace algo más de una década. Tanto baile de sillas ha tenido las consecuencias inevitables de costumbre (pensemos en el Cuarteto Artemis, por ejemplo). Con todo, la lectura que debe sacarse de estos dos conciertos −por una vez, sensatamente, sin propinas− es que somos afortunados de vivir en esta época de constante floración de cuartetos jóvenes y aguerridos: han elegido la opción más difícil y los principales beneficiarios somos nosotros.
Babelia
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