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Recapitulación

La dialéctica entre pasión y paisaje anudan fructíferamente en la antología poética de Jacobo Cortines

Jacobo Cortines.
Jacobo Cortines.Fundación Juan March

“Llego a ti, tierra mía, para saberme tierra / para aceptar ser tierra, como es tierra mi carne. / Humildemente vengo a ser de nuevo sueño, / algo más que silencio, pues también amor fuimos”, escribe el poeta andaluz Jacobo Cortines (Lebrija, 1946) en su libro Pasión y paisaje. Poesía reunida 1974-2016 (Vandalia). Este cuarteto que concluye el poema titulado ‘Vuelta’, compilado en la citada antología, reunión de una obra desarrollada durante 42 años, comprime la tensión vertical que ha caracterizado casi toda la labor creadora de Cortines, de gloriosa estirpe histórica sevillana, en su caso punteada por el sabroso eco, entre otros, del petrarquista Gutierre de Cetina, Bécquer, los Machado o Luis Cernuda.

Él mismo, en el esclarecedor prólogo, así nos lo advierte, como también la de esa dualidad que la preside, anunciada ya a través del título con la contraposición entre la “pasión”, signo de desmesura, y el “paisaje”, que apela a la distancia, el control, la medida. Pero, remontándose autobiográficamente a lo que fue génesis de su destino como poeta, nos cuenta cómo se fraguó su vocación en el entrecruzamiento de la música, la pintura y, por supuesto, la literatura, siendo finalmente su poesía un precipitado de las tres. Ante esta declaración, nos preguntamos: ¿es que acaso puede el alto decir poético, la más artística y, por tanto, la más arriesgada de todas las artes, no urdirse mediante estos mimbres, aunque no sean tan explícitos como lo son en los versos de Jacobo Cortines?

Sea como sea, la dialéctica entre pasión y paisaje anudan fructíferamente, en un único punto de enlace, vectores divergentes. La pasión remonta el vuelo, pero la tierra acoge y transfigura todo lo que cae, de manera que el amor deja ahí también su huella herida. Las palabras se las lleva el viento, pero alfombran con su brocado otoñal la memoria de lo que fue y es asimismo el mantillo de lo que reverdecerá al compás del tiempo. El paisaje da continuidad a estas ardientes melodías efímeras: es la estampación de lo que pasa.

El arte es una alquimia, cuya retorta bulle con muy diversos elementos inapreciados. El tiempo de su cocción, que va cosido como al pespunte de la propia existencia, la vida misma, es crucial. En este sentido, el poeta joven, pura pasión, puede hacerlo todo, menos recapitular; esto es: verse en el paisaje que le ha tocado en suerte y hacerlo suyo. Este trocamiento de lo temporal en lo espacial, que implica pasar las cuentas al ras de la tierra, es la suprema humillación de la madurez. Toda gran obra de arte ha de pasar por este troquel de caerse del guindo para verlo florecer. Al final, hay que saber echarse por tierra para contemplar el cielo. Recapitulando, hay que regresar al origen. Es lo que ha hecho Jacobo Cortines con maravillosa discreción. ¡Bendito sea!

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