Mal rollito

Entre los dislates que se escuchan en las grabaciones del escándalo Díaz,hay uno que duele especialmente a quienes aún se nos pone la piel de gallina cuando conocemos la muerte de otro periodista en México o cuando paladeamos una exclusiva de verdad. A los ingenuos, vaya. Y es el momento en el que el jefe de la Oficina Antifraude promete al ministro que los trapos sucios podrán ser publicados en la prensa en fechas próximas a falta de una suficiente solidez judicial.

El periodismo cortesano es bastante diferente al de investigación. Las fuentes son básicas en cualquiera de ellos y dependemos de ellas y sus intereses desde antes de que Garganta profunda alumbrara el caso Watergate, pero la pregunta necesaria es: ¿somos instrumentos de otros intereses o nos mueve una exigencia de profesionalidad e independencia que prima sobre lo demás? Difícil línea, casi membrana invisible, entre lo aceptable y lo que no lo es.

La misma pregunta se puede trasladar al simulacro de periodismo en que se han convertido algunos programas de humor en televisión. ¿Vieron El Hormiguero? Rajoy llegó, toreó, cortó un par de orejas y adiós. Programas de buen rollito, ya sabemos, pero cuesta tragárselo cuando estamos hablando del uso de las instituciones al servicio de un partido. Por sugerir algo parecido le dimos a Monedero para el pelo con buenas razones.

“¿Qué análisis haces de todo esto?”, preguntaba campechano Pablo Motos el martes a Rajoy tras resumir el caso. “¡Yo de esto me enteré ayer!”, responde el presidente, que luego engarza tranquilamente su tono bienintencionado con la teoría conspiratoria que intenta poner el acento en el quién, y no en el qué. El buenrollismo es legítimo y puede ser incluso divertido, pero si en vez de Will Smith el beneficiado es un presidente que tal vez conocía la cloaca estatal, empieza a dar mal rollito. ¿Verdad?