Cruzando el charco
El Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, y los catalanes Temporada Alta y Grec han sido los principales puertos por donde el talento latinoamericano ha desembarcado en España
Hubo un antes y un después en el teatro español cuando, en los comienzos del siglo en curso, aterrizaron en nuestro país los argentinos Javier Daulte con Gore (2002), Rafael Spregelburd con La estupidez (2005), Claudio Tolcachir con La omisión de la familia Coleman (2005), Daniel Veronese con Un hombre que se ahoga (2006) y Pablo Messiez con Muda (2010) para mostrar con talento y entusiasmo distintos modos de entender la escritura dramática, la puesta en escena y el trabajo actoral. Aunque, ahora que lo pienso, el primer puerto para las novedades fue Cádiz, sede del Festival Iberoamericano de Teatro (FIT), que lleva más de 30 años resistiendo y cada otoño se convierte en un escaparate del mejor teatro cocinado en castellano al otro lado del mar, y en su reciente edición ha presentado, entre otros, títulos como Todo Piola, de los argentinos Gustavo Tarrío y Eddy García; Camilo, del colombiano Teatro de la Candelaria, o Made in Salvador, del Teatro del Azoro.
Al otro extremo de la Península, el barcelonés Festival Grec abre cada verano ventanas semejantes. Para ceñirnos tan solo a las últimas, cabe celebrar el éxito en 2015 del grupo chileno La-Resentida, dirigido por Marco Layera, con La imaginación del futuro, una relectura futurista del golpe de Pinochet, y el pasado agosto, la formidable acogida a los también chilenos Teatrocinema, con Historia de amor y La contadora de películas, y la nueva visita del argentino Mariano Pensotti, que había presentado El pasado es un festival grotesco (2011) en el Festival de Otoño de Madrid, Cineastas (2013) en Temporada Alta (Girona), y llegó al Grec con Cuando vuelva a su casa voy a ser otro.
Hablando de Temporada Alta, he ahí el tercer gran puerto (o primus inter pares, según como se mire, porque ha cumplido cinco lustros) para los mejores desembarcos. En sus últimas entregas presentaron, por ejemplo, a la joven autora y directora argentina Romina Paula, con El tiempo todo entero (2011) y Fauna (2013), y las formidables muestras de teatro documental a cargo de los mexicanos Lagartijas Tiradas Al Sol, de quienes se han visto ya El rumor del incendio (2011), Montserrat (2013), Derretiré con un cerillo la nieve de un volcán (2014), Está escrita en sus campos (2015) y, en la presente edición, el programa doble compuesto por Tijuana, donde el actor/director Gabino Rodríguez asumió durante seis meses la identidad de un trabajador explotado, y Veracruz, una conferencia-espectáculo de Luisa Pardo que abre una ambiciosa serie dedicada a los 32 Estados de México. En Temporada Alta se ha visto también Terrenal, del maestro argentino Mauricio Kartun, y La ira de narciso, el thriller de los uruguayos Sergio Blanco y Gabriel Calderón.
La actual temporada en Barcelona y Madrid cuenta con una abundante presencia de autores y directores latinoamericanos: imposible citarlos a todos. En Barcelona comenzó con el éxito de Othelo (acaba mal), de Gabriel Chamé Buendía, triunfador en el Festival de Almagro para recalar luego en La Villarroel. En el Romea se está representando El filósofo declara, del mexicano Juan Villoro, dirigida por su compatriota Antonio Castro. En el madrileño Valle-Inclán se ha visto Viejo, solo y puto, del argentino Sergio Boris, que pasó el año anterior por Temporada Alta.
A caballo entre Buenos Aires y Madrid y Barcelona, la presencia en nuestras carteleras de los artistas que mencionaba al comienzo de este artículo es felizmente continua, con la única excepción de Javier Daulte, pluriempleado por la televisión y las escenas comercial y off de su tierra.
Pablo Messiez llevó al Pavón Kamikaze La distancia, sobre la novela Distancia de rescate, de Samanta Schweblin. Cuando aparezcan estas líneas, Messiez habrá estrenado ya su nueva obra, Todo el tiempo del mundo, en las Naves del Español, y en marzo presenta en La Abadía He nacido para verte sonreír, de Santiago Loza, uno de los jóvenes autores argentinos más celebrados. Daniel Veronese acaba de estrenar en El Canal (Madrid) la puesta de Invencible, la comedia del británico Torben Betts, y tiene en cartel Bajo terapia, de Matías del Federico, en el Marquina (Madrid) y el Borrás (Barcelona), con dos compañías distintas, cosa poco frecuente. Tampoco descansa Claudio Tolcachir. El año pasado presentó la soberbia Tierra de fuego, de Mario Diament, en Naves del Español; Dinamo, coescrita con Lautaro Perotti (otro interesantísimo director, también afincado en Madrid) y Melisa Hermida, se vio en Temporada Alta. Este año, Tolcachir ha abierto el Maravillas con el éxito de La mentira, de Florian Zeller, y a mediados de diciembre llevará al Canal Ay, amor divino, monólogo escrito y protagonizado por Mercedes Morán, todo un triunfo en Buenos Aires. Y otra buena noticia para terminar: Rafael Spregelburd, demasiado tiempo ausente de nuestros teatros, vuelve a Madrid en enero para estrenar (también en el Canal) la ópera Spam, con partitura del intérprete y compositor Zypce.
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