Despedida
Durante 30 años he utilizado esas columnas para hablar de mí, de lo que veo, escucho, siento, pienso, dudo y opino sobre esa cosa tan inclasificable llamada vida
Creo que esta profesión tan rara de escribir presuntamente sobre la televisión se la inventó en este periódico una sección titulada con mucha gracia y sentido autoprotector La cueva del dinosaurio. Su autor era el admirable Juan Cueto. Poco después me contrató Pedro J. Ramírez para escribir en Diario 16. Pensé que me iba a ofrecer el cine, pero quería algo más, que escribiera en la sección de televisión, un artículo de dos folios los miércoles y uno de siete los domingos (o sea 270 abusivas líneas a máquina). Flipé. Nunca me había interesado la televisión. Él me lo aclaró: “Te estoy pidiendo que escribas de lo que te dé la gana, en la tele sale todo”.
Y evidentemente, durante 30 años he utilizado esas columnas para hablar de mí, de lo que veo, escucho, siento, pienso, dudo y opino sobre esa cosa tan inclasificable llamada vida. Tuve broncas y censuras en los periódicos que dirigía Pedro J. Pero ahí estuve durante más de 20 años. Por algo sería, nos interesaría a los dos. Y está claro que mi firma siempre tuvo lectores, aunque algunos se acordarán de mi familia. Pedro J. podía ser malvado, pero sobre todo intuitivo y muy inteligente. Podía discutir y negociar con él, aunque jamás me otorgara la razón. Siento mucho respeto por el talento de personaje tan complejo.
En 2007 me vine a EL PAÍS para desempeñar variados cometidos. Todos los sábados y los domingos han podido encontrarse o desencontrarse conmigo en esta página. Y se ha acabado. Creo que me he ganado el derecho a despedirme de ustedes. Cuestión de formas, de agradecimiento, también de anticipada nostalgia, de perder algo que ocupaba mi vida y le otorgaba cierto equilibrio. A partir de ahora tendré infinito tiempo para echarles miguitas a los pájaros y observar el paisaje urbano desde un banco. Seguiré con la movida esa del cine. Que les vaya bien. Cuentan que decir adiós siempre implica morir un poco. Parece cursi, pero tal vez sea verdad.
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