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El eclecticismo ‘madcoolero’

El variado cartel del nuevo macrofestival provoca un público difícil de clasificar

Isabel Valdés

Definitivamente el Mad Cool no es el Primavera Sound. Ni el Sónar. Ni el Low, ni el Arenal ni el Contempopránea. Todos tienen un público más o menos definido, más o menos previsible, algo que no le ha sucedido a este nuevo macrofestival madrileño. Una ubicación privilegiada en conexiones (y con más de tres millones de habitantes) y la variedad de su cartel han logrado lo que la organización pretendía desde un primer momento, la apertura total

De un vistazo al césped artificial en cualquier momento de los tres días que ha durado el Mad Cool se extrae una única conclusión: es absolutamente imposible buscar un perfil claro de asistente a este macroevento que ha cerrado triduo con 102.647 personas cruzando los dos accesos al recinto de la Caja Mágica (un 18% extranjero y algo más del 50% de fuera de Madrid)

Padres jóvenes con bebés, padres en la sesentena con hijos de 30, abuelos con nietos de 20, heavys, punkis, modernos, hipsters, despedidas de solteras, adolescentes preuniversitarios, muppies, engominados con mocasines, modernos, algún informático pálido... Eso sí, les unía un tropiezo constante en el resalto que cubría los cables que iban desde el escenario 2, el Matusalem, hasta la torre de control. Un par de chicas con mochila de flores a la espalda y baile arrítmico fueron capaces de caer tres veces durante una de las canciones de Editors el jueves por la noche.

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Aparte de ese pequeño punto negro que tal vez provocara algún esguince (las ambulancias disponibles para el festival solo tuvieron que atender precisamente cinco esguinces y un mareo), y la opinión extendida de que la primera jornada fue un caos que se solucionó en menos de 24 horas, la disparidad era absoluta. "Más allá de la música fue el lema que pusimos al festival, llegar a la gente con más que con música, y llegar a todos", explica Javier Arnaiz, director del Mad Cool. "Gastronomía, arte, diseño, documentales... queremos crear un concepto sólido que conecte con el público y que no mantenga al festival dependiendo de lo importante de los cabezas de cartel. queremos ofrecer algo más".

Ese algo más es un Mad Cool para niños que, según el director, este año no dio tiempo a organizar; una sinergia con la ciudad que se alargue más allá de los días del festival y que logre que el público conecte con la urbe "y quiera volver a Madrid en otras fechas"; ampliar horarios y seguir dando sorpresas como el espectáculo de La Fura del Baus. "Con la Fura ya estamos hablando para que en la próxima edición hagan un espectáculo específico para el festival", añade Arnaiz, quien asegura que dentro de no mucho se anunciarán fechas y algunas bandas ya cerradas.

De momento, el público de este año se va con la sensación de haber vivido momentos irrepetibles como las dos horas y media del concierto de Neil Young, que se sentía tan cómodo en el escenario que alargó el concierto 15 minutos más; o la inauguración a lo grande por unos armadísimos The Who. Mucha cerveza, tequila, hamburguesas, pizzas y perritos, alguna que otra crepe, pulpo, pasta, thai y falafel. Sol hasta algo más de las 21.00, sudadera después. El sábado, Manu, un madrileño de 37 años, decía con prisa antes de coger sitio para ver a Neil Young que el memor momento estaba por llegar. Como ocurre con todos los festivales cuando acaban, esa es la frase con la que se espera la siguiente edición.  

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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