Una competencia brutal por el Oscar más animado
¿Por qué en el banquete de los premios a la animación se la echa de comer aparte?
Un total de 336 largometrajes compitieron este año por el Oscar, 30 más que el año pasado. De ellos, 27 son películas de animación. “¡Y esos son los que más han dado que hablar!”, se asombra John Lasseter, al frente de los estudios Disney y Pixar. “Me asombro porque una película es una película y hacer esta distinción entre imagen real y animación es como si diferenciáramos los filmes por la cámara con la que están rodados. El medio no nos define. Solo si son buenos o son malos. ¿A qué nadie se queja de que haya aumentado el número de películas de imagen real?”, dispara con bala el pope de la animación hablando. Nadie se queja del inusual número de películas animadas pero sí que asombra la “brutal competencia”, como dice The Wrap, que existe en esta categoría.
En sus 16 años de historia solo en 2014 se llegaron a las 20 postulantes. En ocho ocasiones anteriores la categoría tan solo tuvo tres candidatas porque no llegaban a las 16 películas en competición necesarias para tener 5 nominadas. Según Charles Solomon, crítico de cine de Los Angeles Times, parte del éxito de este año tiene que ver con el hecho de que nueve de las 25 películas más taquilleras de 2016 fueron de animación. “Sumaron 5.180 millones de euros en la taquilla. ¿A quién le extraña que todos los estudios se sumen al carro?”, indicó a este diario.
Entre las cinco candidatas de este año no todos son éxitos de taquilla. Solo Zootrópolis y Vaiana, ambas de los estudios Disney, están entre las 25 más taquilleras. El público desconoce La tortuga roja y La vida de Calabacín, dos joyas independientes de presupuestos que no llegan ni a la décima parte de los 140 millones de euros que costaron cualquiera de las otras dos. De ahí que la quinta contendiente, la última producción stop-motion de los estudios Laika, Kubo y las dos cuerdas mágicas, está bombardeando a los miembros de la Academia con una campaña que les insta a la “innovación” para que dejen de votar a los de siempre.
De las 15 estatuillas entregadas hasta la fecha en esta categoría, 10 han ido a parar a producciones de Disney o Pixar. “A los pequeños estudios, a los cineastas de todo el mundo, les ha llevado años, pero ahora se han dado cuenta de que pueden presentar sus trabajos, por pequeños que sean, al comité tan selecto como reducido que se encarga de esta categoría. Y el comité ha respondido nominando películas que quizá nunca habrían encontrado un público fuera de sus países”, indicó el consultor y relaciones públicas Tony Angelotti.
Es difícil seguir llamando independiente y defender películas tipo La vida de Calabacín, como el David de la animación frente al Goliat de Disney cuando diariamente se anuncian a toda página “para la consideración” de la Academia en revistas como Variety o The Hollywood Reporter. Pero así son las campañas de los Oscar, cuyo presupuesto incluso en animación pueden superar los 7,5 millones de euros que costó Calabacín. La tortuga roja tiene a su favor que es la única cinta de animación tradicional, el punto débil de los académicos. Incluso de aquellos que como John Musker, director de Vaiana, son rivales. “Cuanta más variedad, más saludable estará nuestra industria. Todo es bueno, desde películas como La fiesta de las salchichas o basadas en cuentos de Edgar Allan Poe como Extraordinary Tales. Pero sobre todo en animación tradicional porque muestran nuestra habilidad para dibujar lo que imaginamos”, señala el realizador de clásicos como La sirenita o Aladdín.
Zootrópolis lleva las de ganar en todas las quinielas. No solo por la maquinaria que la apoya o, sencillamente, por su calidad. En la era Trump, una cinta que habla de la discriminación por raza, genero o especie además de mostrar cómo se puede gobernar desde el terror se presenta ante los académicos como la más subversiva del año, ya sea de imagen real o animada. “Barry Jenkins, el director de Moonlight, nos dijo que espera que nuestra próxima película sea igual de subversiva”, recordó a este diario Rich Moore, uno de los directores de Zootrópolis.
Un comentario que no esconde la crítica que de forma unánime mantienen todos los rivales en esta categoría: ¿Por qué en el banquete de los Oscar a la animación se la echa de comer aparte? “Para mí sigue siendo un misterio el porqué las películas animadas tienen que sentarse en la mesa de los niños”, indica Solomon haciéndose eco del rumor que durante años ha justificado esta segregación y que culpa a los actores, la rama más extensa de la Academia, de que en 2016 se siga desdeñando el cine de animación. “Solo tres películas animadas han sido candidatas como mejor película (La bella y la bestia, Up y Toy Story 3) y ninguna a mejor dirección”, añade.
Este año Kubo consiguió una segunda candidatura a los mejores efectos especiales y Vaiana, a mejor canción. “La generación de los baby-boomers creció viendo la animación como la forma de entretener a los niños”, recuerda Tom Sito, animador, profesor de USC y como muchos de sus compañeros en la Academia, parte de esa generación. “Esa actitud está cambiando con la generación del milenio, que creció viendo animación para adultos y leyendo manga. Pero llevará tiempo que su influencia sea la norma”, sentenció sobre ese posible cambio.
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