¡Capitulazo!
El noveno de esta temporada de 'Juego de tronos' es un regalo para la historia del cine bélico. El trono de hierro lo ha ganado él
Este es un mensaje para críticos y desenganchados de Juego de tronos: olvidaos de todas vuestras pegas. Si os habéis perdido en las tramas de la serie o hace rato que se os evaporó el interés por los paseos de Tyrion, las lágrimas de Cersei y la lucha cada vez menos creíble de Arya Stark por encontrar su camino, aquí hay un capítulo para volver a enganchar, para disfrutar, para admirar con la boca abierta escenas de buen cine o simplemente para consumir en solitario y seguir con vuestra vida después. Si ya habéis renegado de la serie, os guardaremos el secreto, prometido. Pero vedlo.
El capítulo nueve de esta sexta temporada es un espectáculo bélico de premio, una fiesta de épica para una batalla (incluso dos) de las que parten la historia de una saga y dejan huella en la de la televisión.
Y no vamos a contar nada, no temáis.
¿Recordáis la batalla comandada por el general Maximo Décimo Meridio en Gladiator? Russell Crowe nos conmovió frotándose la tierra en las manos mientras pedía a sus hombres más dosis de “fuerza y honor” antes de enfrentarse a las tribus germánicas, verdaderos ángeles del infierno a los que no les bastaron flechas, espadas ni brutalidad para imponerse a los romanos. Tan necesarios romanos. Aquella batalla inicial de la película de Ridley Scott nos dejó con la boca abierta mientras sentimos el rumor, el viento, el sudor, la adrenalina, la tensión, la sangre, la victoria y la derrota en nuestras carnes.
El ataque aéreo contra una aldea del Vietcong en Apocalipsis Now nos entremezcló las sensaciones de crueldad y grandeza de la mano de esos helicópteros al ritmo de un Wagner del que Woody Allen con razón dijo luego en Misterioso asesinato en Manhattan: “Oyes a Wagner y te entran ganas de invadir Polonia”. Las batallas de Star Wars son lúdicas y espectaculares, podríamos ver versiones y más versiones de ellas sin levantarnos de la silla mientras el láser y las chispas transforman en nosotros el miedo por el entusiasmo más gratificante ante la acción. Braveheart fue violenta y de gran carga motivacional, con un Mel Gibson que si nos da una espada nos pone a luchar. Salvar al soldado Ryan nos sumergió en la toma de Omaha como si estuviéramos en la realidad virtual. Pudimos marearnos y vomitar con los soldados que desembarcaban o sentir las balas sobre nuestra piel. Era angustioso hundirse ensangrentado en esas aguas frías del Canal de la Mancha.
El cine nos ha dado todas esas alegrías, pero ahora es la batalla de una serie la que nos deja clavados en el sofá. Hay crueldad y hay espectáculo; hay resistencia e impotencia; hay justicia e injusticia; hay grandeza y miseria; hay músculo y debilidad; hay unidad y hay quiebra; hay maestría televisiva o cinematográfica, ya quién sabe qué diferencia hay.
Pero sobre todo: hay una causa. Vestida de rabia, de dolor y de credibilidad, la causa de Jon Snow y Sansa Stark es ya de todos, como la de los pobres jedi enviados al exilio, la de los soldados norteamericanos en Omaha o la de los romanos antes de ser traicionados por Cómodo.
Viva el buen cine, la buena televisión. Porque si alguien ha ganado ya el trono de hierro no son los reyes ni las reinas, sino el capítulo 9 de la temporada 6.
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