La lana de Mussolini
He tardado en darle un sentido a un cartel de la Scala que colgué en mi despacho y que adquirí en Milán por razones estéticas. Y porque el protagonista del concierto que se anunciaba era Victor de Sabata, artífice de un programa variopinto -Bach, Beethoven, Strauss, Masetti, Giordano, Verdi- que aparece enmarcado con la bandera italiana. Ese matiz tricolore es el que hace atractivo el cartel. Y el que lo diferencia de la tradicional iconografía amarillenta o asalmonada de la Scala, según las épocas, aunque la bandera no obedece a un motivo ornamental, sino a un argumento de fervor patriótico. Es el 30 de abril de 1942 e Italia está en guerra.
Tendría que haber reparado en todos estos detalles antes de plantearme si debía o no debía adquirir un “documento” fascista. Tan fascista que aparecen alusiones explícitas a la propaganda de Mussolini, aunque el rasgo más inquietante del cartel concierne a sus propio enunciado: “Concerto pro lana”. No sé cuántas veces he pasado delante sin haber indagado. O cuántas he indagado -no muchas- sin resultado, pero la curiosidad ha terminado imponiéndose.
Y he podido reconstruir -no hacía falta ser un genio- que se trataba de un concierto benéfico cuyas entradas se vendían no a cambio de dinero sino en un trueque medieval por lana. Un kilo de lana permitía acceder a una butaca de las mejores. Cuatro kilos de lana garantizaban un palco de cuatro plazas. Y 250 gramos representaban la tarifa para ubicarse en el gallinero. Se explica la operación en el contexto de una campaña que organizaba el movimiento mussoliniano con las escuelas fascistas y las secciones femeninas, pues eran las mujeres las que terminaban recibiendo las donaciones de lana para luego transformarlas en indumentaria militar, uniformes, tiendas de campaña, colchones.
Se pretendía así involucrar a la sociedad civil en el compromiso de la patria. Y de transformar el símbolo de la Scala en un argumento ejemplar, siendo como fue el teatro Piermarini un instrumento de propaganda. Y no sólo durante la guerra. Antes de involucrarse Italia militarmente en el eje de Berlín y Tokio, Mussolini ya había dispuesto una gira “scaligera” en Múnich y en Berlín. Estaba al mando Victor de Sabata, artífice de una Bohème en la capital berlinesa a la que asistió el propio Hitler.
Cuenta el Corriere della sera en su edición del 22 de junio de 1937 que el propio Führer admitió haberse emocionado y que expresó sus felicitaciones al maestro italiano, quizá ignorando ambos que tanto entusiasmo iba a significar una maldición a la memoria del director. De Sabata ocupó en Milan el cargo que había abandonado Toscanini por sus discrepancias políticas con el fascismo. Y adquirió una evidente vinculación en los planes de la propaganda mussoliniana, pero resulta demasiado extravagante recrear la simplificación del colaboracionismo.
Primero, porque la madre de De Sabata era judía. En segundo lugar, porque su papel de maestro titular -1929-1953- lo desempeñó mucho más allá del periodo mussoliniano. Y en último término porque se restringió a sus actividades musicales. Incluido el trance de despedir a su rival Toscanini con la Marcha fúnebre de la Tercera sinfonía de Beethoven. Fue su último concierto (1957). O no exactamente, pues diez años más tarde los músicos de la Scala se despidieron de él tocando exactamente el mismo pasaje funerario.
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