Las locas aventuras de Einstein, JFK, Oppenheimer y la perra Laika
La bomba atómica fue solo un aperitivo, las grandes mentes escondían otro plan mayor
Nazis con injertos robóticos. Perros que hablan en una epopeya espacial. Científicos con gemelos malvados. Inteligencia artificial presidencial. Realidades alternativas. La bomba atómica fue lo de menos.
Cuando leemos un cómic, nuestro umbral de verosimilitud sube muy alto. Estamos acostumbrados a aceptar que los superhéroes se disfracen con calzoncillos y pasen inadvertidos bajo gafas de pasta, robots gigantes luchando contra dinosaurios, alienígenas que solo se diferencia de los humanos por su color e incluso aplaudimos que la magia y el esoterismo se mezclen en una historia de Jack el Destripador y no pierda ni un ápice de su seriedad. Al contrario que en otros medios, no cuestionamos su realismo, ni nos ponemos a revisar cada detalle que no encajen nuestro mundo ¿Por qué en la música aceptamos letras surrealistas y nos cuesta más aceptar el cine sin narrativa clara? En el noveno arte sucede lo mismo. Jonathan Hickman (Los Vengadores) y Nick Pitarra llevan esta idea al máximo con Los proyectos Manhattan, una serie hilarante, delirante, muy documentada y con una imaginación desbordante que lo tendría difícil para vivir en otro medio.
¿Cómo leer 'Los proyectos Manhattan'?
Planeta cómics se ha encargado de publicar en España los 25 números editados hasta el momento en cinco tomos separados por los arcos. La serie está en un hiato en EE UU del que no se sabe cuándo saldrá, aunque en España queda todavía por publicar el spin-off The Sun Beyond the stars, con el mismo equipo creativo y centrado en las aventuras espaciales del cosmonauta Yuri Gagarin y la perra Laika con cuatro números publicados. Todavía no sabemos cuál será el próximo capítulo.
Los protagonistas de la serie son personajes conocidos. Las situaciones, no. Oppenheimer, el creador de la bomba atómica, es un genio trastornado con un gemelo malvado y con problemas de personalidad. El presidente Roosevelt es un androide con muy malas pulgas. Yuri Gagarin, el primer hombre en viajar al espacio, está locamente enamorado de Laika, la primera perra en el espacio. Harry Truman es un masón loco. Y Albert Einstein es un inventor loco y un bárbaro aficionado a saltar de dimensión en dimensión. Todos son miembros de un equipo supersecreto que trata de que el mundo siga girando. La creación de la bomba atómica en el Proyecto Manhattan solo era un entretenimiento. Bajo esa tapadera, hay alienígenas, otros planos de la realidad y hasta nazis amputados.
"Los personajes son superhéroes del mundo real. Cuando lees un cómic, no te sorprende una viñeta en la que Superman sujeta un planeta. Es una idea absurda, pero nunca pensarías que es ridículo. Del mismo modo, si te dijera que Einstein y Von Braun construyeron una estación espacial en secreto, lo aceptarías. Así que por ser tan increíbles como eran, te llevan a que el público acepte mucho más. Luego yo le doy el giro: 'qué pasaría si no solo fueran genios, sino supergenios malvados con planes y maquinaciones", explicaba Hickman hace unos años. No se trata de imaginarse un concepto novedoso, simplemente exagera la realidad de lo que ocurrió.
Partiendo de esta loca premisa, Hickman construye un entretejido mundo trastornado que mezcla el más puro cómic pulp con la historia de plena Guerra Fría. También el distintivo dibujo de Pitarra mezcla la más pura caricatura cartoon con un aire de realismo que transforma el relato con coherencia. Hay sangre, vísceras y mucha mala leche, sin grandes mensajes filosóficos ni reflexiones morales. Solo grandes personajes, con una vuelta de tuerca inesperada. Y funciona. Nos lo creemos. Nada parece falso. Y lo disfrutamos tanto que será difícil volver a ver a Einstein bajo otro prisma que no sea el de guerrero intergaláctico o no ver a John F. Kennedy como un estadounidense bobalicón egocéntrico y paranoico que esnifa cocaína en el despacho oval rodeado de prostitutas.
Revisar la historia ya se ha convertido en un clásico del mundo del cómic y Los Proyectos Manhattan lo hace como nadie lo había hecho antes. Esa ruptura es la mejor demostración de que el cómic es un arte abierto. La imaginación del lector deja, asimismo, una libertad única a los creadores, abiertos a explotar no solo las ideas más locas sino también las mezcolanzas más inesperadas.
Hay muchos motivos para que aceptemos como creíbles esta ruptura de las reglas convencionales: nuestra percepción del dibujo, la historia del medio, nuestra cultura, el ser un arte abierto a reinterpretación... Esa es la principal razón por la que las grandes obras de Alan Moore (La Liga de los hombres extraordinarios, From Hell o Watchmen) hayan tenido resultados tan mediocres en cine y de que otras historias como Sandman de Neil Gaiman sean casi imposibles de adaptar. A veces, precisamente, lo que mejor funciona es la necesidad, como en el Batman de Nolan, de hacerlo todo más normal, menos "comiquero", desprendiéndose así, sin embargo, de una gran razón por la que el cómic es un arte muy diferente del resto.
Los Proyectos Manhattan es una obra perfecta para las viñetas, una que no podría tener el prestigio y el seguimiento en ningún otro medio. Una que deja volar nuestra imaginación rompiendo las reglas preconcebidas. Y además es maravillosamente divertida.
Babelia
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