Lady Gaga: “Crecí resentida con mi padre por ser sobreprotector”
La artista recuerda a su familia que ha inspirado su nuevo disco, ‘Joanne’, para el que se ha rodeado de geniecillos del ‘indie’
Los coloridos saris de las invitadas a una boda hindú que se celebra en el interior sacian por unos minutos las ansias de extravagancia de las decenas de fans de Lady Gaga que esperan, cobijados bajo sus paraguas, a las puertas del lujoso hotel Langham de Londres. Arriba, su heroína desgrana con un grupo de periodistas europeos el reto que propone a esos mismos seguidores, los que la convirtieron en la gran estrella del pop pero complicaron su evolución creativa. La nueva propuesta, si fuera un guion de melodrama adolescente, sería aceptarla tal como es.
Se antoja complicado avanzar en el terreno de la provocación estética cuando a los 25 años tienes una entrada de Wikipedia dedicada al vestido realizado con filetes de carne crudos que luciste en una gala de los Grammy en 2010. Eso puede explicar el viaje a la normalidad en el que lleva los últimos años embarcada Stefani Joanne Angelina Germanotta. Y el destino del viaje se encuentra en la segunda de esas cuatro palabras: Joanne. Su segundo nombre, el de su difunta tía, el del restaurante de su padre, el de la tragedia que marcó a su familia, el de su nuevo disco y el de la canción más íntima que ha escrito nunca.
Gritar a una almohada
Desde el propio título, que hace referencia a la tragedia que marcó a su familia, Joanne es un disco que no rehúye las intimidades. He querido poner una parte más profunda de mi rabia y mi corazón", explica Lady Gaga. "Tenía que eliminar la furia y desvelar esos niveles de oscuridad que hay en todos nosotros. Hay oscuridad en el disco. Me fascina cómo he podido curarme creando cosas que son feas para otras personas, pero para mí están llenas de emoción, dolor y valentía. Dicen que mejor que cualquier terapia es gritar a una almohada. Parece algo histérico, pero tiene todo el sentido. No sé si lo has hecho, pero es increíble. Pude sacar mucho de liberar esa rabia, de partir de lo superficial y escarbar más hondo".
“Mi segundo nombre es Joanne, me lo pusieron por la hermana de mi padre, que murió a los 19 años de lupus”, explica. “Joanne estaba en el hospital. Tenía algo que le crecía en las manos y los médicos recomendaron que se las cortaran para salvar su vida. Pero mi abuela dijo que no. Porque Joanne era una artista: pintaba, escribía poesía, hacía tipografía. Era muy especial y usaba sus manos. Así que su madre no quiso que sus últimos momentos en la Tierra fueran sin su instrumento. Por eso el primer verso de la canción dice toma mis manos.
Lady Gaga cuenta que no alcanzaba a comprender “la profunda tristeza” de su padre, que mira al suelo con expresión grave mientras su hija desvela las intimidades familiares en esta habitación de hotel. “Me sentía abrumada en la cena de Navidad cuando mi abuelo Giuseppe, lloraba en la mesa”, explica. “Recuerdo los mocos saliendo de esa gran nariz siciliana, aquel pañuelo de tela y las lagrimas. De niña, no lo puedes procesar. Yo era muy rebelde y crecí resentida con mi padre por ser sobreprotector. Él abrió un restaurante, al que llamó Joanne y mi hermana y yo bailábamos abrazadas por ahí y hacíamos el tonto con un poco de vino. Me di cuenta de que soy parte de una gran familia que ha perseverado a pesar del dolor. Una familia de inmigrantes italoamericanos, duros trabajadores. No soy tan diferente. Y es ahí donde reside ahora mi creatividad. Pienso en cómo escribir una canción con la que pueda identificarse alguien que cree que no tiene nada que ver conmigo. ¡Dios mío, somos solo seres humanos! Lo demás son ropas, ideas, estilismos, ilusiones perfectas”.
Balada folk
La canción que da título al disco es la más sorprendente de las cuatro que, horas antes del encuentro con la artista, se permitió escuchar a los periodistas. Una balada folk alejada de los llenapistas sobre los que cimentó su carrera. El resto de la selección —incluido el primer single, Perfect Illusion— encaja más en ese plan de dominación mundial que puso en marcha con su debut, The Fame, y que descarriló tres discos después con Artpop (2013).
Decidió salir del atolladero a bordo de un vehículo seguro: su voz. Para despejar dudas sobre sus capacidades vocales —y adornarse con la pátina de respetabilidad que confiere la pleitesía a los mayores— eligió un disco de estándares de jazz a dúo con Tony Bennet (Cheek to Cheek, 2014), su billete de ida a la madurez.
Pero Cheek to Cheek no deja de ser un entretenimiento. Es ahora, con Joanne, cuando deberá comprobar si sus fans conectan con la nueva Lady Gaga. Para ello se ha rodeado de geniecillos del indie como Beck, Father John Misty, Kevin Parker (de Tame Impala) y, sobre todo, Mark Ronson, el productor del Back to Black de Amy Winehouse.
Lady Gaga vendió 30 millones de discos y fue la artista más interesante del cambio de década. Ahora la reina, como el rey de la fábula de Andersen, está desnuda. Ya no luce una langosta en la cabeza, sino simples leggins negros, zapatos planos, camisa remangada y el pelo recogido en un moño. “Me siento más cómoda así”, asegura. “Antes me sentía mejor expresando mi interior a través de la ropa. No era una máscara, lo que veías es lo que era. Demasiada gente cree que a los artistas les importa su opinión sobre su trabajo. Pero no eres un artista si no tienes una perspectiva. Y tiene que ser tuya. Había mucho alrededor de mí que era artificial. Era más difícil cuando cada día me sentía obligada a estar a la altura de las expectativas de alguien. Prefiero levantarme y decir: “Esta soy yo”.
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