‘Goyas’ y autobombo
Los festivales deberían reconocer aquellas películas que no premiaron como merecían
Se está poniendo de moda entre algunos festivales españoles felicitarse a sí mismos por haber programado películas que luego reciben premios en otras tribunas que se consideran más importantes que la suya, los Goya, por ejemplo. Está muy bien reconocerse el buen ojo para detectar filmes de calidad y éxito pero en justa equidad deberían publicitarse también los títulos de las películas que fueron rechazadas y luego fueron aclamadas, incluso premiadas con algún goya. Al menos sería más entretenido que el sistemático autobombo.
Hace unos años en el festival de San Sebastián alguien propuso una retrospectiva titulada Errores o algo semejante, donde se programaran las películas que no fueron aceptadas en su día por el comité de selección —Fargo, de los Coen, entre otras, por ejemplo— o las que los jurados no tuvieron debidamente en cuenta prefiriendo en su lugar películas más que discutibles como, por ejemplo, aquella Concha de Oro para la checa Eva quiere dormir en lugar de Vértigo, de Hitchock, Rufufú, de Monicelli o Los vikingos, de Fleisher, o el olvido tenaz que tuvieron más recientemente ante El secreto de tus ojos, que luego fue condecorada con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa… Y tantos y tantos despistes más de programadores y jurados y no sólo del festival donostiarra. El de Cannes lleva años poco menos que pidiendo perdón a Pedro Almodóvar por no haber aceptado en 1988 Mujeres al borde de un ataque de nervios, que se transformó en la película revelación del año (y de la década) llegando a rozar el Oscar tras recibir premios por festivales de medio mundo. En su libro de memorias, La vida pasará como un sueño, el entonces responsable del festival, Gilles Jacob, no reconoce el error histórico que cometió. Y en el que ahora ha publicado su sucesor, Thierry Frémaux, Selección oficial, lógicamente no hablará de ello puesto que se trata de un diario de sus movimientos y reflexiones durante el último año. Por lo leído hasta ahora, también éste se infla al comentar que, aunque no reciba premios, un director debe estar orgulloso de haber contribuido con su película a la calidad del festival, lo que es en sí mismo un triunfo. Sin embargo, citado por el propio Frémaux, el director británico John Boorman opina que figurar como finalista sólo prestigia a quien gana el premio. El resto acaba hundido en el anonimato.
A lo que íbamos. Es legítimo felicitarse por los aciertos, si por ellos se entiende coincidir con otros galardones, pero se echa en falta, por la misma justicia, algún mea culpa, por discreto que sea. “Esta película se nos escapó y ha resultado ser una bomba, no supimos verla…”.
Babelia
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