Vhils: “La destrucción es parte de la creación”
El artista portugués, que se instala en Hong Kong, ha visto destruidas dos de sus obras lisboetas más importantes
Vhils parte su tiempo entre la apacible Lisboa y la estresante Hong Kong. “Cada ciudad tiene sus muros, cada muro tiene sus capas, su vida. El proceso de decadencia y renovación es más rápido allí que aquí; pero todo eso es lo que me estimula”.
Vhils habla desde una orilla del Tajo que mira a Lisboa, en Barreiro, donde ha convertido en estudio un inmenso hangar abandonado. Pronto se va a la otra orilla, a la bahía de Kowloon en Hong Kong. “Hay más puntos de encuentro de los que parece”, dice con absoluto convencimiento.
A Alexandre Farto, 29 años, Vhils, le sigue asombrando la calle, donde se crió artísticamente; el caos de la gran ciudad, la depredación humana en las megalópolis, el ciclo incesante de producción y destrucción. No es Vhils un crítico del consumismo humano, ni apóstol del reciclaje, es, más bien, un observador de esa actividad frenética de quita y pon del urbanita. Sus inmensos rostros con el acné de las paredes transmiten perplejidad más que sufrimiento o amargura. Son rostros plácidos, de aquí estoy y aquí sigo, usted seguramente, no.
“El espacio público humaniza la obra; que sea efímera no me preocupa, vivo con ello y va implícito desde que nace”. En pocos días, la piqueta ha destruido en Lisboa dos obras emblemáticas de Vhils grabadas en muros abandonados. Una pared la necesitaban para un hospital privado, la otra de parking de cruceros. Vhils no se inmuta: “Morir es parte del arte callejero. No me preocupan derechos de autor ni la destrucción de la obra. La destrucción es parte de la creación. He sabido que arrancan trozos de paredes trabajadas por mí, pero son para llevárselas a casa. Hasta ahora nada ha salido a la venta”.
Vhils nació, gamberreó y maduró al otro lado del Tajo, en los suburbios anárquicos de Lisboa —Seixal, Barreiro, Almada—, donde pintaba rápido antes de que llegara la poli, un mundo común a cualquier megalópolis, como Hong Kong; por muchos kilómetros o razas que las separen, al final siempre hay corazones y cemento. Y por eso Vhils ha instalado su otro gran estudio en esa ciudad china, que a veces parece Londres y a veces Pekín.
Allí pasa casi la mitad del año y allí la Fundación HOCA presentó en la primavera la mayor exposición de su vida. La obra de Vhils se extendió de las paredes del museo a los vagones del metro y los tranvías, con grafitis originales en esos escenarios ambulantes y efímeros.
Después de experimentar con el cemento, los ácidos, la serigrafía y hasta con el polispán, en Asia ha abrazado el neón. “Nace de la misma influencia de la ciudad y de esos grandes anuncios de la bahía. Es una técnica urbana publicitaria que está en proceso de extinción. Eso no significa que abandone el resto de materiales. Mi trabajo es un poco anárquico, voy viendo, voy escogiendo, no abandono un material para coger otro”.
En la bahía de Kowloon el espectáculo es el encendido nocturno de los neones. Parece Blade Runner con Batman dirigiendo el tráfico bajo esos gigantescos neones que solo se alumbran a sí mismos, dando una sensación única de la soledad de la masa. “En Hong Kong era inevitable utilizar los neones, aunque no fue fácil, pues apenas quedan artesanos que enseñen el oficio”, explica el artista.
Vhils bebe de todo lo que ve en la calle, pero también del cineasta Wong Kar-wai, del pintor Cabrita Reis o de la música hip-hop. Él ve paralelismos: siempre es la desconstrucción de la imagen o del sonido. Vhils también ha deconstruido en lonchas un convoy de tren.
Medio centenar de personas han trabajado en la gran exposición de Hong Kong, que ya viaja hacia Shangai, luego a Roma, Cincinnati y Río de Janeiro, mientras sus galeristas de Londres, Berlín y Pekín le mueven la obra por el mundo. Alexandre Farto, Vhils, es, según varios medios internacionales, uno de los artistas más influyentes en el mundo, pero él lo encaja con escepticismo. “Nunca pensé en ser nada”, dice. “Cruzar el Tajo ya era un acontecimiento para mí”.
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