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Así volvió a España el ‘Guernica’ de Picasso: 35 años ya

La reconstrucción del viaje Nueva York-Madrid de la obra maestra del artista malagueño por boca de sus testigos permite comprobar las dificultades y polémicas de aquel regreso

Borja Hermoso

Hacía un día espléndido y el avión venía lleno de turistas con camisas de flores y el irremediable ataque de melancolía que suele traer de la mano el final de las vacaciones. Eran las 8,27 de la mañana del 10 de septiembre de 1981. El Boeing 747 EC-DLD Lope de Vega, vuelo comercial Iberia IB-952 procedente del aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York, tomó tierra en Barajas con 319 pasajeros y 19 tripulantes a bordo. Con los motores aún encendidos, el comandante Juan López Durán tomó la palabra y, con voz entrecortada, dijo: “Señoras y señores, bienvenidos a Madrid. Tengo que decirles que han venido… acompañando al Guernica de Picasso en su regreso a España”.

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“Fue muy emocionante. El avión se posó en la pista como una hoja de otoño posándose en el suelo. Cerca de nosotros viajaban unos policías españoles del dispositivo de seguridad vestidos con gabardina que parecían directamente el inspector Clouseau. Los pasajeros se quedaron de una pieza. Algunos aplaudieron. Para ellos debió de ser surrealista”. Quien habla es Álvaro Martínez-Novillo, en aquellos días subdirector de Artes Plásticas del Ministerio de Cultura y uno de los personajes clave en la operación retorno del Guernica, de la que se acaban de cumplir 35 años.

En la bodega del Lope de Vega no viajaba solo un cuadro enorme de 7,75 X 3,50 metros –ni más ni menos que “la obra maestra” de Pablo Picasso (las comillas son suyas)-, sino una metáfora de la reconciliación. Lo que algunos llamaron el regreso del último exiliado. El final de la Transición en forma de un cilindro gigante enrollado. La pintura había pasado los últimos 44 años en una sala del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), tras la decisión de Picasso de mantenerla a buen recaudo y lejos de la España triunfal de Franco… aunque con la instrucción tajante de que el cuadro volviera a suelo español una vez recuperadas las libertades.

Con la democracia, el Gobierno de Adolfo Suárez se tomó la cuestión como algo prioritario. Pero la resistencia, primero, de los herederos de Picasso, y de los responsables del MoMA después, convirtieron la empresa casi en quimera. El ministro de Cultura, Iñigo Cavero, y el director general de Bellas Artes, Javier Tusell, lideraron las operaciones. No resultó fácil. Y fue el abogado del Estado Joaquín Tena quien lanzó un verdadero ultimátum a los directivos del museo neoyorquino en el sentido de que el Guernica tenía que estar en España para el 25 de octubre, centenario de Picasso. “Los del MoMA empezaron a darnos largas”, recuerda Martínez-Novillo, “y tuvo que ser Joaquín Tena, que era secretario general técnico del Ministerio de Cultura, quien les dijo: ‘Miren, yo no sé si la familia Picasso les va a mater un pleito o no a ustedes, pero desde luego el Estado español, como no firmen ustedes la autorización, sí que se lo va a poner”.

El día en que la República fichó a Picasso

Borja Hermoso

La obra que Picasso había ejecutado en cosa de un mes en su estudio parisiense de la Rue des Grands Augustins era el fruto de un encargo de la II República al genio malagueño para que plasmara en su locura creativa el compromiso con las libertades que estaban siendo amenazadas por la sublevación de Franco, Mola y compañía. Aquella embajada formada por Josep Renau –director general de Bellas Artes del Gobierno republicano-, José Bergamín, Juan Larrea y Max Aub visitó a Picasso un día de enero de 1937 en su casa de la Rue de La Boétie de París y le rogó que pintara un cuadro para el Pabellón de España en la Exposición Internacional de París. Tras ciertas renuencias del artista, terminó aceptando y cobró 150.000 francos franceses de la época.

Picasso no parecía especialmente inspirado, pero las noticias del bombardeo de la villa de Guernica a manos de la Legión Cóndor de Hitler el 26 de abril del 37 le hicieron ponerse a trabajar casi de forma inmediata. Tras ser expuesto en el Pabellón de la República en París y viajar por una larga serie de ciudades con el fin de recabar ayuda económica para el bando republicano, el cuadro quedó instalado en el MoMA por decisión de su autor. Franco, a través de su segundo, el almirante Carrero Blanco, quiso firmar una gran operación de imagen intentando traerse el Guernica a España, pero ni Picasso ni el MoMA transigieron.

