Gracias por el baile, ‘La La Land’
Tal vez no sea una obra maestra, pero la película de Chazelle se apunta un mérito enorme: regala ilusión y esperanza
Dicen los escépticos que el cine no puede cambiar nuestras vidas. Y quizás tengan razón. Por suerte, ciertos días cuesta más creerles. Es un miércoles glacial, el invierno lo ensombrece todo y el viento gélido que sopla desde la Casa Blanca enfría la esperanza. En definitiva, el clima ideal para manta y desazón. En busca de un antídoto, tal vez de un consuelo, decenas de seres humanos se juntan. No se conocen de nada, pero todos han confiado en la misma idea. Se sientan, susurran, murmullan, se percibe la expectación. De golpe, se produce aquel viejo hechizo que años de butacas vacías parecían haber roto. Da igual que en España las salas tengan una media de apenas 24 espectadores: hoy todos y cada uno de los asientos están ocupados. Y cuando, 128 minutos después, las luces se encienden y los desconocidos se miran descubren que ha habido una magia: ahora todos sonríen.
Algunos, al salir del cine, hasta bailan. O lo intentan, haciendo el payaso, porque, ¿qué más da? “Acabo de ver La ciudad de las estrellas (La La Land) y el mundo me parece un lugar maravilloso”, celebra una chica por su móvil. A saber con quién habla, probablemente otro fiel de la alegría. Desde luego, habrá quien critique el nuevo filme de Damien Chazelle, lo tache de ya visto, obvio o --los más duros-- ñoñería. Y desde el punto de vista cinematográfico puede que no invente nada ni sea una obra maestra. Sin embargo, se apunta un mérito enorme por el que solo habría que darles las gracias al cineasta y su película: La La Land regala sueños y esperanzas. Y recuerda que el cine tiene la fuerza de enamorar y hacer olvidar lo demás. ¿Acaso no es justo lo que le pedimos al séptimo arte?
Cada cual encontrará una emoción que le hable directamente a él: la sala llena; la entrada que se vuelve un bien preciado e huidizo –un amigo logró ver la película solo al cuarto intento-; el amor al cine redescubierto, aunque siempre estuvo ahí; un director que se empeña durante años en su proyecto personal, cuando la única música para los oídos de los estudios son franquicias y secuelas; la ilusión de los sueños imposibles que de repente, aunque sea por un instante, se pueden conseguir, y si no al menos habrá merecido la pena; el vértigo de caer, levantarse e intentarlo de nuevo. Porque, ya lo verás, mañana será “otro día de sol”.
Así lo cantan en el extraordinario arranque de la película. “Ya tenía ganas de aplaudir”, decía una joven en la proyección del miércoles. Tuvo que esperar hasta el final, cuando ella y la sala se rindieron entregados. Aunque en el estreno del filme, en el festival de Venecia, su deseo fue precisamente lo que ocurrió: primera canción, primer baile, pausa y una marea de manos ya desatadas. A partir de ahí La La Land enamoró a (muchos) críticos, público y hasta los Globos de Oro con una oda que celebra el séptimo arte, Los Ángeles, el jazz, pero sobre todo las ganas de vivir y creer de cada uno de nosotros. Porque algunos lo admitirán, otros preferirán ocultarlo, pero cualquiera ha sido Mia o Sebastian al menos una vez. Y a ese momento le devuelve el filme. “Brindo por los que sueñan, por insensatos que parezcan. Brindo por los corazones que se rompen, por los desastres que hacemos”, canta Emma Stone en la película.
De acuerdo, los fríos números de ingresos revelan que La La Land está lejos de los principales taquillazos -tampoco comparte su presupuesto-. Por más que arrase en Reino Unido o España, en EE UU, donde se estrenó el año pasado, no pasa por ahora del 36º puesto por recaudación, por debajo de la nueva Independence Day o del regreso de Tarzán. Habría explicaciones (está presente en muchas menos salas, a la espera de ampliar su campaña una vez salgan las nominaciones de los Oscar), pero en el fondo no importa. A lo mejor ni siquiera ganará la estatuilla, porque al parecer Moonlight sí es una obra maestra. Pero la alegría no se mide en cifras y premios. Y a los que hayan adorado La La Land siempre les quedará recordar aquella vez que sus pies se pusieron a bailar debajo de la butaca. Si no se fían, háganle al menos caso a Tom Hanks: "Si el público no va a ver y disfruta esta maravilla, estamos todos condenados".
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