El MoMA cedió y Cavero, Tusell, Martínez-Novillo y el entonces director del Instituto de Restauración, José María Cabrera, viajaron a Nueva York para el rescate. “Todo se desarrolló en medio de una gran discreción, tanta que casi no hubo medidas de seguridad. El cuadro se descolgó y se enrolló por la noche, y por la mañana, muy pronto, se hizo un acto de entrega solemne al Estado español en el que Blanchett Rockefeller, hermana de Nelson Rockefeller y presidenta del MoMA, entregó el cuadro a Iñigo Cavero. Y salimos para el aeropuerto”, explica el exsubdirector de Artes Plásticas.

Pero el surrealismo estaba empeñado en jugar un papel en aquella salida del Guernica hacia Madrid. “Hubo un apagón eléctrico y se apagaron todos los semáforos de Manhattan. El cuadro viajaba en un camión Mercedes, y nosotros íbamos detrás; fuimos cruzando la Quinta Avenida, la Sexta, etcétera, a todo meter y como pudimos, en medio de un atasco tremendo y tocando la bocina. Un poco como de película italiana”, recuerda Martínez-Novillo. Pero es que días antes, saliendo del MoMA, él y Cabrera se encontraron en unos almacenes con Luis García Berlanga, a quien conocían. “Como me vio tenso y vio que no estaba mi mujer, a quien conocía, pensó que yo tenía un lío de faldas en Nueva York. Bueno, no preguntó nada y no le dijimos nada. Cuando se enteró de todo me quería colgar de una farola, porque decía que le habría gustado haber alquilado un equipo y haber grabado todo aquello… pero no podía ser, teníamos órdenes de ser discretos”.

La historiadora del arte y profesora de la UNED Genoveva Tusell es la hija de Javier Tusell. Aún recuerda aquellos días, pese a ser una niña: “Yo tenía seis años cuando pasó todo aquello, y en casa oía hablar del Guernica sin parar… tanto que llegué a creer que lo había pintado mi padre. Y no fui consciente hasta mucho tiempo después de lo que había supuesto todo lo que él vivió aquellos días. De la corta etapa en que estuvo en el mundo de la política esto fue, sin duda, de lo que más orgulloso se sentía. Es que suponía también recuperar para España una figura como la de Picasso, y era recordar la Guerra Civil, recordar a los españoles lo que no se quería que volviera a pasar… era cerrar no solo la guerra y la dictadura sino también cerrar la Transición en lo cultural”.

Una de las personas que aquel 10 de septiembre de 1981 se encontraba en el Casón del Buen Retiro del Museo del Prado para recibir el Guernica era la conservadora Manuel Mena, entonces responsable del Departamento de Dibujos del museo y hoy una de las mayores especialistas mundiales en la obra de Goya. Así recuerda aquellos momentos: “Fue muy emocionante, la sensación general entre la gente era de incredulidad. Yo había visto antes el cuadro en Nueva York, en el MoMA. Tengo una foto mía sentada allí, sola delante de él. Ya era una pintura mítica. Me unía a ella además una relación casi personal, porque mi madre ya la había visto en el 37 en el Pabellón de España en París… pero ahora no estaba ni en París ni en Nueva York, sino en España, era nuestra, para siempre… y a nivel simbólico eso era tremendo”.

En 1992, 11 años después de su llegada a España, el cuadro abandonó el Casón del Buen Retiro rumbo al Museo Reina Sofía, una salida que recogió el artista Tino Calabuig en el emocionante cortometraje Guernica. “Nunca pensé que el Guernica iba a dejar un día El Prado, que era donde Picasso quería que estuviese. Fue una voluntad de artista que se ha perdido en la nada”, lamenta Manuela Mena.

Como es lógico, muy diferente es la opinión del director del Reina Sofía, Manuel Borja-Villel. En la misma sala donde desde 1992 reposa el Guernica, contemplado cada año por dos millones de visitantes, explica: “Es una obra clave del siglo XX, y un icono no solo artístico sino político, es la obra de un artista que era consciente de que quería influir no solo en lo artístico sino en lo social y en lo político”. Borja-Villel lo tiene claro: “Este museo se hizo porque iba a venir el Guernica”.

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Sobre la firma

Borja Hermoso
Es redactor jefe de EL PAÍS desde 2007 y dirigió el área de Cultura entre 2007 y 2016. En 2018 se incorporó a El País Semanal, donde compagina reportajes y entrevistas con labores de edición. Anteriormente trabajó en Radiocadena Española, Diario-16 y El Mundo. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra.

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